Deanna Dikeman nunca pensó que un acto tan sencillo como despedirse de sus padres en la puerta de su casa se convertiría en el registro de una vida completa. Desde 1991, cada visita que hacía a su hogar de infancia en Sioux City, Iowa, culminaba con una fotografía de sus padres en la entrada, despidiéndose mientras ella encendía el motor y se marchaba. En ese ritual de adioses que documentó durante 27 años, Dikeman capturó algo más profundo: la constancia en el amor familiar y la nostalgia latente cada vez que se separaban. La fotógrafa convirtió esos instantes en una serie titulada “Leaving and Waving”, un tributo visual que condensa los cambios inevitables y la despedida final.
Los padres en la puerta: un ritual inquebrantable
Todo comenzó un día de 1991. Dikeman, entonces en sus treinta, estaba a punto de regresar a casa después de visitar a sus padres, quienes para entonces se habían mudado a una casa de estilo “rancho” de color rojo, donde trasladaron cada mueble del hogar que antes había sido el refugio de su infancia. Aquella vez, al observar a sus padres alzando la mano para despedirse, se sintió conmovida y sacó la cámara para inmortalizar el momento. En la imagen, su madre llevaba una blusa rosa brillante y unos pantalones cortos color índigo; su padre, en pantalones color beige, se mantenía detrás, bajo la sombra de un arce que parecía más joven. Esa primera imagen desencadenó una costumbre que repetiría en cada visita, hasta que se volvió el cierre obligado de cada encuentro.
Las estaciones y el paso del tiempo en una misma entrada
Año tras año, cada imagen era similar y distinta a la vez. Los rostros de sus padres cambiaban lentamente, como el reflejo mismo de la naturaleza cíclica que Dikeman encontraba a su alrededor. En el verano, desde la entrada de la casa, le enviaban besos con una sonrisa abierta; en el invierno, las bufandas y abrigos los resguardaban, y el frío formaba montículos de nieve alrededor. A veces, la cámara captaba las gotas de lluvia que los obligaban a despedirse desde el garaje. Siempre en la puerta, siempre firmes en su ritual de despedida. Las manos de sus padres, alzadas en señal de adiós, no dejaban de saludar hasta que el coche de su hija se perdía de vista.
Las transformaciones de Dikeman, reflejadas en el retrovisor
En aquellas imágenes, la vida de Deanna Dikeman también se reflejaba. Algunas fotografías incluyen el interior del auto desde el cual ella capturaba esos momentos: el retrovisor dejaba ver una mano sin anillo, su mano, luego de un divorcio; la sombra de un perro anciano, casi siempre dormido; después, la figura de su hijo pequeño y, años más tarde, el joven tomando el volante en lugar de ella. Dikeman era testigo de cómo el tiempo avanzaba no solo en la vida de sus padres, sino en la suya. Sioux City y sus padres continuaban siendo el puerto seguro, mientras ella, al partir, se transformaba. En cada visita, la puerta roja y el garaje de la casa ranchera la aguardaban con la misma cálida bienvenida.
La despedida sin retorno: el adiós definitivo
La primera pérdida llegó en 2009. Tras la muerte de su padre poco después de cumplir 91 años, su madre le pidió en un susurro que dejara de tomar fotos. “No más fotos, Deanna”, pero al final, ella misma seguía saliendo a la puerta cada vez que su hija la visitaba. Aunque el gesto de despedida se mantenía, la tristeza en el rostro de la madre era visible. Continuaron así, hasta que, en 2017, llegó el momento inevitable: su madre tuvo que mudarse a una residencia. Fue un cambio doloroso para ambas. A partir de ese momento, Dikeman retrataba las despedidas desde la puerta del apartamento de su madre en la residencia, y finalmente, en octubre de ese mismo año, se encontró ante la última despedida. Su madre falleció en silencio, como si en la ausencia de su esposo se hubiera desdibujado también la constancia en la puerta.
Después del funeral, Dikeman sintió que faltaba una última imagen, la única sin figuras ni manos en el aire. Colocó un trípode en la entrada vacía de la casa, donde los años de saludos y adioses habían quedado en la memoria de una puerta siempre entreabierta. Esa fotografía final marcaba un adiós permanente, un espacio vacío en el que nadie levantaría la mano para devolver el saludo.
La proyección de la serie y el reconocimiento artístico
Las imágenes, que inicialmente formaban parte de un álbum familiar, adquirieron otro significado con el tiempo, y Dikeman decidió compartir su “colección de despedidas” bajo el título “27 Good-byes”. La obra recibió gran reconocimiento en exposiciones y se convirtió en una reflexión pública sobre la nostalgia y los lazos de una vida. “Leaving and Waving” alcanzó así una dimensión universal: cada imagen de su serie es un recordatorio de la fragilidad de los vínculos y de cómo los actos más cotidianos, como el simple saludo desde una puerta, pueden convertirse en las postales de lo efímero.
Deanna Dikeman, como si los años no hubieran transcurrido, se encuentra ahora en la misma situación: su hijo, en un coche repleto de pertenencias, se marcha para comenzar su primer trabajo lejos de casa. Antes de encender el motor, le pregunta con una sonrisa, “¿No vas a tomar una foto?” La pregunta sorprende a Dikeman, pero ella accede. Esta vez, sin embargo, desde el otro lado del lente y con la certeza de que, en cada adiós, el tiempo roba algo irrecuperable.
Aquí algunas imágenes de la serie fotográfica sobre sus padres: