A Andrés Oppenheimer le llamó la atención una paradoja que define centralmente el ánimo de la sociedad contemporánea: a pesar de que la gente vive más y mejor, la felicidad global está en declive. En su nuevo libro, ¡Cómo salir del pozo!, que presenta en Miami Book Fair en la tarde del 14 de noviembre, en diálogo con Don Francisco, el periodista citó una encuesta de Gallup realizada en 137 países: el porcentaje de personas que dicen ser infelices aumentó, del mismo modo que el de aquellas que se sienten frustradas.
En menos de 20 años, el estrés pasó de ser un problema de la cuarta parte de la población alcanzar a la tercera parte. Y esa tendencia precede la pandemia, como atestigua el ascenso de populismos, del Brexit en el Reino Unido a la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, en 2016, al surgimiento de líderes populistas en América Latina, Europa y Asia.
El crecimiento económico, que viene con mejoras en la salud y la educación, es un componente clave del bienestar, pero no garantiza la felicidad, argumenta ¡Cómo salir del pozo! “Hay mucha gente que no es pobre, pero es infeliz”, resumió Oppenheimer. “El derrumbe de las ideologías tras la disolución de la Unión Soviética a fines del siglo XX y el gradual desplome de las religiones tradicionales (que en muchos casos han permanecido encajonadas en los rituales y alejadas de la modernidad) han dejado a cientos de millones de personas sin una brújula moral, una comunidad y un sentido de propósito”.
A eso hay que sumarle la revolución tecnológica, que transformó el mundo del trabajo, y las nuevas formas de comunicación surgidas con las redes sociales, que reducen el contacto humano directo. El autor de Cuentos chinos, ¡Sálvese quien pueda! y Crear o morir se interesó en el tema —y tanto que la investigación le llevó seis años y casi una vuelta al mundo— y su nuevo libro analiza cómo esta “ola mundial de descontento” se siente en la vida personal y en la comunitaria, en las empresas y en las escuelas, y qué hacer para contrarrestarla.
—En un momento de desesperanza, un libro sobre la felicidad puede ser lo que mucha gente ansía leer pero también puede ser aquello de lo que se sienten más lejos. ¿Qué expectativas tenía al abordarlo?
—Confieso que tenía un poco de miedo al escribirlo, pero tuve la grata sorpresa de que a comienzos de noviembre ya estaba en el primer puesto del ranking de Amazon en España y en Mexico. Creo que es porque no está escrito como un ensayo teórico sino que narra un viaje bastante ameno por el mundo para ver qué cosas prácticas están haciendo los países, las empresas y las escuelas con mayor felicidad que les permite aumentar la satisfacción de vida. Hay muchos libros teóricos sobre el tema, pero muy pocos sobre las políticas concretas que se están llevando a cabo para combatir el descontento y aumentar la felicidad. En particular en el mundo hispanoparlante no se conoce mucho de lo que están haciendo otros países en ese sentido.
—Comenzó la investigación sobre la felicidad con escepticismo, pero terminó convencido de su importancia. ¿Puede citar un par de ideas que hayan marcado ese cambio en su perspectiva?
—Sigo siendo escéptico sobre muchos predicadores de la felicidad, como los presidentes populistas de México y Colombia, que se escudan en una presunta felicidad de sus pueblos para justificar sus propios fracasos en lograr un crecimiento económico. Pero en otros países, como Finlandia, Dinamarca, el Reino Unidos, India y Bután, encontré que se hacen cosas fantásticas para aumentar la satisfacción de vida. Me pareció excelente, por ejemplo, una de las cosas que hacen en el Reino Unido: le preguntan a la gente varias veces por año cuán satisfecha está con su vida en una escala del uno al 10, y en base a esos datos detectan focos de infelicidad, por ejemplo una cuadra o un barrio, y entonces centran sus políticas públicas en esos lugares: clubes de ajedrez, clases de literatura o partidos de “futbol caminando” para mayores de 50 años para que la gente tenga acceso a más actividades comunitarias.
—En el libro usted resaltó mucho las actividades comunitarias. ¿Por qué?
—Son importantísimas. En Dinamarca, Finlandia y otros países escandinavos, que salen en los primeros puestos en el ranking anual del Informe Mundial sobre Felicidad, son uno de los pilares de la satisfacción de vida. Todo el mundo allí tiene alguna actividad comunitaria casi a diario: desde clases de canto hasta grupos para proteger a las ballenas. En Dinamarca, me enteré que ese país de apenas seis millones de habitantes tiene tres veces más grupos de coleccionistas de estampillas que México, que tiene unos 130 millones de habitantes.
Políticas de la felicidad
El libro tiene casos novedosos del crecimiento de este enfoque en la felicidad como un factor medible y abordable. En Miami, donde vive Oppenheimer, la Universidad Internacional de Florida (FIU) otorga el certificado de Chief Happiness Officer, director de Felicidad, en su Escuela de Hospitalidad. “El número de compañías con ‘directores de felicidad’ o ‘directores de bienestar’ se disparó después de la pandemia de covid-19, cuando millones de trabajadores en Estados Unidos decidieron no regresar a sus empleos anteriores después de descubrir, durante las cuarentenas, que eran más felices trabajando remotamente”, ilustró ¡Cómo salir del pozo!
En Dinamarca hay más de 101.000 asociaciones activas alrededor de las cuales la gente se reúne para hacer todo tipo de actividades y existe un Museo de la Felicidad fundado por el Instituto de Investigaciones de la Felicidad, un centro de ciencias políticas donde se buscan ”nuevas fórmulas para aumentar el bienestar”.
El danés tiene distintas palabras para nombrar la felicidad y una de ellas, hygge, describe “el placer que dan las cosas simples y no pretensiosas —como prender una vela, tomar un café o platicar con un amigo— y que se ha convertido en una de las principales características de su cultura”, explicó el periodista de The Miami Herald y CNN en Español en su libro.
Dado que el trabajo es una fuente importantísima de desdicha y estrés —¡Cómo salir del pozo! cita una encuesta de Gallup: sólo 20% de la gente se siente estimulada por su trabajo, 62% se siente indiferente y 18% se siente miserable— muchos países, tras la hibridación que acompañó la pandemia, prueban la semana de cuatro días.
“En 2023, había 18 países en los que se habían aprobado o se estaban debatiendo normas para adoptarla”, contó Oppenheimer en el libro. “Entre los que lo han hecho de manera permanente están Bélgica, Emiratos Árabes Unidos y Lituania. Bélgica aprobó a fines de 2022 una ley que comprime la semana laboral a cuatro días, pero exige que la gente trabaje el mismo número de horas que antes”.
Otro caso interesante es el del “capitalismo consciente”: algunas empresas establecen estándares éticos —tratan bien a sus empleados, apoyan causas ecologistas o toman posición como las 450 multinacionales se retiraran de Rusia tras la invasión a Ucrania— porque descubrieron que les conviene económicamente: reducen sus gastos de marketing porque mejoran su imagen, tienen menos rotación de empleados porque los retienen más fácilmente, tienen mejor productividad porque la gente está más motivada y es más creativa.
—A lo largo de seis años de investigación reunió muchísimo material. ¿Cómo eligió los ejemplos que llegaron al libro?
—Hay docenas de cosas nuevas que descubrí en este viaje por el mundo en busca de nuevas estrategias para aumentar la felicidad. Algunas de las que más me impresionaron fueron las clases de felicidad que vi en las escuelas públicas de India, la medición de la felicidad que vi en el Reino Unido y Bután como herramientas para diseñar políticas publicas, los recetadores sociales que entrevisté en Inglaterra y la forma en que le enseñan a los niños a combatir la corrupción en Nigeria.
Clases y prescripciones para la felicidad
—¿Como son las clases de felicidad en India?
—Cuando fui a las clases de felicidad que dan en todas las escuelas públicas de Nueva Delhi, me quedé maravillado. ¡Había pensado que era un chiste! Las clases de felicidad se dictan todos los días de la semana. Les enseñan a los niños a meditar, y un día por semana, a tolerar los fracasos. Por ejemplo, la maestra les cuenta que Lionel Messi llevaba invicto más de 30 partidos con la selección argentina cuando llegó al Mundial de Qatar, y perdió su primer partido contra Arabia Saudita, un equipo muy flojo. Les cuenta que Messi dijo que había sido un golpe muy duro, pero que el equipo ya había dado vuelta la página y se concentraba en su próximo partido... Y terminaron ganándolo, y todo el mundial. Los niños cuentan sus recientes fracasos y cómo se sobrepusieron, los discuten en clase y hacen tareas al respecto. Así se familiarizan desde pequeños con la idea de que uno se cae y se levanta muchas veces en la vida.
—¿Qué le impresionó del caso de los recetadores sociales del Reino Unido?
—Son funcionarios cada vez más importantes en el sistema de salud. Según me contaron en Londres, un 20% de la gente que va a un hospital no necesita una receta médica, sino una receta social, o sea una actividad comunitaria para aumentar su satisfacción de vida. Los médicos refieren a esos pacientes al recetador social de cada hospital, que tiene una base de datos con mas de 10.000 grupos comunitarios. No sólo te encuentra un grupo de cine o de coleccionistas estampillas cerca de tu casa, sino que llama al director para asegurarse de que te reciban bien, y después te llama para ver si te sentiste a gusto, y te da seguimiento. Eso le hace la vida más entretenida a mucha gente, reduce la depresión y le ahorra al estado millones en consultas hospitalarias.
—¿Por qué importa enseñarles a los niños sobre la corrupción?
—Porque causa estragos que obstaculizan la felicidad. Nigeria es un país tan corrupto como muchos de los nuestros. Una ONG, llamada Step Up Nigeria, hace cosas fantásticas para enseñarles desde muy pequeños a combatir la corrupción. Según me contó su directora, no lo hacen pontificando sino con casos de la vida cotidiana. Por ejemplo, la maestra le plantea a los niños el caso de un campeonato de fútbol en una escuela, en que deben jugar los alumnos del primer grado A contra los del primer grado B, y el árbitro es el padre de uno de los niños del A. Entonces analizan en la clase si puede ser neutral el árbitro de ese partido, y los niños deben escribir como tarea un ensayo para responder a esa pregunta. Con otros ejemplos parecidos, se los familiariza desde pequeños con el concepto de conflicto de intereses.
Recetas contra el pesimismo latinoamericano
Oppenheimer dedicó un capítulo de ¡Cómo salir del pozo! al pesimismo latinoamericano. Si bien se lo puede entender como algo cultural —citó desde la famosa frase de Simón Bolívar, “He arado en el mar”, hasta letras tristísimas de bolero, tango y bossa nova— hay algo que tiene que ver con la realidad. Ofreció los datos de un estudio del Pew Research Center hecho en 38 países: un alto porcentaje de vietnamitas (88%), indios (69%) y surcoreanos (68%) creen que su calidad de vida ha mejorado, mientras que los latinoamericanos mostraron cifras mucho menores: solo el 27% en Colombia, 23% en Argentina, 13% en México y 10% en Venezuela perciben mejoras.
Ante el enfriamiento de la economía china y las tensiones políticas con Estados Unidos, el offshoring ha perdido peso. Eso abre una oportunidad propicia para América Latina, según Oppenheimer, si sus líderes pueden entenderlo, y el impacto de la mejoría económica en la felicidad todavía puede ser muy alto en la región. “Los presidentes de los tres países más grandes de América Latina —México, Brasil y Argentina— merecen la medalla de oro a la incompetencia: están perdiendo la mayor oportunidad en generaciones para aumentar el crecimiento económico y reducir la pobreza” escribió en una columna poco después de que Apple anunciara que iba a sacar de China la fabricación del iPhone, que se derivó a India y Vietnam.
—Hay quienes, como el presidente de México o el presidente saliente de Argentina, dicen que lo importante no es el crecimiento económico sino la felicidad. Pero eso es un disparate. Lo dicen para justificar la falta de crecimiento económico bajo sus gobiernos. En todos los países más felices del mundo que recorrí para escribir este libro me dijeron que no se puede ser feliz si uno no tiene cubiertas sus necesidades básicas. El crecimiento económico es indispensable.
—¿Pero no suficiente?
—Tiene que ir de la mano con nuevas políticas para combatir la desesperanza a nivel nacional, empresarial y educativo. De otra manera, nos vamos a hundir cada vez más en el pozo. Es algo posible, basta mirar los ejemplos que di: todas estas cosas no son muy costosas, podríamos empezar a aplicarlas en nuestros países.
El libro cierra con “10 recetas para salir del pozo”, una suerte de conclusión que es, ante todo, una lista de aquello que tienen los países con las poblaciones más felices o con mayores políticas públicas a favor de la felicidad: hacer crecer la economía, vivir en democracia, combatir la corrupción, dar clases de felicidad en las escuelas, medir la felicidad, tener un propósito, aumentar las actividades comunitarias, aumentar los espacios verdes, reducir la obsesión con el estatus y mirar hacia delante.
Andrés Oppenheimer en Miami Book Fair
El periodista presentará ¡Cómo salir del pozo! en conversación con Mario Kreuzberg, el famoso Don Francisco.
Cuándo: martes 14 de noviembre, 7pm
Dónde: Edificio 2, Sala 2106 del Campus Wolfson del Miami-Dade College, en Downtown Miami (300 NE Second Ave, Miami, FL 33132)
Evento gratuito