La belleza natural de las Islas Barrera de Carolina del Norte, especialmente las Outer Banks, se enfrenta a un desafío inminente: la erosión costera, acelerada por el cambio climático. Daniel Pullen, un fotógrafo que vive en la región, ha sido testigo del delicado equilibrio entre la vida junto al mar y el riesgo constante de caer en él.
“Si pudieras traer de vuelta a algunos de los viejos habitantes de la zona y llevarlos a dar una vuelta, se preguntarían por qué construyeron sus casas ahí”, comentó a CBS News Pullen, quien ha capturado imágenes impactantes de casas que se han desplomado al océano en los últimos años.
En solo cuatro años, diez hogares han sucumbido ante el poder del Atlántico en Hatteras Island. Con una población permanente de menos de 70,000 residentes, muchos dependen de los más de cinco millones de turistas que visitan anualmente para ganarse la vida. Estas islas, formadas por franjas estrechas de arena, actúan como un escudo natural que protege la costa de la fuerza del océano, aunque su naturaleza dinámica implica que siempre están en movimiento.
Pullen reflexiona sobre la idoneidad de la vida en estas islas: “Creo que la gente está destinada a vivir en una isla barrera, pero no sé hasta qué punto se puede sostener una economía masiva aquí”. En este sentido, el oceanógrafo Reide Corbett, director del Coastal Studies Institute, colabora con la comunidad para encontrar formas de adaptarse a esta nueva realidad. “Grandes dunas, casas e infraestructuras bloquean el transporte de arena entre las islas, lo que las hace más vulnerables”, explica Corbett.
Una de las soluciones propuestas para proteger los hogares es la reconstrucción de las playas mediante el bombeo de arena del océano a la costa. Sin embargo, este proceso puede costar más de 25 millones de dólares. Con el aumento del nivel del mar y tormentas más intensas impulsadas por el cambio climático, la nueva arena que solía durar entre cinco y siete años ahora se erosiona en menos de dos. “La economía no siempre será viable. Creo que estamos llegando a ese punto en las Outer Banks”, advierte Corbett.
Lo que distingue a las Outer Banks es que casi toda la playa pertenece al Servicio de Parques Nacionales (NPS). Dave Hallac, quien dirigió un programa piloto para el NPS, compró y demolió dos casas en un intento de mitigar el problema. A diferencia de las diez propiedades que se perdieron en el océano, estas adquisiciones evitaron que casas destruidas se convirtieran en escombros peligrosos en la playa.
“Consideramos esto un programa de mitigación. Ninguno de estos propietarios construyó sus casas en esas ubicaciones sabiendo lo que sucedería”, señala Hallac. Las propiedades se compraron a precio de mercado utilizando fondos del Land and Water Conservation Fund, y el NPS espera poder adquirir más hogares a medida que obtenga financiación.
Pullen tiene sentimientos encontrados sobre el futuro de las islas. “Es como decirle a alguien que ha vivido toda su vida en su pequeño pueblo: ‘Hey, ve a vivir a otro lugar’”. Sin embargo, sugiere que hay una forma de gestionar la situación: “Permitir que una isla barrera exista de la manera en que está destinada a existir. Para lograr eso, significará que las cosas se verán muy diferentes aquí”. Esto implica una dura realidad: “Probablemente tendría que mudarme”.
Por ahora, quienes residen en estas islas se aferran a un trozo de arena que se les escapa lentamente de las manos. La lucha contra la erosión costera no solo representa una batalla por la tierra, sino también por la identidad y la cultura de una comunidad que ha llamado hogar a estas islas durante generaciones.