Al igual que, para mucha gente, volar es una experiencia positivamente excitante, anhelando surcar los cielos a bordo de un cilindro metálico de 41 toneladas -en caso de ir vacío - para muchas otras es, comprensiblemente, una experiencia más bien estresante y que puede llegar a provocar ansiedad e incluso miedo, un mal necesario por el bien de viajar.
Hay situaciones que, en caso de suceder a bordo de un avión, pueden ser terroríficas, aunque en tierra y con los dos pies en el suelo serían nimias, aun pudiendo ser desagradables. Hay otras, sin embargo, que sólo pueden pasar en el aire y que, en caso de no ser correctamente comunicadas a los pasajeros (o incluso siéndolo) pueden generar una gran confusión y miedo entre las personas que se encuentran, si bien temporalmente, “encerradas” en el interior de la aeronave.
Vueltas y más vueltas: turbulencias con vistas a los Alpes
Según informa il Giornale, los pasajeros del vuelo FR937 de Turín a Lamezia con Ryanair que, en caso de haber ido todo bien, habría durado aproximadamente 1 hora y 45 minutos - según Ryanair - se vieron envueltos en una de esas situaciones que pondrían a prueba la cordura de cualquiera. Nada más despegar, el avión perdió el contacto con la torre de control. Esto, de por sí, es una situación de peligro, ya que es el personal de la torre el responsable de informar a los pilotos del curso de otros aviones, dirigiendo y controlando el tráfico aéreo para evitar colisiones.
El protocolo dictamina que, en caso de perder el contacto con la torre de control, se debe interrumpir el viaje de inmediato. Pero, claro, para aterrizar también hace falta la ayuda de un controlador aéreo que despeje la pista y autorice el descenso. Al no poder establecer contacto, los pilotos se vieron obligados a esperar y claro, no existiendo la posibilidad de levitar en el sitio, esto se tradujo en 30 minutos de vueltas y vueltas sobre los cielos de Turín. Aunque esto, de por sí, sería como mucho un ejercicio de paciencia para los pasajeros, no acabó ahí, y es que, entre otras cosas, los viajeros no tenían idea de lo que estaba pasando.
“Seguimos viajando, pero al fondo seguíamos viendo el Mole y los Alpes. Fue en ese momento cuando me alarmé”, informó uno de los pasajeros del vuelo a Corriere. Pero tampoco fue eso todo: además de verse dando vueltas sobre el sitio, el avión se encontró con turbulencias y “pozos de aire”. No se trata de huecos vacíos, sino de cambios en el flujo de aire bajo las alas que provocan, momentáneamente, ligeras pérdidas de altitud por una disminución de la fuerza de sustentación de la aeronave, llevando el estómago a la garganta al igual que haría una montaña rusa. Pero eso sí, sin la sensación de seguridad que produce el conocimiento de las medidas de seguridad y de que es “lo normal”.
Esta situación fue la receta perfecta para sembrar el caos, junto con los nervios y el miedo que, comprensiblemente, se apoderó de los pasajeros, que no sólo no habían sido informados todavía de lo que estaba sucediendo, sino que, según los pasajeros, la tripulación les pidió que se abrocharan los cinturones de seguridad.” Alguien gritaba de miedo a morir, alguien más lloraba y muchos incluso vomitaron . Escenas que influyeron en quienes inicialmente se calmaron y comenzaron a temer por sus vidas”, aseguró uno de los pasajeros, según ha informado el citado medio.
Finalmente, el comandante del vuelo explicó la situación, lo que con total probabilidad fue, hasta cierto punto, tranquilizador para los pasajeros. Tras lograr aterrizar sin mayor problema a las 08:52 (apenas 32 minutos después del despegue) la aerolínea ofreció un nuevo vuelo para las 11 de esa misma mañana. Sin embargo, según relató otro pasajero, “al menos veinte personas desistieron del viaje” y buscaron sus propios medios para llegar a su destino, ya que “estaban demasiado asustadas y no creo que vuelvan a poner un pie en un avión hasta dentro de un tiempo”.
Es comprensible, en realidad, sabiendo lo que vivieron, que los pasajeros se sintiesen verdaderamente afortunados al volver a poner los pies sobre el suelo. No sería sorprendente, tampoco, si alguno se hubiese lanzado a abrazarlo nada más aterrizar, agradecido, y habiéndose tomado la experiencia como una prueba de que, quizás, su deidad estaba avisando de que lo mejor sería mantenerse lejos de un avión y que, al final, si hubiese querido que los seres humanos volasen, les habría dado alas.