La inmunidad de las vacunas COVID no es tan duradera como se pensaba, según investigaciones

El desgaste acelerado de la protección de los inmunizantes de ARNm como Pfizer y Moderna genera preocupación en autoridades sanitarias globales en su batalla contra un virus en continua evolución

Los CDC recomiendan dosis de refuerzo periódicas para personas mayores y con sistemas inmunitarios comprometidos. (Imagen Ilustrativa Infobae)

A medida que la pandemia de COVID-19 evoluciona, también lo hace la comprensión científica sobre la inmunidad que generan las vacunas basadas en la tecnología de ARN mensajero, como las de Pfizer-BioNTech y Moderna. Desde el inicio de su distribución, estas vacunas han demostrado ser eficaces para reducir los casos graves de la enfermedad y evitar hospitalizaciones, lo cual fue esencial en las primeras etapas de la crisis sanitaria global. Sin embargo, estudios recientes indican que la inmunidad conferida por estas vacunas decae con el tiempo, lo que ha llevado a los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) a recomendar dosis de refuerzo periódicas para ciertos grupos vulnerables, especialmente personas mayores y personas con sistemas inmunitarios comprometidos.

Desde octubre de 2024, los CDC recomiendan que las personas de 65 años o más, así como aquellas con sistemas inmunitarios debilitados, reciban una segunda dosis de la vacuna actualizada de la temporada seis meses después de la primera, de acuerdo con la agencia. Esta recomendación responde a un patrón que se ha repetido en los últimos años: en la primavera de 2022, 2023 y nuevamente en 2024, autorizaron dosis de refuerzo adicionales después de las campañas de vacunación de otoño, buscando compensar la disminución de la inmunidad en estos grupos de alto riesgo.

La persistente necesidad de dosis adicionales, comparada con otras vacunas de larga duración como la del tétanos, plantea interrogantes sobre la durabilidad de la inmunidad que generan las vacunas de ARNm. Aunque la frecuencia de refuerzos puede parecer inusual, expertos en inmunología y salud pública coinciden en que el problema radica menos en la eficacia de las vacunas y más en la naturaleza de la respuesta inmunitaria generada contra el SARS-CoV-2. Según la inmunóloga Akiko Iwasaki de la Universidad de Yale, no hay indicios de que las vacunas de ARNm no estén funcionando, sino que podría haber algo particular en este virus que impide que el organismo mantenga niveles elevados de inmunidad a largo plazo, de acuerdo con NBC News.

En octubre de 2024, los CDC aconsejan una segunda dosis de la vacuna actualizada para personas de 65 años o más. (Imagen Ilustrativa Infobae)

Una investigación reciente, dirigida por el equipo de la Dra. F. Eun-Hyung Lee en la Universidad de Emory y publicada en Nature Medicine, ofrece una explicación a este fenómeno. En el estudio, se analizó la respuesta inmunitaria en la médula ósea de 19 adultos vacunados, algunos de los cuales habían recibido hasta cinco dosis de vacunas de ARNm contra el COVID-19. La investigación mostró que, mientras las células plasmáticas de larga vida —que son responsables de una inmunidad duradera— eran fácilmente detectables en personas vacunadas contra el tétanos y la influenza, estas células eran escasas en las muestras de médula ósea de personas vacunadas contra el SARS-CoV-2, según el informe de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos.

Las células plasmáticas de larga vida, que se generan en la médula ósea, son cruciales para proporcionar una respuesta inmunitaria sostenida en el tiempo, ya que son capaces de producir anticuerpos de manera continua. En el caso de las vacunas de ARNm contra el COVID-19, el estudio sugiere que las células que generan anticuerpos contra el SARS-CoV-2 pueden no alcanzar una maduración completa en la médula ósea, lo que podría explicar por qué la inmunidad disminuye relativamente rápido. Incluso entre los participantes que habían experimentado tanto la infección como la vacunación, conocidas como personas con “inmunidad híbrida”, no se encontraron niveles significativos de estas células de larga duración en sus muestras de médula ósea.

Otro factor que contribuye a la necesidad de refuerzos regulares es la alta tasa de mutación del SARS-CoV-2. A diferencia de otros virus, como el del sarampión, que ha mostrado estabilidad a lo largo del tiempo, el SARS-CoV-2 continúa adaptándose y mutando, lo que dificulta el mantenimiento de una inmunidad estable y duradera con una sola vacuna. La Dra. Anna Durbin, especialista en enfermedades infecciosas en la Universidad Johns Hopkins, señala que la situación es similar a la de la gripe, cuyo virus cambia de una temporada a otra, obligando a actualizar la vacuna anualmente para reflejar las cepas predominantes. No obstante, el COVID-19 presenta un desafío mayor debido a la velocidad de sus mutaciones, que supera la de la gripe.

La persistente necesidad de refuerzos suscita preguntas sobre la durabilidad de la inmunidad generada por las vacunas de ARNm. (Imagen Ilustrativa Infobae)

Por su parte, el Dr. Ashish Jha, decano de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Brown y excoordinador de respuesta al COVID-19 en la Casa Blanca, subraya que el problema radica en la naturaleza cambiante del virus, más que en las limitaciones de la vacuna. Según Jha, el virus no solo muta con rapidez, sino que su presencia es constante a lo largo del año, a diferencia de otros virus que pueden tener una estacionalidad más marcada, de acuerdo con información de NBC News.

Los científicos continúan investigando cómo mejorar la respuesta inmunitaria a largo plazo frente al SARS-CoV-2. Una posibilidad podría ser desarrollar vacunas que induzcan la generación de células plasmáticas de larga vida en la médula ósea, al igual que sucede con otras vacunas que producen inmunidad prolongada. Según la Dra. Lee, la “meta final” en el desarrollo de vacunas sería lograr una que genere estas células de larga duración contra el SARS-CoV-2, lo que reduciría la necesidad de dosis de refuerzo frecuentes.

Además, el inmunólogo E. John Wherry, de la Universidad de Pensilvania, sugiere que reforzar la inmunidad cada seis a doce meses puede ser una estrategia efectiva para ciertos grupos de riesgo, como adultos mayores, mientras se desarrollan mejores soluciones a largo plazo. La vacuna ayuda a elevar los niveles de anticuerpos, que constituyen la primera línea de defensa contra el virus, facilitando una respuesta más rápida del sistema inmunitario para neutralizar la infección antes de que cause una enfermedad grave.

En este momento, el refuerzo semestral es recomendado únicamente para adultos mayores y personas con sistemas inmunitarios debilitados, y no se prevé que esta frecuencia se convierta en la norma para todas las edades. Según Jha, a menos que el virus se vuelva más virulento, es poco probable que se recomienden dos dosis anuales para personas jóvenes y sanas.