La biología de la resurrección, un concepto que podría sugerir escenarios sacados de ciencia ficción como los de Jurassic Park, está cobrando un impulso considerable en laboratorios alrededor del mundo. Este campo de la ciencia está dedicado a la reconstrucción de cadenas moleculares y organismos complejos que alguna vez estuvieron vivos, con aplicaciones que van desde la medicina hasta la posibilidad de revivir especies extintas.
Uno de los proyectos más asombrosos se lleva a cabo en la Universidad de Aix-Marseille. El profesor Jean-Michel Claverie y su equipo han logrado resucitar un virus inactivo durante 30 mil años. Este avance podría sentar un precedente alarmante sobre el riesgo potencial de patógenos largamente dormidos, especialmente ahora que el deshielo del permafrost ártico, acelerado por el calentamiento global, amenaza con liberarlos, según la fuente de CNN.
Claverie, recurriendo a muestras de permafrost siberiano, ha aislado cepas de virus antiguos que infectan a amebas, evidenciando que virus similares podrían resistir milenios y luego retornar a la actividad, infectando a sus huéspedes originales. Estos estudios podrían redefinir nuestra comprensión de las amenazas víricas y su impacto en la salud pública.
La búsqueda de soluciones contra las superbacterias resistentes a los medicamentos ha llevado a científicos como César de la Fuente de la Universidad de Pennsylvania a rastrear el pasado en busca de nuevas armas. De la Fuente usa técnicas computacionales para examinar la información genética de criaturas extintas y hallar compuestos con potencial antibacteriano.
Ya se han identificado moléculas prometedoras procedentes de parientes humanos extintos y animales de la era glacial. Este enfoque podría ser clave en la batalla contra las superbacterias, que, según la Organización Mundial de la Salud, están asociadas con casi 5 millones de muertes anuales.
Asimismo, la aceleración de las extinciones ha suscitado interés en la “deo-extinción”, o resurrección de especies perdidas. Colossal Biosciences, una startup de biotecnología y genética, declaró en enero su intención de revivir al dodo, una idea que va más allá de los límites actuales de la ciencia.
Con técnicas de edición genética y biología sintética, busca no solo resucitar al mamut lanudo y al tigre de Tasmania, sino también a la peculiar ave no voladora que habitó Mauricio hasta el siglo XVII.
Genetistas de Colossal Biosciences trabajan en la edición de células germinales de la paloma Nicobar, pariente vivo más cercano del dodo, con el fin de lograr que estas células puedan expresar rasgos físicos de la extinta ave y reproducirse en un híbrido de pollo. Aunque el objetivo es ambicioso y colmado de desafíos tanto técnicos como éticos, podría abrir un capítulo novedoso en la conservación de la biodiversidad.
Por otro lado, en el museo Moesgaard de Dinamarca, los visitantes pueden ahora oler el bálsamo de la momificación egipcia, reconstruido tras análisis exhaustivos conducidos por Barbara Huber del Max Planck Institute.
Estudios de la composición química en frascos canopos revelaron una combinación de cera de abejas, aceites, grasas animales y resinas, entre otros compuestos, que han permitido reconstruir la fragancia utilizada hace 3.500 años para embalsamar a la noble egipcia Senetnay. Esta experiencia sensorial vincula el pasado con el presente de manera inédita, proporcionando una conexión olfativa con la antigüedad.
La biología de la resurrección enfrenta, por ende, desafíos científicos y cuestiones éticas transcendentales. ¿Cómo manejar el resurgimiento de organismos y patógenos antiguos? ¿Debe la ciencia intentar restaurar especies extintas?
Estos avances no solo tienen implicaciones médicas, sino que también reconfiguran nuestro entendimiento de la historia y la evolución. Con cada descubrimiento se entrelazan más estrechamente la ciencia, la ética y la filosofía sobre la vida y nuestro legado en este planeta.