Frank Sinatra, Charles Lucky Luciano y Meyer Lansky: en tres habitaciones contiguas del Hotel Nacional de La Habana, se alojaban los mafiosos y el artista en vísperas de la famosa convención criminal que se celebró en Cuba para poner en orden los negocios de las famiglie en Estados Unidos.
La nueva novela de Pavel Giroud, Habana Nostra, recorre uno de los episodios más picantes de ese pasado cercano. Luciano, exiliado en Sicilia tras haber obtenido su libertad por haber cooperado con los aliados durante la Segunda Guerra Mundial, sospecha que Lansky, su mano derecha en el Caribe, conspira en su contra. Regresa clandestinamente, con la excusa de la convención, y al terminarla le anuncia a Lansky que se quedará a vivir en La Habana.
Una trama de dinero sucio, políticos corruptos y criminales de las ligas mayores se desarrolla, en un homenaje al estilo noir en la primera novela del cineasta cubano radicado en España. Desde su primera película, La edad de la peseta, siguiendo por Omertà, El Acompañante y El caso Padilla (Premio Platino a Mejor Película Documental Iberoamericana), Pavel ha mostrado su habilidad para contar historias individuales y para indagar en la historia colectiva. Eso se vuelve a ver en su debut literario con Habana Nostra, que presenta en la Feria del Libro de Miami.
En este fragmento, Sinatra, que será la tapadera de la convención mafiosa, conoce a Luciano. Ha llegado a La Habana preocupado porque J. Edgar Hoover, director del FBI, lo ha puesto en su mira:
—¡Frankie! —gritó alguien con acento siciliano muy marcado, y provocó una ovación. La mayoría se levantó de la silla a esperar su saludo. Rocco Fischetti se le acercó y fue quien le sirvió de guía por la ribera izquierda de la larguísima mesa. Para saludar a los que estaban al otro lado debía inclinar su cuerpo cuarenta y cinco grados. En una de esas, su chaqueta barrió con una copa de Brunello di Montalcino, derramando su contenido sobre el mantel de hilo blanco bordado a mano. Alguno rememoró otros manteles, manchados también de vino y de sangre. Ocurrió cuando Big Mike le agarró como pudo por las solapas y le besó los huesos de sus mejillas.
—Tus padres fueron muy buenos clientes cuando la prohibición —le dijo—. ¿Cómo se llamaba aquel speakeasy que llevaban? Hacía esquina en…
—M.O.B. —respondió Frankie.
—¿Mob? ¿En honor a nosotros? —otra risotada siguió a este comentario de alguien.
—Son las iniciales de Marty O’Brian, mi padre —aclaró Frankie.
—Ahí te vi cantar, eri un ragazzino. Tocabas la mandolina —recordó Big Mike.
—El ukelele —rectificó Frankie.
—Eso, una piccola chitarra. Lo recuerdo.
—¿O’Brian? ¿No eres italiano? —intervino Marcello.
—Mi padre fue boxeador y su primer promotor le cambió el nombre sin contar con él, porque los italianos en el boxeo… ya sabes.
—Graziano cambiará las cosas —le respondió rápidamente Marcello.
—Acaba de perder con Tony Zale —replicó Frankie.
—Será campeón del mundo este año, créeme. Si no lo logra por su cuenta… ya nos encargaremos nosotros de que así sea.
Más risas.
—¡Congratulazioni figlio! —le dijo Big Mike sonriente, antes de separársele mesa mediante.
El trayecto fue muy lento. A mitad del recorrido le esperaba Willie Moretti, el hombre que intercedió entre él y Tommy Dorsey. Se abrazaron risueños. Tommy le preguntó por Nancy. Frankie se limitó a alzar sus cejas. Luego miró a los que estaban a su alrededor y les dijo que debía mucho a ese hombre. A Moretti.
—¡Como si no lo supiéramos! —gritaron desde atrás, seguido de otra carcajada, antes de llegar al final de mesa. Allí, en la proa, estaba Charles Lucky Luciano.
—Hay algo que quizás no sepas —le dijo Charly antes de abrazarlo—. Mi familia…
—Tu familia vivía en la misma calle de mi padre en Lercara Friddi —interrumpió Frankie—. No para de decirle a todo el que conoce que era vecino tuyo.
—Yo tu padre, me lo callaba —aconsejó Charly en tono de broma mientras lo abrazaba—. Aunque en honor a la verdad no nos conocimos. Tu abuelo y mi padre creo que sí.
—Sí. Eso he escuchado.
Todos alrededor miraban a los dos centros de atención.
—Igual perdimos otro buen cantante contigo, Charly —bromeó Anastasia ante la mirada severa de Genovese, que no se contuvo.
—De todos nosotros, el único interesado en ser una estrella es Bennie —soltó refiriéndose a Ben Siegel—. Lástima que solo le queden un par de shows.
No hizo gracia. Se hizo un silencio perturbador. Todos miraron a Genovese, conscientes de que «el tema Ben» estaba en la agenda a tratar y era el más sensible de todos. Lo peor es que llevaba razón: le quedaban un par de shows.
Trece minutos antes, Charly había sido la sensación. La diferencia es que cuando entró al Aguiar, todos hicieron un pasillo que parecía ensayado. Cada uno ocupó su puesto y ni siquiera hubo un choque en la maniobra. Todos besaron su mano, alguno que otro de mala gana y todos le entregaron sobres abultados. Él se los iba pasando a Meyer a medida que avanzaba y saludaba. Ante cada uno se detuvo. Primero frente a los de babor y luego a los de estribor. A cada uno lo miró a los ojos. A cada uno lo llamó por su nombre. A cada uno le dijo que estaba encantado de verle. A cada uno, menos a Vito Genovese, a quien llamó Vitone y se limitó a darle una palmadita en el hombro y a decirle en alta voz que ya le había visto y le había dicho todo lo que tenía que decirle, con la clara voluntad de que todos escuchasen.
Recibió el sobre y le dio la espalda, evitando mirarle en lo que restó de la noche.
Fue el primero en sentarse. Su diestra la ocupó Meyer, con ciento cincuenta mil dólares repartidos en sobres de variados formatos.
—Todo eso conviértelo en acciones aquí en La Habana, donde creas conveniente —susurró Charly mientras se sentaba. En la silla derecha se sentó Frank Costello. Genovese, que debía estar en uno de esos dos sitios, encontró su nombre entre Bonano y Luchesse, otrora hombres de Salvatore Maranzano. ¿Había un mensaje? Probablemente. Quizás no tanto en la ubicación como en la no ubicación.
—Siento haberme retrasado, Mr. Luciano —le dijo Frankie en cuanto pudo.
—Charly. Llámame Charly, como todos mis amigos. No pasa nada. Si alguien es libre de hacer aquí lo que quiera eres tú.
Él era la tapadera. Le quedó muy claro. Si algún hijo de puta preguntaba qué pasaba en el hotel, se respondería: hay un tributo a Frank Sinatra.
—Pasado mañana vendrán las esposas y las novias de los chicos. Te haremos un homenaje. Sería bonito que te sentaras en cada mesa y fueras amable con todos.
—Estaré encantado, señor Luciano.
—Charly.
—Charly.
«Soy algo menos que una tapadera», rectificó en su cabeza. En efecto, era un mero adorno. Un caro adorno que solo podían permitirse esta clase de tipos.
Regresó a su habitación aliviado y abrió la botella de Jack Daniel’s que le habían dejado a modo de cortesía. Los Fischetti, contrario a él y al resto, que prefirieron estar descansados para el día siguiente, se habían ido de farra. Ellos estaban más relajados que el resto, porque Chicago no era un conflicto. La pugna estaba concentrada en Nueva York y Nueva Jersey, y si asistieron a La Habana fue por respeto a Charly y porque traían una generosa contribución del tío Al Capone. Venía en esa maleta que abrazó Rocco durante el trayecto del aeropuerto de Boyeros al hotel. Frankie estaba exhausto y fue de los que prefirió irse a la cama, por más que los hermanos insistieran en arrastrarlo a la perdición. Antes de tomar un baño para librarse del tufo a tabaco impregnado en su piel por estar encerrado horas entre fumadores de puros, quería saborear ese güisqui en solitario y la terraza con vista al mar parecía perfecta para ello.
Abrió el panel de cristal y salió. El olor a salitre y la brisa húmeda lo sedujeron tanto, que cerró sus ojos y extendió los brazos. Respiró y comenzó a tararear If You Are But A Dream, un tema que dos años antes aparecía en la cara B de White Christmas, pero que había tomado un segundo aire cuando integró la banda sonora del cortometraje The House I Live In, que, protagonizado por él, había ganado el Oscar en su última edición. Imaginó a los violines acompañándolo y se animó a entonar aún más alto. Se detuvo al terminar la primera sección del tema y escuchó un aplauso. Miró a su izquierda y se sorprendió con la silueta de Meyer, rodeado del humo de su cigarrillo, en calzoncillos, recostado en la baranda de la amplia terraza común que unía varias suites. Entre las de ambos estaba la de Charly, pero apagada.
—¿Qué tal esta noche? —preguntó Meyer.
—Bien —le respondió Frankie—. Les agradezco mucho la invitación.
—Nosotros somos los que te agradecemos. Sinceramente. ¿Hay algo que te preocupa?
—No. ¿Por qué me pregunta?
—No te he visto muy cómodo.
Frankie no supo qué decir.
—¿A quién temes? —insistió Meyer.
—No entiendo.
—Todos tememos a alguien. Yo temo a mi ex.
—Yo… pues no sé. A Hoover.
—¿En serio?
—Sé que anda detrás de mí.
—Si anda detrás de ti es porque le gustas. Es un puto maricón.
Meyer agarró su vaso de Pernod y se acercó a Frankie.
—Mientras estés con nosotros, no te tocará. Ni aunque te cases con la hermana de Stalin. Si lo hace, su culo roto por una verga será la primera plana en todo el mundo al día siguiente.
Alzó su vaso y lo chocó contra el de Franky.
—A que se está bien aquí —le dijo Meyer, extendiendo su brazo como si fuese un agente inmobiliario intentando venderte el paraíso.
Presentación de “Habana Nostra” en la Feria del Libro de Miami
Martes 19, 7 pm, en la sala Sala 2106 del Edificio 2
El cineasta cubano Pavel Giroud presenta su primera novela, sobre la historia del crimen organizado, en diálogo con el crítico de cine Alejandro Ríos.
Campus Wolfson del Miami-Dade College (MDC)
300 NE Second Ave, Miami, FL 33132