En las décadas de 1970 y 1980, la frontera entre México y Estados Unidos fue escenario de la vida de dos figuras que dejaron una marca duradera en la historia de la región: Pablo Acosta Villarreal, conocido como “El Zorro de Ojinaga”, y Mimi Webb Miller, una texana cuya relación con el narcotraficante se convirtió en el eje de una narrativa que combina amor, peligro y reinvención.
Pablo Acosta Villarreal, originario de Chihuahua, consolidó un imperio criminal que controló aproximadamente 300 kilómetros de la frontera, usando Ojinaga como base de operaciones. Inicialmente, Acosta traficaba marihuana y heroína, pero en la década de 1980 amplió sus actividades al comercio de cocaína, estableciendo vínculos con cárteles colombianos como el de Medellín. Gracias a estas conexiones, movía hasta 5 toneladas de cocaína al mes hacia Estados Unidos, utilizando rutas aéreas y terrestres estratégicas.
El éxito de Acosta no solo radicaba en su logística, sino en su capacidad para asegurarse la protección de autoridades mexicanas. Policías federales, estatales e incluso miembros del Ejército Mexicano garantizaban el paso seguro de sus cargamentos, creando una red que le permitió operar con impunidad durante años. Esta estructura convirtió a Acosta en un actor clave del narcotráfico y un precursor del modelo que seguirían otros cárteles.
Además de acumular una riqueza considerable que lavaba a través de cadenas de restaurantes y hoteles de lujo, Acosta también se destacó como mentor de Amado Carrillo Fuentes, conocido más tarde como “El Señor de los Cielos”. Bajo su tutela, Carrillo aprendió a manejar operaciones de tráfico aéreo, una habilidad que lo catapultaría a liderar el Cártel de Juárez tras la muerte de Acosta.
Una relación entre dos mundos: Mimi Webb Miller y Pablo Acosta “El Zorro de Ojinaga”
En este mismo escenario fronterizo, Mimi Webb Miller, sobrina del exsenador estadounidense John Tower, se estableció en la década de 1970 tras adquirir un rancho en Chihuahua. Desde allí, ofrecía recorridos turísticos a caballo por los paisajes de la región. Fue en este contexto que conoció a Pablo Acosta en 1976, iniciando una relación personal que duró aproximadamente un año, aunque su conexión con él dejó un impacto duradero.
Acosta ayudó a Webb Miller a obtener permisos para cruzar sus caballos por la frontera, lo que fortaleció el vínculo entre ambos. A pesar de estar casada en ese momento, Webb Miller inició una relación sentimental con el narcotraficante. Sin embargo, no hay evidencia de que participara en sus actividades ilícitas.
Tras la muerte de Acosta en 1987, el sheriff Rick Thompson del condado de Presidio advirtió a Webb Miller que su vida podría estar en peligro debido a la información que poseía sobre el cártel. Este episodio marcó un punto de inflexión en su vida, que la llevó a buscar un camino diferente lejos de los riesgos del narcotráfico.
La caída de Pablo Acosta
En abril de 1987, una redada conjunta entre la Policía Federal de México y el FBI resultó en la muerte de Acosta en el pueblo de Santa Elena, Chihuahua. La operación incluyó el uso de helicópteros y equipos terrestres que finalmente lograron abatir al narcotraficante. Su muerte no detuvo el flujo de drogas en la región, ya que su lugar fue ocupado inicialmente por Rafael Aguilar Guajardo, quien fue asesinado el 12 de abril de 1993 en un muelle de Cancún, Quintana Roo, mientras se disponía a abordar una lancha en un ataque atribuido a órdenes de “El Señor de los Cielos”. Más tarde llegaría Amado Carrillo Fuentes, quien consolidaría el control del territorio bajo el Cártel de Juárez.
Aunque Acosta desapareció físicamente, su legado quedó plasmado en la estructura de los cárteles mexicanos y en su influencia en la cultura popular. Canciones como el narcocorrido “El Zorro de Ojinaga”, interpretado por Los Tigres del Norte, y menciones en obras como la novela “No es país para viejos” de Cormac McCarthy, perpetuaron su figura como un personaje clave en la narrativa del narcotráfico. El periodista Terrence Poppa, en su libro “Señor de las drogas”, exploró a profundidad la vida de Acosta mediante entrevistas con el propio narcotraficante. Este libro se convirtió en una fuente clave para entender el ascenso y la caída de Acosta, ofreciendo un retrato que combina la narrativa periodística con un análisis profundo de su personalidad y operaciones.
Mimi Webb Miller y su vida después de Acosta
Tras los tumultuosos años en Chihuahua, Mimi Webb Miller pudo rehacer su vida en Los Ángeles, donde se convirtió en una exitosa directora de casting. Participó en producciones importantes y encontró una nueva vocación que la alejó del peligro asociado con su pasado. Además, regresó a sus raíces texanas al establecer un hotel en Terlingua, Texas, en donde su amor por la naturaleza y los espacios abiertos encontró una nueva expresión. En 2014 el diario The New York Times publicó un artículo firmado por Rachel Monroe, donde Webb Miller detalló su vínculo con Acosta y las circunstancias que rodearon su relación. En 2020, su historia fue dramatizada en la serie “Narcos: México”, donde fue interpretada por la actriz Sosie Bacon. Aunque agradecida por el interés en su vida, Webb Miller ha señalado las inexactitudes de la serie, como la representación ficticia de un embarazo que nunca ocurrió.
Rumores y el impacto de la historia
En torno a la figura de Acosta, persisten rumores que sugieren que pudo haber colaborado con el gobierno de los Estados Unidos, proporcionando información sobre movimientos guerrilleros y comunistas en el norte de México durante la Guerra Fría. Aunque nunca se han probado estas afirmaciones, añaden un matiz intrigante a su ya compleja historia.
La relación entre Mimi Webb Miller y Pablo Acosta simboliza la intersección entre dos mundos: el del poder y peligro del narcotráfico y el de una vida personal marcada por el amor y la búsqueda de un propósito. Ambas figuras, cada una en su camino, dejaron un legado que sigue siendo objeto de fascinación, análisis y dramatización décadas después.