El incendio forestal en la isla de Maui, el más mortífero de la historia de Hawái, tomó a todos por sorpresa. Un verano seco y vientos de huracán crearon las condiciones óptimas para un desastre natural que llevó a la muerte a al menos 36 personas.
Esa cifra ya lo posiciona como el peor incendio en Estados Unidos desde el Camp Fire de 2018 en California, que mató a unas 85 personas. Pero el número de las víctimas de Hawái probablemente aumente cuando los trabajadores de rescate logren llegar de a poco a rincones de la isla aún inaccesibles por las llamas.
Mientras tanto, miles de personas continúan en peligro, o sin hogar; deambulando en refugios alzados en distintos puntos estratégicos para alojar a los evacuados que se escaparon de las llamas y el humo negro, sólo con lo puesto, y, con suerte, un celular.
Una de ellas es Melany Yañez, una marplatense de 28 años que se encontraba en la isla sólo por unos días, y cuyo viaje se tornó de pronto en “una película de terror”, como ilustró en diálogo con Infobae desde el refugio en el que espera con cientos de evacuados.
Es jueves por la tarde y tiene señal de Internet para atender una llamada de Whatsapp, pero estuvo dos días sin internet: “Fue desesperante, por la familia de todos. Hay un montón de argentinos que hicieron una lista… todavía faltan argentinos”.
Melany viaja hace cuatro años. Primero estuvo por Europa, y luego llegó a Estados Unidos. “Estoy hace unos días en Hawái y ya me estaba por ir. Tengo amigos, es verano, era todo lindo, de Hawái me imaginaba lo mejor”.
El lugar común de un paraíso que se convierte en un infierno aquí encuentra su literalidad absoluta.
Melany se despertó a las 5 de la mañana del martes por el viento. Vivía con dos amigos en un departamento en un primer piso. La intensidad del ruido los asustó. Luego, se cortó la luz. “Me fijé en internet a ver qué pasaba y decía que el viento iba a parar a las 6 de la mañana. Pero siguió, y a las 7 se corta internet. Nos quedamos en la casa porque no sabíamos qué hacer. Yo nunca vi un huracán, nunca viví ninguna catástrofe natural, así que era súper ignorante en el tema y no sabía ni qué había que hacer”.
A las 14, empezaron a ver que se incendiaba una montaña. 20 minutos después, Melany se dispuso a armar la valija, pero cuando uno de sus amigos abrió la puerta, sólo vieron negro. Un humo tan oscuro y denso que parecía de mentira. “Se veía fuego, cenizas y todo negro. Solté la valija a la mierda y empezamos a bajar. No podía ni respirar, creí que me moría”.
Corrieron dos cuadras para llegar hasta la ruta, desde donde iban a ir a la playa para refugiarse en el agua. Pero el camino estaba todo incendiado. Lograron parar un auto que sólo frenó al ver su desesperación, pero los llevó dos cuadras y se tuvieron que bajar. Se subieron a otro. “Hicimos todo para alejarnos más, porque era desesperante, trataba de sobrevivir, de salvar mi vida”.
Algunas personas, en medio de la desesperación, no encontraron otra forma que saltar al Océano Pacífico para escapar del humo y el fuego, lo que llevó a la Guardia Costera a rescatar a varias personas. Muchas no sobrevivieron. Pero Nicolás Vazquez, otro argentino amigo de Melany, fue uno de los afortunados.
Se lo encontró en el refugio y les contó su historia: había pasado ocho horas en el agua antes de ser rescatado. Había llegado a la isla tres días antes y se quedó encerrado en un embotellamiento de autos mientras el fuego se acercaba desde adelante y atrás. Decidió bajarse y tirarse al agua. A salvo entre las olas, vio cómo las llamas engullían todos los autos que habían quedado atrás.
“Tuvo que estar ocho horas dentro del agua y se tenía que meter abajo del agua cada vez que se venía toda la humareda con el fuego. Vio gente morir. Recién a las 3 de la mañana lo fueron a buscar”, cuenta Melany.
Después de escapar del fuego y el humo, Melany estuvo un día entero haciendo dedo junto a sus amigos, entrando cada tanto a hoteles que les daban agua, para así poder seguir camino. Luego arribaron al refugio.
“Te hacen anotarte en una lista de la Cruz Roja, te preguntan qué necesitas, hay lugares con ropa porque obviamente no tenemos nada, hay comida, hay un montón de gente local ayudando”, dice la joven marplatense, que sigue con la esperanza de que en el departamento que abandonaron haya quedado algo, especialmente los pasaportes. “Supuestamente hasta el sábado no habilitan la zona donde vivíamos pero tampoco sabemos mucho”.
Consiguió algunos números de teléfono de funcionarios argentinos, pero “más que pasarme el número del consulado no tengo más información de qué voy a hacer después”.
Piensa en Nicolás, que ni celular tiene. “Yo soy su única amiga acá y él perdió todo. Estaba muy mal”, recuerda. “Con mis amigos comparamos todo lo que pasó en la película Lo imposible. Fue así, tal cual”.
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