La convivencia antes del matrimonio se ha convertido en una tendencia creciente entre las parejas contemporáneas, marcando un giro significativo en las tradiciones sociales y las expectativas matrimoniales. En décadas recientes, las parejas han comenzado a ver la unión de hecho no sólo como una prueba de compatibilidad antes de compromisos más formales, sino también como una etapa esencial en su relación.
Según un análisis del Pew Research Center de 2019, el 59% de los adultos de entre 18 y 44 años en Estados Unidos ha vivido con una pareja romántica, superando el porcentaje de aquellos que contrajeron matrimonio dentro del mismo grupo de edad. Esta tendencia se marcó aún más entre aquellos que se casaron entre 2015 y 2019, con un 76% de las parejas cohabitando antes del matrimonio, un cambio drástico en comparación con el escaso 11% de 1965 a 1974.
No obstante, la cohabitación no está exenta de complicaciones. Parejas que conviven sin estar casadas reportan niveles más bajos de confianza y satisfacción en comparación con sus contrapartes casadas, según el análisis de Pew. Además, un informe de 2023 encontró que las parejas casadas que cohabitaron antes de comprometerse o casarse presentan un 48% más de probabilidades de divorciarse que aquellas que esperaron para vivir juntas hasta después de la propuesta matrimonial o la boda.
De hecho, algunas parejas, según Galena Rhoades, una profesora investigadora y directora del Centro de Investigación Familiar de la Universidad de Denver, terminan casándose más por la inercia de haber comenzado a vivir juntas que por una decisión consciente sobre su futuro.
No es una práctica nueva
La historia de la convivencia tiene raíces profundas, incluso en los Estados Unidos se consideraba común vivir juntos antes del matrimonio en la década de 1800, a través de lo que se conocía como matrimonios de “ley común”, de acuerdo con un reciente artículo publicado por VOX.
Las transformaciones sociales y legales, especialmente aquellas que promovieron la autonomía económica y corporal de las mujeres en la década de 1970, también han facilitado esta evolución. El acceso a métodos anticonceptivos y la legalización del aborto han otorgado a las mujeres mayor control sobre su vida personal y profesional, redefiniendo el matrimonio como una opción en lugar de una necesidad.
Además, los cambios en la legislación han reflejado y propiciado la adaptación de la sociedad a nuevas formas de relaciones. Antes de la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo en 2015 y el matrimonio interracial en 1967 por parte del Tribunal Supremo, para muchas parejas, la única opción era la convivencia. Esta necesidad legal y social indirectamente validó la cohabitación como una alternativa a la unión matrimonial tradicional.
Seguridad económica
La seguridad económica se ha convertido en un requisito previo esencial para el matrimonio en la actualidad, llevando a muchas personas a postergar este compromiso hasta alcanzar un nivel de estabilidad financiera deseado, señalan los expertos.
La percepción de casarse como un símbolo de haber llegado a una etapa de seguridad económica es fuerte entre los jóvenes adultos, quienes enfrentan numerosos desafíos para lograr sus metas monetarias. Estos desafíos incluyen el endeudamiento por préstamos estudiantiles, salarios estancados desde 1960, y el alto costo de la vida, como el de la vivienda, la atención médica y los propios gastos de una boda.
La expectativa de entrar al matrimonio con una base económica sólida es especialmente prominente entre los jóvenes, quienes buscan estabilidad en ingresos y empleo, así como ahorrar para un enganche de vivienda antes de dar el sí. Como resultado, son principalmente las personas más económicamente acomodadas las que terminan casándose, señala Smock.
La opción entre vivir con compañeros de cuarto que quizás no sean de agrado o cohabitar con la pareja, se presenta como una elección clara para muchos. Esta elección no solo implica consideraciones económicas, sino también el deseo de madurar en la relación. Sin embargo, esto abre la puerta a la convivencia como una etapa casi obligatoria antes del matrimonio, cuestionando por qué las parejas no optan por casarse si ya están listas para compartir responsabilidades cotidianas.