En tanto fenómeno climático, el huracán oculta un misterio desconcertante: su núcleo, llamado ojo. Una zona aparentemente tranquila y libre de nubes, que brinda una visión profunda de la tormenta y da pistas sobre su evolución.
Pero ¿qué es exactamente el ojo del huracán? De acuerdo con la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), este término se refiere a un área simétrica, casi circular, ubicada en el centro de un ciclón tropical severo. Aunque puede variar de 8 a 200 kilómetros (4 a 124 millas) de diámetro, su tamaño habitual oscila entre 30 y 60 kilómetros (18 a 37 millas). En este aparente oasis de calma, la presión atmosférica es mínima a nivel de la superficie, mientras que la temperatura en la troposfera (la capa de la atmósfera en contacto con la superficie de la Tierra) es la más alta.
¿Por qué tiene ojo el huracán?
La formación de este fenómeno, según NOAA, se debe a la dinámica del aire que entra en espiral hacia el centro de la tormenta y sale por la parte superior en la dirección opuesta. En este núcleo, el aire se hunde, generando un ojo casi libre de nubes.
El mecanismo exacto que produce el ojo del huracán es aún objeto de debate. Algunas hipótesis sostienen que podría ser resultado de un gradiente de presión vertical, asociado a la cizalladura (la diferencia en velocidad o dirección del aire entre dos puntos en la atmósfera) y la dispersión radial de los vientos tangenciales en altitud. Otra teoría plantea que se forma cuando se libera el calor latente en la barrera de nubes que configura una pared en la tormenta y el aire debe fluir hacia abajo.
¿Qué peligros se asocian al ojo del huracán?
La tranquilidad que parece reinar allí puede ser engañosa. A medida que el aire aumenta su velocidad al acercarse al centro del ciclón, el cambio repentino de vientos fuertes a un estado de calma transitoria puede confundir a las personas. Algunos podrían creer erróneamente que la tormenta ha pasado cuando, en realidad, solo han experimentado la mitad de su furia.
Además, el ojo del huracán está delimitado por la llamada pared del ojo, nubes convectivas muy altas que albergan los vientos más fuertes y destructivos a nivel de superficie. Los huracanes de Categoría 3 o superior pueden generar paredes de ojo secundarias, e incluso mostrar dos o más paredes oculares concéntricas.
En ocasiones, el diámetro del ojo puede reducirse a tan solo 10 a 25 kilómetros (6 a 9 millas). En estos casos las bandas externas de lluvia pueden formar un anillo exterior de tormentas eléctricas, dando lugar a lo que se conoce como “ciclo de reemplazo del ojo”. Durante esta fase, el ciclón tropical suele debilitarse temporalmente. Sin embargo, tras este breve lapso, la tormenta puede mantener o incluso superar su intensidad anterior, como ocurrió con el huracán Andrew que azotó Miami en 1992.
El ojo del huracán es mucho más que una huella dactilar del sistema: es un testimonio silente del poder de la naturaleza y una herramienta vital para la predicción meteorológica y la preparación frente a estos fenómenos. Aunque su origen y sus funciones siguen siendo objeto de investigación, es innegable la importancia que tiene en la gestión de los riesgos asociados a los ciclones.
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