¿Te has preguntado alguna vez cómo sabe un melón de USD 120? Bueno, parece ser que para descifrar este enigma no hace falta ya lanzarse en un vuelo directo a Japón. Si vives en Estados Unidos, puedes degustar lo que muchos consideran una de las mejores frutas del mundo sin moverte de tu sofá: Ikigai Fruits ha llegado para que agricultores japoneses puedan enviar directamente a los consumidores estadounidenses sus preciados productos, desde fresas hasta melones, lo cual desató la euforia de los paladares más exigentes (entre aquellos con los bolsillos más abultados, se sobreentiende).
Mientras Japón ve cómo la juventud le da la espalda a la agricultura, y asiste al declive de una industria valorada en USD 60.000 millones en 2020, ahora busca conquistar el mercado internacional, con el ambicioso objetivo de llegar casi la mitad en 2050.
Los precios, oh, los precios son de esos que te dejan preguntándote si las frutas vienen con pasaje de regreso a Japón incluido. Hablamos de desembolsar desde USD 89 por aproximadamente medio kilo de fresas Kotoka, hasta USD 780 por un trío de cajitas que parecen más bien cofres del tesoro llenos de preciadas joyas.
¿Por qué este frenesí por la fruta de lujo? Porque el sabor vende. Durante décadas, los supermercados priorizaron la apariencia y la vida útil sobre el sabor. Pero eso está cambiando. Desde manzanas Cosmic Crisp hasta remolachas Badger Flame, los consumidores están dispuestos a pagar más por frutas y verduras de diseño. Las ventas de productos agrícolas premium se dispararon un 31% desde 2018, informó The Wall Street Journal.
Trasfondo de esta fascinación por el lujo botánico es la cultura shokunin japonesa, esa dedicación obsesiva al arte de perfeccionar un oficio, desde construir muebles hasta cocinar el arroz del sushi (que lleva 10 años de entrenamiento). De hecho, los agricultores de melones corona —esos de pulpa verde eléctrico que suelen coronar una cena omakase de alto nivel— pasan aproximadamente dos años adiestrando sus manos para prodigar masajes a sus frutas y practicar la técnica de “un árbol, una fruta”. Un par de melones Yubari King se vendieron —atención, dato verificado por Bloomberg Businessweek— por USD 45.000 en 2019. ¿Acaso hemos llegado ya a la locura colectiva?
Sin embargo, el empeño japonés por sacralizar el cultivo de frutas ha comenzado a tentar también el terreno estadounidense. Oishii ha creado en Nueva Jersey la granja vertical de fresas más grande del mundo, donde cada día se convierte, por el esfuerzo humano, el día perfecto para el cultivo de Omakase Berries. Sensibles al sol, al calor, al aire seco y a las plagas, estas frutas requieren un ambiente controlado en invernadero. Hiroki Kogaco, apasionado cofundador de la empresa, ha sido capaz de recrear las condiciones idílicas que elevan el precio de sus fresas a más de USD 6 la unidad.
Pero hablemos de Corea del Sur y sus On Berries, otro competidor en este frenesí de los frutos premium, que debutó en la costa este de los Estados Unidos con su variedad Gold Berry, aplaudida por su dulzura casi de caramelo. Parece ser que los postres de alta cocina en Nueva York tienen un nuevo ingrediente estrella.
La pregunta que surge entonces, y que tal vez nos perturbe en nuestras noches de insomnio, es: ¿hasta dónde estamos dispuestos a ir por una experiencia de sabor única? Si el futuro del lujo se encuentra en la ingeniería genética y las técnicas agrícolas obsesivamente perfeccionadas, tal vez los USD 120 dólares por un melón no suenen tan descabellados después de todo.
O quizás solamente hemos perdido la cabeza.
Una cosa es segura: en esta era de frutas de diseño y vegetales estrella, el único límite parece ser nuestra propia curiosidad (y, por supuesto, nuestra disponibilidad de gastar en ellos).
Al final del día, entre mordiscos de una fresa que cuesta más que un almuerzo completo, uno no puede evitar preguntarse: ¿acaso esta era del lujo comestible, que combina la pasión por lo extraordinario con el deseo de lo inusitado, no tiene en realidad un sabor amargo a extravagancia?