Una pequeña porción de extrema derecha, de la mayoría republicana, se unió esta semana a una robusta mayoría de demócratas, 216, en la Cámara de Representantes y destituyeron a Kevin McCarthy, el presidente del organismo y tercer hombre en la sucesión del poder detrás del presidente Joe Biden y el titular del Senado. Una maniobra inédita que se puede volver como un boomerang sobre la Casa Blanca y todo el sistema político, complicar los próximos meses del gobierno y hasta llevar a Donald Trump a ocupar el puesto del destituido.
Fue básicamente una traición del llamado “Caucus de la Libertad”, el ala derecha más extrema del Partido Republicano, que encabezó el representante Matt Gaetz, de Florida. Ya se la tenían jurada a McCarthy porque lo consideraban “demasiado moderado” y había expresado sus dudas sobre algunos comportamientos de Trump, aunque siempre votó y se mostró como un halcón dentro del partido. No lo querían cuando se postuló para reemplazar a la líder histórica de la Cámara, la demócrata Nancy Pelossi. En ese momento lo obligaron a someterse a 15 votaciones antes de darle el respaldo. La ira de los “libertarios” –en la jerga de Washington los llaman “los del Caucus disfuncional”- estalló el sábado pasado cuando McCarthy acordó con los demócratas y evitó el cierre parcial del gobierno hasta el 17 de noviembre.
Gaetz, de 41 años, que se define como “nacido para la pelea” y repite el eslogan trumpista de “drain the swamp”, drenar la ciénaga que supuestamente constituye el poder político de Washington, tiene sobre su espalda varias acusaciones por un affaire con una menor en el Capitolio y desmanejos de fondos. Sabe que no va a poder ser el reemplazante del hombre que empujó al abismo, pero se coloca en buena posición para serlo si Trump regresa a la Casa Blanca. Ni él ni sus ocho colegas que lo apoyaron para destituir al primer presidente de la Cámara en perder la confianza del Congreso en los 234 años de democracia estadounidense tienen un plan en concreto. Cuando Jake Tapper, de la CNN, le preguntó el jueves al representante Tim Burchett de Tennessee, uno de los ocho, cómo seguía el proceso, su respuesta fue sorprendente: “No tengo ni la más remota idea, hermano”. Lo dijo el propio Tapper al cerrar el programa: “Pareciera que sólo quieren sembrar el caos”.
Los radicales del Partido Republicano –un bloque mucho mayor que la pequeña facción que votó para desbancar a McCarthy– exigen una purga masiva del gasto público. Estaban dispuestos a destrozar la economía o a suspender el pago de los sueldos a los soldados. Sobre todo, quieren acabar con la ayuda militar a Ucrania cuando se discute el último paquete de 6.000 millones de dólares que propone Biden. Todo este proceso volverá a desatarse a mediados de noviembre cuando termine la tregua posibilitada por McCarthy y regrese el fantasma del cierre del gobierno.
Habrá que ver si para entonces la Cámara tiene un líder. Troy Nehls, representante republicano de Texas, se apresuró a nominar para el puesto a Donald Trump. Nada impide que el ex presidente pueda ocupar ese lugar si es elegido por las tres cuartas partes de los representantes. “El presidente Trump, el mejor presidente de mi vida, tiene un historial comprobado de poner a Estados Unidos primero y hará que la Cámara vuelva a ser grandiosa”, dijo Nehls ante los azorados periodistas. Trump confirmó que “varias personas” se le habían acercado para ofrecerle el puesto. Nunca antes sucedió y es improbable que suceda ahora, pero el revuelo le suma puntos a Trump y sus halcones del Congreso. Por lo pronto, Trump deslizó que el martes próximo podría concurrir a la sesión en la que se realice la primera votación para elegir al sucesor.
“Tenemos que cambiar la atmósfera envenenada de Washington”, fue la respuesta de Biden. “Sé que tenemos fuertes desacuerdos, pero tenemos que dejar de vernos como enemigos. Tenemos que hablar, escucharnos y trabajar juntos. Y podemos hacerlo”. Retórica que muy pocos escuchan. El país está más dividido que nunca, particularmente por los cuatro grandes juicios que está enfrentando Donald Trump con 91 cargos en su contra que van desde sedición hasta fraude electoral. Y el ex presidente aprovecha cada comparecencia ante los tribunales para hacer grandes actos de campaña. El miércoles, apenas unas horas después de la destitución del presidente de la Cámara de Representantes, Trump –que no tenía ninguna obligación de estar en el juicio- se paró ante la oficina del juez para denigrarlo porque le había prohibido hablar a la prensa sobre el proceso. “Está dirigido por los demócratas”, afirmó. “Todo nuestro sistema es corrupto. Esto es corrupto. Atlanta está corrupta. Y lo que sale de Washington es corrupto”.
En el camino, durante los últimos días, Trump amenazó con investigar a NBC News por “traición” si volvía al cargo, se burló del marido de Nancy Pelosi, que sufrió un grave atentado en su casa, pidió que se disparara sin mayor miramiento a los que protagonizan saqueos en las tiendas e insinuó que el general Mark A. Milley, ex jefe del Estado Mayor Conjunto, debía ser ejecutado por traidor.
“Para muchos observadores nacionales y extranjeros, el American way ya no parece ofrecer un ejemplo de democracia representativa eficaz. Por el contrario, se ha convertido en un ejemplo de desorden y discordia, que premia el extremismo, desafía las normas y amenaza con dividir aún más a un país polarizado”, escribió Peter Baker, el corresponsal en la Casa Blanca del New York Times. Y Daniel Ziblatt, profesor de Harvard que publicó recientemente “La tiranía de la minoría” junto a su colega Steven Levitsky, una secuela de su libro seminal, “Cómo mueren las democracias” cree que “esta es una democracia a punto de salirse de control”. Y agregó: “Es la consecuencia de que uno de los principales actores políticos del proceso democrático no acepte las reglas básicas del juego”. También vinculó todo a procesos similares como el de Jair Bolsonaro en Brasil y el de Javier Milei en Argentina.
Y en todos lados es lo mismo, la insatisfacción con la situación social y económica. La última vez que la mayoría de los estadounidenses se declararon satisfechos “con la forma en que van las cosas en Estados Unidos” en las encuestas de Gallup fue en enero de 2004, hace casi dos décadas. La misma e histórica Gallup marca que menos de la mitad de los estadounidenses expresan confianza en la policía, el sistema médico, la religión organizada, la Corte Suprema, los bancos, las escuelas públicas, la presidencia, las grandes empresas tecnológicas, los sindicatos, los medios de comunicación, el sistema de justicia penal, las grandes empresas o el Congreso. Se registraron descensos significativos en 11 de las 16 instituciones que analiza. Sólo las pequeñas empresas y el ejército obtuvieron más del 50% de apoyo.
Otra encuesta realizada en junio por Associated Press-NORC Center for Public Affairs Research reveló que el 49% de los estadounidenses cree que la democracia no funciona bien en Estados Unidos, frente al 40% que afirma que sólo funciona algo bien y sólo el 10% que cree que funciona muy bien o extremadamente bien.
Robert Gates, que fue secretario de Defensa tanto del republicano George W. Bush como del demócrata Barack Obama, advirtió la semana pasada en un ensayo que publicó en la revista Foreign Affairs titulado “La superpotencia disfuncional” que tanto el ruso Vladimir Putin como el chino Xi Jinping “están interpretando los problemas de Estados Unidos de forma peligrosa”. Ambos líderes, escribió, están convencidos de que democracias como la estadounidense “han pasado su mejor momento y han entrado en un declive irreversible”, y esto se evidencia en su creciente aislacionismo, polarización política y conflicto interno. “La disfunción ha hecho que el poder estadounidense sea errático y poco fiable”, escribió Gates, “invitando prácticamente a autócratas propensos al riesgo a hacer apuestas peligrosas, con efectos potencialmente catastróficos”.
Inmediatamente después de conocerse la noticia de la destitución de McCarthy, Gates escribió en X, la ex Twitter: “Los acontecimientos de los dos últimos días sólo han subrayado lo real que es la disfunción.”
El peligro real para el sistema político washingtoniano es que con la inédita situación queda abierta como una herida expuesta la posibilidad de que el reemplazante de McCarthey sea un republicano aún más radicalizado y que quiera hacer “un servicio a Trump” provocando el caos con el cierre del gobierno justo cuando el Congreso comienza su receso de Navidad. Ya lo intentaron otras veces y ahora hay rumores en los pasillos del Capitolio de que esa podría ser la jugada propiciada por Trump. El ex presidente que encabeza las encuestas de la interna republicana superando por 40 puntos a su próximo rival y no participa de los debates de la primaria, seguirá haciendo su campaña desde los tribunales. Y cuanto más caos, mejor para su estrategia. No tendrá ningún problema en ser el Grinch que se robe la próxima Navidad.