Las montañas de bolsas negras de basura que invaden las aceras de Nueva York para el festín de las ratas pronto van a ser historia. La ciudad empezó a introducir un sistema de contenedores para limpiar las calles y matar de hambre a su ejército de roedores.
Es la “revolución de la basura”, según las autoridades locales. Desde principios de marzo, más de 200.000 negocios de comida están obligados a depositar en contenedores las más de 3.000 millones de toneladas de desechos que producen anualmente.
Los residentes tienen hasta 2026 para adaptarse al tipo de contenedores, que inspirados en ciudades como París, Madrid o también Buenos Aires, la ciudad empezó a implantar en un programa piloto en Harlem, norte de Manhattan.
Con 150.000 plazas de parqueo destinadas a los contenedores en toda la ciudad, las protestas de residentes que temen perder espacio para sus autos pueden verse diluidas por los resultados.
“Es un cambio”, dice Ron James, un residente de Harlem. “Antes, cuando llegaba de noche, muchas veces tenía que caminar por la calzada para evitar las ratas que estaban en la acera. Ahora apenas las veo”, declaró a la agencia AFP.
Además de ver menos roedores, el dominicano Maxwell Rodríguez, lo que más agradece es que su comunidad ha dejado de recibir multas porque “ya no hay regueros de basura en la calle”.
Los contenedores disuaden a los rebuscadores que rompen las bolsas para sacar latas o botellas para venderlas, agregó.
La ciudad de 8,5 millones de habitantes que nunca duerme y los millones de turistas que la visitan anualmente produce cerca de 20 millones de toneladas de desechos diarios, más de la mitad de comercios, según el ayuntamiento.
En línea recta, los desechos se extenderían a lo largo de 43 kilómetros, 8 kilómetros más del perímetro de Manhattan, detallan las autoridades.
Los negocios tienen su propio sistema de recogida privado, mientras que los casi 10.000 efectivos del departamento Sanitario de la ciudad se encargan de la basura residencial, colegios u hospitales.
En una de las ciudades más densamente pobladas del planeta, en particular Manhattan con más de 1,7 millones de habitantes, que viven la mayoría en edificios de gran altura y sin espacio entre ellos, colocar grandes contenedores capaces de almacenar el resultado del frenesí consumista de sus habitantes -acostumbrados a usar y botar- parece una ecuación compleja.
Hacer frente a esta ingente cantidad de desechos es “un gran problema”, reconoce el profesor de la Universidad de Columbia, Steven Cohen.
Prácticamente, el único lugar donde colocar los contenedores es en las veredas quitando espacio a los peatones o en las calzadas complicando aún más el tráfico. En algunas manzanas, más del 25% de las aceras lo ocuparán los contenedores, prevén las autoridades.
La ciudad tiene que introducir camiones adaptados para levantar los contenedores y vaciarlos. Hasta ahora la recogida se hace manualmente, bolsa por bolsa.
Estos trabajadores “merecen una solución que proteja sus cuerpos” de lesiones, como todos los neoyorquinos “merecen una solución que limpie sus calles”, señaló la comisaria de Saneamiento, Jessica Tisch.
Desde el cierre del vertedero más grande del mundo en 2001, en Staten Island, toda la basura de la ciudad va a parar a una red de instalaciones de conversión de residuos en energía y vertederos de otros estados situados a centenares de kilómetros, como Carolina del Sur.
“Nadie quiere estar cerca de una estación de procesado de basura”, justificó Cohen.
Mientras tanto, este experto en políticas de sostenibilidad medioambiental espera un cambio de paradigma para convertir la basura en la “nueva minería” y en fuente de energía con ayuda de la inteligencia artificial. Hasta ahora se recicla “menos del 10%”, apuntó.
Con menos del 3% de los desechos orgánicos reciclados, la ciudad ya ha empezado a poner también en marcha un plan para equipar con contenedores especiales para compost, que será obligatorio a partir del próximo año.
“Todos los residuos alimentarios se reciclarán, bien para convertirlos en compost o para un digestor anaeróbico, que los convierte en metano o en abono nitrogenado”, dijo Cohen.
“Lleva tiempo que la gente aprenda otras formas de hacer las cosas”, pero aunque tarde “creo que se conseguirá”, afirmó, optimista. Y concluyó: “Cualquier cambio tan grande, con una ciudad de este tamaño tardará varios años antes de que realmente se vea”.
(Con información de AFP)