Por qué “la democracia muere en la oscuridad”, según Martin Baron

El ex editor ejecutivo del diario The Washington Post se refirió a la campaña que ese medio lanzó en la presidencia de Donald Trump y a los desafíos que enfrentó durante esa administración

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'Democracy Dies in Darkness': el comercial del Super Bowl 2019

Martin Baron es sinónimo de periodismo de calidad. Pero también es reconocido internacionalmente por ser un tenaz defensor de los derechos humanos y la democracia. Sus investigaciones y su profesionalismo lo llevaron a lo más alto de la profesión, hasta dirigir por ocho largos años nada menos que The Washington Post, uno de los diarios más influyentes no sólo de los Estados Unidos, sino del mundo.

En una reciente columna escrita para The Atlantic, Baron se refirió a una de las campañas de marketing más importantes que encaró durante los difíciles años al frente de ese periódico que coincidieron con la presidencia de Donald Trump, enemistado con el medio por el enfoque y las críticas que recibía su administración por parte de sus redactores y editorialistas. La campaña se conoció en todo el globo como “Democracy dies in darkness” (La democracia muere en la oscuridad) y fue relanzada nada menos que durante el Super Bowl de febrero de 2019. La voz que narraba el texto del comercial era inconfundible: Tom Hanks.

“El anuncio destacaba el sólido y a menudo valiente trabajo realizado por los periodistas del Post y de otros medios -incluido Bret Baier, de Fox News- porque nos esforzábamos por señalar que no se trataba sólo de nosotros y no se trataba de una declaración política”, escribe Baron. El anuncio, con la inconfundible voz de Hanks, señalaba los atributos más básicos del periodismo: que se dedicaba a reunir los hechos para llevar al lector la historia. “Saber nos empodera. Saber nos ayuda a decidir. Saber nos mantiene libres”, decía el galardonado actor.

Pero Baron recuerda lo que significó ese anuncio para la Casa Blanca de entonces. “Incluso esa simple idea fundacional de la democracia fue un paso demasiado lejos para el clan Trump”, dijo el periodista en su columna y ejemplificó con la verborragia que expresó de inmediato el hijo del presidente, Donald Trump Jr, en Twitter, poniendo en duda la credibilidad del medio por haber gastado dinero en esa publicidad.

La campaña “Democracy dies in darkness” fue puesta en marcha dos meses después del comienzo de la presidencia de Trump. Esa frase se colocó debajo del logo del diario. Pero causó impacto. Figuraba tanto en el papel como en la web. Era imposible no verlo y pensar en la administración a cargo. “Tal como lo concibió el propietario del periódico, Jeff Bezos, no se trataba de un eslogan, sino de una ‘declaración de misión’. Y no se refería a Trump, aunque sus aliados lo interpretaran así. La elaboración de una declaración de objetivos llevaba dos años en preparación, antes de que Trump asumiera el cargo. Que surgiera cuando lo hizo es testimonio del tortuoso proceso de idear algo suficientemente memorable y significativo que Bezos bendijera”, rememora Baron.

El ex editor periodístico del Post, continuó su relato: “Bezos, fundador y actual presidente ejecutivo de Amazon, compró The Washington Post en 2013. A principios de 2015, había expresado su deseo de encontrar una frase que pudiera encapsular el propósito del periódico: una frase que transmitiera una idea, no un producto; que encajara bien en una camiseta; que hiciera una reivindicación únicamente nuestra, dada nuestra herencia y nuestra base en la capital de la nación; y que fuera a la vez aspiracional y disruptiva. ‘No un periódico al que suscribirme’, como dijo Bezos, sino ‘una idea a la que pertenecer’. La idea: Amamos este país, así que le pedimos cuentas”.

“No es poca cosa dar con la frase adecuada. Y Bezos no era un observador distante. ‘En este tema’, nos dijo, ‘me gustaría ver cómo se hacen todas las salchichas. No os preocupéis por si es un buen uso de mi tiempo’. Bezos, tan obsesionado con las métricas en otros contextos, aconsejaba ahora deshacerse de ellas. ‘Creo que vamos a tener que usar el instinto y la intuición’. E insistió en que las palabras elegidas reconocen nuestra ‘misión histórica’, no una nueva. ‘No tenemos que tener miedo a la palabra democracia’, dijo; es ‘lo que hace único al Post’”, escribió Baron para The Atlantic.

Luego de semanas, meses y años de debates y de centenares de propuestas de frases, Bezos llegó con la elegida. Era septiembre de 2016 y todavía no se sabía quién podría llegar a la Casa Blanca. Democracy dies in darkness “había estado en nuestra lista desde el principio, y era una frase que Bezos había utilizado anteriormente al hablar de la misión del Post; él mismo la había oído de la leyenda del Washington Post Bob Woodward. Era una vuelta de tuerca a una frase de una sentencia de 2002 del juez del tribunal federal de apelación Damon J. Keith, que escribió que ‘las democracias mueren a puerta cerrada’”.

El ex director ejecutivo del
El ex director ejecutivo del Washington Post, Marty Baron, se dirige a la redacción, después de que el periódico ganara dos premios Pulitzer, en 2018 (AP)

La frase finalmente hizo su debut en febrero del año siguiente, a poco de asumir Trump. La reacción fue inmediata. Hasta medios chinos se hicieron eco de la declaración de principios que había elevado The Washington Post. “Merriam-Webster informó de un repentino aumento de las búsquedas de la palabra democracia. El presentador de The Late Show Stephen Colbert bromeó diciendo que algunas de las frases rechazadas habían incluido ‘No, cállate tú' y ‘Acabamos con Nixon, ¿quién quiere ser el siguiente?’. Los comentaristas de Twitter comentaron el ‘nuevo aire gótico’ del Post. El crítico de medios Jack Shafer tuiteó un puñado de sus propios ‘lemas rechazados del Washington Post’, entre ellos ‘Estamos realmente llenos de nosotros mismos’ y ‘La democracia se quema si no usa protector solar’”, contextualizó Baron.

Bezos no podía estar más emocionado. La declaración de intenciones estaba llamando la atención. ‘Es una buena señal ser objeto de sátira’, dijo un par de semanas después. Las cuatro palabras que coronaban nuestro periodismo habían llamado la atención sobre nuestra misión. Mucho peor habría sido un encogimiento de hombros colectivo. Al igual que otros en el Post, yo había cuestionado la conveniencia de asociar todo nuestro trabajo con la muerte y la oscuridad. Sin embargo, lo único en lo que podía pensar en ese momento era en la Oración de la Serenidad: ‘Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar’”, escribió el periodista.

Meses después del ruido ensordecedor que significó este lanzamiento, Trump accedió a un pedido que había hecho la cúpula del diario para tener una reunión. Fue una cena en la Casa Blanca. Fueron recibidos por el presidente, la primera dama Melania Trump y el yerno de Trump, Jared Kushner. Cuando estaban sentándose a la mesa, recuerda Baron, se publicó en el Post una historia sobre Kushner. El funcionario leyó su celular con las alarmas que no dejaban de sonar por la noticia que lo tenía en ese momento en la mayoría de las cadenas. Melania le susurró a Kushner: “Muy shakespereano... cenar con tus enemigos”. El jefe de la sección editorial, Fred Hiatt, de gran experiencia en el diario y que formaba parte de la comitiva empresaria, replicó de inmediato: “No somos sus enemigos”.

Una vez terminada la cena, el presidente volvió a tomar la palabra. Habló sobre su victoria electoral, se burló de sus rivales y pronosticó nuevos logros por cuatro años. “Y calificó a The Washington Post como el peor de todos los medios de comunicación, con The New York Times justo detrás en su ranking en ese momento”.

Trump, su familia y su equipo habían puesto al Post en su lista de enemigos, y nada iba a hacer cambiar de opinión a nadie. No habíamos sido serviles ni aduladores con Trump, y no íbamos a serlo. Nuestro trabajo era informar agresivamente sobre el presidente y pedir cuentas a su administración, como a todas las demás. En la mente del presidente y de quienes le rodean, eso nos convertía en la oposición”, explicó Baron.

El ex editor en jefe del Post continuó su relato de esos años de “hacer su trabajo”: “A Trump le beneficiaba políticamente ir más allá: no éramos solo su enemigo, éramos el enemigo del país. En su opinión, éramos traidores. Cuando llevaba menos de un mes en la presidencia, Trump había denunciado en Twitter a la prensa como ‘el enemigo del pueblo estadounidense’. Era un eco ominoso de la frase ‘enemigo del pueblo’, invocada por Joseph Stalin, Mao Zedong y el propagandista de Hitler, Joseph Goebbels, y desplegada con el propósito de reprimir y asesinar. A Trump no podría haberle importado menos la historia de ese lenguaje incendiario o cómo podría incitar a ataques físicos contra periodistas. Cada vez que me preguntaban sobre la retórica de Trump, mi respuesta era directa: ‘No estamos en guerra con la administración. Estamos trabajando’. Pero estaba claro que Trump nos veía a todos los que estábamos en esa mesa como sus enemigos, muy especialmente a Bezos, porque era el dueño del Post y, en la mente de Trump, movía los hilos... o podía moverlos si quería”.

Esa cena continuaba resonando en la cabeza de Baron. Sobre todo dos cosas. “En primer lugar, Trump gobernaría principalmente para conservar el apoyo de su base. En la mesa, sacó una hoja de papel del bolsillo de su chaqueta. Sobre su foto aparecía la cifra ‘47%’. ‘Esta es la última encuesta de Rasmussen. Puedo ganar con eso’. El mensaje era claro: ese nivel de apoyo, si mantenía los estados clave, era todo lo que necesitaba para asegurarse un segundo mandato. Lo que otros votantes pensaran de él, parecía decir, no importaría. En segundo lugar, su lista de quejas parecía ilimitada. Por encima de todos ellos estaba la prensa, y por encima de la prensa estaba el Post. Durante la cena, se burló de lo que había estado oyendo sobre nuestra historia sobre el abogado especial y su yerno, sugiriendo incorrectamente que alegaba blanqueo de dinero. ‘Es un buen chico’, dijo de Kushner, que en ese momento tenía 36 años y era padre de tres hijos, y estaba sentado allí mismo, a la mesa. El Post fue horrible, dijo Trump en repetidas ocasiones. Le tratamos injustamente. Cada vez que decía algo así, me golpeaba en el hombro con el codo izquierdo”.

Las consecuencias de la cena continuaron por unos días. Kushner por un lado tratando de acercarse al diario, pero sobre todo Trump, con su estilo. “Trump sería quien llamaría al móvil de Bezos esa misma mañana a las ocho, instándole a conseguir que el Post fuera ‘más justo conmigo’. Le dijo: ‘No sé si te involucras en la redacción, pero estoy seguro de que lo haces hasta cierto punto’. Bezos respondió que no y luego pronunció una frase que había estado preparado para decir en la propia cena si Trump se hubiera apoyado en él entonces: ‘Realmente no es apropiado... Me sentiría muy mal toda mi vida si lo hiciera’. La llamada terminó sin intimidaciones sobre Amazon pero con una invitación a Bezos para pedirle un favor. ‘Si hay algo que pueda hacer por ti’, dijo Trump”.

Pero esa aparente amabilidad duró apenas tres días. El acoso comenzaría de inmediato. “Los líderes del sector tecnológico se reunieron en la Casa Blanca para una reunión del Consejo Americano de Tecnología, que había sido creado por orden ejecutiva un mes antes. Trump apartó brevemente a Bezos para quejarse amargamente de la cobertura del Post. La cena, dijo, había sido aparentemente una pérdida de dos horas y media”.

“Más tarde, cuatro días después de Navidad, Trump pidió en un tuit que el Servicio Postal cobrara a Amazon ‘MUCHO MÁS’ por la entrega de paquetes, alegando que las tarifas de Amazon eran una estafa a los contribuyentes estadounidenses. Al año siguiente, intentó intervenir para obstruir a Amazon en su búsqueda de un contrato de 10.000 millones de dólares de computación en la nube del Departamento de Defensa. Bezos iba a ser castigado por no poner freno al Post”, recordó Baron. Las armas de Trump estaban a la vista y continuaría utilizándolas.

FOTO ARCHIVO: El logotipo de
FOTO ARCHIVO: El logotipo de la pancarta del periódico se ve durante la gran inauguración de la redacción del Washington Post en Washington 28 de enero de 2016. REUTERS/Gary Cameron/File Photo/File Photo

Baron relató cómo fue la respuesta que les dio Bezos, a sabienda que los rumores sobre una posible rendición podrían comenzar. “Mientras Trump trataba de apretar las tuercas, Bezos dejó claro que el periódico no tenía por qué temer que él capitulara. En marzo de 2018, al concluir una de nuestras reuniones de negocios, Bezos ofreció unas palabras de despedida: ‘Te habrás dado cuenta de que Trump no para de tuitear sobre nosotros’. El comentario fue recibido con silencio. ‘¡O puede que no te hayas dado cuenta!’, bromeó Bezos. Quería reforzar una afirmación que ya había hecho públicamente antes. ‘No estamos en guerra con ellos’, dijo Bezos. ‘Ellos pueden estar en guerra con nosotros. Solo tenemos que hacer el trabajo’. En julio de ese año, volvió a hablar sin que nadie se lo pidiera en una reunión de negocios. ‘No se preocupen por mí', dijo. ‘Sólo haced el trabajo. Y yo os cubro las espaldas’”.

“En mis interacciones con él, Bezos mostró integridad y agallas. Al principio de su mandato, mostró una apreciación intuitiva de que una brújula ética para el Post era inseparable de su éxito empresarial. Había mucho sobre Bezos y Amazon que el Post necesitaba cubrir e investigar enérgicamente, como el creciente poder de mercado de su empresa, sus prácticas laborales de mano dura y las ramificaciones para la privacidad individual de su voraz recopilación de datos. También estaba el anuncio de que Bezos y MacKenzie Scott querían divorciarse, seguido inmediatamente por un explosivo reportaje en el National Enquirer que revelaba que Bezos había mantenido una larga relación extramatrimonial con Lauren Sánchez, una antigua reportera de televisión y presentadora de noticias. Estábamos decididos a cumplir nuestras obligaciones periodísticas con total independencia, y lo hicimos sin restricciones”, dijo Baron.

Y siguió: El propietario del Post llegó a gustarme como ser humano y me pareció un personaje mucho más complejo, reflexivo y agradable de lo que se suele describir. Puede ser sorprendentemente fácil hablar con él: basta con no pensar en su patrimonio neto. Nos reuníamos cada dos semanas por teleconferencia y rara vez en persona. Durante la pandemia, nos vimos sometidos al sistema de videoconferencia de Amazon, llamado Chime. Las reuniones de una hora eran una lección de su pensamiento poco convencional, su humor irónico (“Este soy yo, entusiasta. A veces es difícil saberlo”) y sus fantásticos aforismos: “La mayoría de la gente empieza a construir antes de saber lo que está construyendo”; “Las cosas que todo el mundo sabe que van a funcionar, ya las está haciendo todo el mundo”. En una sesión, estábamos hablando de suscripciones de grupo para estudiantes universitarios. Bezos quería saber el tamaño del mercado. Mientras todos empezábamos a buscar en Google, Bezos intervino: “Oye, ¿por qué no probamos esto? Alexa, ¿cuántos universitarios hay en Estados Unidos?”. (Alexa sacó los datos del Centro Nacional de Estadísticas Educativas). En la conversación, Bezos podía ser ingenioso y autocrítico (“Nada me hace sentir más tonto que una viñeta del New Yorker”), reía con facilidad y planteaba preguntas penetrantes. Cuando un empleado del Post le preguntó si se uniría a la tripulación de su empresa espacial, Blue Origin, en uno de sus primeros lanzamientos, dijo que no estaba seguro. “¿Por qué no esperas un poco y ves cómo van las cosas?”. le aconsejé. “Eso”, me dijo, “es lo más bonito que has dicho nunca de mí”.

“La ciencia ficción -especialmente Isaac Asimov, Robert Heinlein y Larry Niven- ejerció una gran influencia en Bezos durante su adolescencia. Ha hablado de cómo su interés por el espacio se remonta a su afición infantil por la serie de televisión Star Trek. Star Trek inspiró tanto la Alexa activada por voz como el nombre de su holding, Zefram, tomado del personaje de ficción Zefram Cochrane, que desarrolló el ‘motor warp’, una tecnología que permitía viajar por el espacio a velocidades superiores a la de la luz. ‘La razón por la que gana tanto dinero’, dijo su novia del instituto, Ursula Werner, al principio de la historia de Amazon, ‘es para llegar al espacio exterior’”, escribió Baron.

Desde el momento en que Bezos adquirió el Post, dejó claro que su misión periodística histórica era el núcleo de su negocio. Llevaba en el periodismo el tiempo suficiente para presenciar cómo algunos ejecutivos -inmovilizados por las aplastantes presiones sobre la circulación, la publicidad y los beneficios- abandonaban la cultura periodística fundacional, rehuyendo incluso el vocabulario que utilizamos para describir nuestro trabajo. Muchos editores empezaron a llamar al periodismo “contenido”, un término tan vacío que yo aconsejé sarcásticamente sustituirlo por “cosas”. Los periodistas pasaron a llamarse “productores de contenidos” y los editores, “jefes de contenidos”. Bezos era de otra pasta.

Parecía valorar y disfrutar los encuentros con el personal de prensa en pequeños grupos, aunque fueran infrecuentes. Una vez, en una cena con algunos de los ganadores del Premio Pulitzer del Post, Bezos preguntó a Carol Leonnig, que había ganado por denunciar fallos de seguridad del Servicio Secreto, cómo conseguía que la gente hablara con ella cuando los riesgos para ellos eran tan altos. Tenía que ser un tema de comprensible curiosidad para el jefe de Amazon, una empresa que habitualmente rechazaba las preguntas de los periodistas con un “Sin comentarios”. Carol le dijo que era franca sobre lo que buscaba y que abordaba directamente los temores y motivaciones de las personas. La reputación del Post como medio de investigación serio y cuidadoso, le dijo a Bezos, tenía mucho peso entre las fuentes potenciales. Querían que se descubriera una injusticia o un delito, y necesitábamos su ayuda. El Post protegería su identidad.

En su larga columna, Baron explicó que la tradición de filtraciones anónimas en el gobierno de Estados Unidos es anterior a la era Trump, y sirve como canal crucial para que los periodistas obtengan información a puerta cerrada. La revelación pública por parte de las fuentes conlleva el riesgo de perder el empleo, sufrir descensos de categoría o incluso repercusiones legales. Este riesgo se intensificó cuando Donald Trump atacó a lo que denominó el “Estado profundo”, es decir, individuos del Gobierno que, en su opinión, trabajaban en su contra.

Mientras que las fuentes gubernamentales oficiales son ideales para los periodistas, las fuentes anónimas se han convertido en una parte integral de la información política en Washington. A pesar de las quejas de la administración Trump por ser injustamente objeto de filtraciones anónimas, ellos mismos eran expertos en la utilización de esta estrategia. Las luchas internas dentro de la administración a menudo conducían a filtraciones de altos funcionarios.

Al montar su administración de forma desorganizada, Trump nombró a menudo a personas que carecían de experiencia relevante o de colaboraciones previas. Este entorno caótico alimentó una mentalidad de supervivencia entre los funcionarios. También hubo quienes, dentro del Gobierno filtraron información como un acto de principios, escandalizados por la erosión de las normas de gobierno y la propagación de la desinformación.

FOTO DE ARCHIVO: El anuncio
FOTO DE ARCHIVO: El anuncio en la portada del diario The Washington Post sobre la venta del diario a Jeff Bezos, dueño de Amazon, en agosto de 2013 (AP)

Las críticas de Trump a las filtraciones anónimas no se centraron en la exactitud o el rigor de la información. A menudo calificaba las filtraciones desfavorables para él de invenciones, incluso cuando pedía que se investigaran esas fuentes supuestamente ficticias. Aprovechando la desconfianza generalizada en los medios de comunicación entre sus partidarios, pudo calificar esas filtraciones de traición, confundiendo así sus intereses personales con el bien público.

En el Post, el objetivo era llegar a los hechos, sin importar los obstáculos que Trump y sus aliados pusieran en nuestro camino. En enero de 2018, Dawsey informó que Trump, durante una discusión con legisladores sobre la protección de inmigrantes de Haití, El Salvador y países africanos como parte de un acuerdo de inmigración, preguntó: “¿Por qué tenemos a toda esta gente de países de mierda viniendo aquí?”. En marzo, Dawsey, Leonnig y David Nakamura informaron de que Trump había desafiado las advertencias de sus asesores de seguridad nacional de no felicitar al presidente ruso Vladimir Putin por ganar la reelección para otro mandato de seis años. “NO FELICITE”, advertía el material informativo que Trump pudo o no haber leído. Tal consejo debería haber sido innecesario en primer lugar. Al fin y al cabo, no habían sido unas elecciones justas. Destacados opositores fueron excluidos de la votación, y gran parte de los medios de comunicación rusos están controlados por el Estado. “Si esta historia es exacta, eso significa que alguien filtró los documentos informativos del presidente”, dijo un alto funcionario de la Casa Blanca que, como era habitual en una administración que condenaba las fuentes anónimas, insistió en el anonimato.

Sin duda, las fuentes a veces quieren el anonimato por razones innobles. Pero el anonimato es esencial para la legítima recopilación de noticias de interés público. Por si quedara alguna duda de por qué tantos funcionarios del Gobierno necesitan el anonimato para dar la cara -y por qué los medios de comunicación responsables les conceden el anonimato cuando es necesario-, la historia de la famosa llamada telefónica de Trump con el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky ofrece un instructivo estudio de caso.

Baron rememoró esa cobertura: “Pronto, un trío de reporteros de seguridad nacional del Post publicó un artículo que empezó a dar cuerpo al contenido de la denuncia. El artículo, escrito por Ellen Nakashima, Greg Miller y Shane Harris, citaba fuentes anónimas para informar de que la denuncia tenía que ver con ‘las comunicaciones del presidente Trump con un líder extranjero’. Se decía que el incidente giraba en torno a una llamada telefónica. Paso a paso, las organizaciones de noticias fueron desenterrando los hechos básicos: en una llamada telefónica con Zelensky, Trump había acordado efectivamente proporcionar 250 millones de dólares en ayuda militar a Ucrania -aprobada por el Congreso, pero inexplicablemente puesta en espera por la administración- sólo si Zelensky iniciaba una investigación sobre su probable enemigo demócrata en las elecciones de 2020, Joe Biden, y sus supuestas actividades en Ucrania. Este intento de extorsión llevaría directamente a la destitución de Trump, convirtiéndolo en el tercer presidente en la historia de Estados Unidos en ser acusado formalmente por la Cámara de Representantes de altos crímenes y delitos menores”.

FOTO ARCHIVO: Jeff Bezos, presidente
FOTO ARCHIVO: Jeff Bezos, presidente y CEO de Amazon y propietario de The Washington Post, habla en la "Milestone Celebration Dinner" del Economic Club of Washington DC en Washington, Estados Unidos, el 13 de septiembre de 2018 (Reuters)

“Todo el universo de aliados de Trump se esforzó por revelar la identidad del denunciante -haciendo circular ampliamente un nombre- con el rencoroso objetivo de someter a esa persona a un feroz acoso e intimidación, o algo peor. Otros que finalmente hicieron públicas sus preocupaciones, al responder a citaciones del Congreso y prestar testimonio bajo juramento, se convirtieron en blanco de ataques y burlas implacables”, escribió en The Atlantic el ex editor del Post. Los despidos se sucedieron. Uno a uno. La Casa Blanca convirtió aquella llamada con el líder ucraniano en una cacería de brujas. Los ataques al diario también se multiplicaron.

“No estamos en guerra con la administración. Estamos trabajando”. Cuando hice ese comentario, muchos colegas periodistas abrazaron con entusiasmo la idea de que no debíamos considerarnos guerreros, sino profesionales que nos limitábamos a hacer nuestro trabajo para mantener informado al público. Otros llegaron a considerar ingenua esa postura: cuando se ataca la verdad y la democracia, la única respuesta adecuada es ser nosotros mismos más fieros y desvergonzadamente belicosos. Un crítico externo llegó a calificar mi declaración de “atrocidad” cuando, tras mi jubilación, Fred Ryan, editor del Post, hizo colgar mi cita en la pared que daba a la redacción nacional del periódico.

Creo que los periodistas responsables deben guiarse por principios fundamentales. Entre ellos: debemos apoyar y defender la democracia. Los ciudadanos tienen derecho a autogobernarse. Sin democracia, no puede haber prensa independiente, y sin prensa independiente, no puede haber democracia. Debemos trabajar duro y honestamente para descubrir la verdad, y debemos contar al público sin tapujos lo que aprendemos. Debemos apoyar el derecho de todos los ciudadanos a participar en el proceso electoral sin impedimentos. Debemos respaldar la libertad de expresión y entender que un debate enérgico sobre política es esencial para la democracia. Debemos favorecer un trato equitativo para todos, conforme a la ley y por obligación moral, y abundantes oportunidades para que todos alcancen lo que esperan para sí mismos y sus familias. Debemos especial atención a los menos afortunados de nuestra sociedad, y tenemos el deber de dar voz a quienes de otro modo no serían escuchados. Debemos oponernos a la intolerancia y al odio, y oponernos a la violencia, la represión y el abuso de poder.

Por último, Baron se refirió a un debate extendido dentro del periodismo en torno al concepto de “objetividad”. “La objetividad, en mi opinión, debe mantenerse. Mantener esa norma no garantiza la confianza del público. Pero aumenta las probabilidades de que los periodistas se la ganen. El principio de objetividad ha estado bajo asedio durante años, pero quizás nunca tan ferozmente como durante la presidencia de Trump y sus secuelas. Mis colegas periodistas esgrimen varios argumentos en su contra: ninguno de nosotros puede afirmar honestamente que es objetivo, y no deberíamos pretender serlo. Todos tenemos nuestras opiniones. La objetividad también se percibe como otra palabra para designar la neutralidad, el equilibrio y el llamado ‘bipartidismo’. Según este punto de vista, la objetividad pretende que todas las afirmaciones merecen el mismo peso, incluso cuando las pruebas demuestran que no es así, por lo que no transmite la pura verdad al público. Por último, los críticos sostienen que la objetividad ha excluido históricamente los puntos de vista de quienes durante mucho tiempo han estado entre los más marginados de la sociedad (y de los medios de comunicación): las mujeres, los negros, los latinos, los asiático-americanos, los indígenas, la comunidad LGBTQ y otros”.

Sin embargo, la auténtica objetividad no significa nada de eso. Esto es lo que realmente significa: como periodistas, nunca podemos dejar de obsesionarnos con cómo llegar a la verdad o, por utilizar un término menos elevado, a la ‘realidad objetiva’. Hacerlo requiere una mente abierta y un método riguroso. Debemos estar más impresionados por lo que no sabemos que por lo que sabemos, o creemos saber.

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