Junto con las islas Salvajes, Madeira da lugar a una de las regiones más impresionantes de Portugal. Este archipiélago está formado por un total de cinco islas, tres de ellas son conocidas como las islas Desiertas, ya que no están habitadas, a las que hay que sumar Porto Santo y Madeira. Esta última es sin duda uno de los mayores paraísos del país luso, pues destaca gracias a sus impresionantes paisajes volcánicos, acantilados escarpados y exuberante vegetación.
De este modo se puede disfrutar de increíbles rutas de senderismo a lo largo de antiguas “levadas” o canales de riego, su vino de renombre mundial y sus festividades culturales. Pero esto no es todo, pues la ínsula está plagada de pequeños pueblos que guardan un pintoresco patrimonio histórico y cultural. Algunos de ellos, además, atesoran una arraiga tradición marinera, lo que los convierte en destinos perfectos para conocer las costumbres de la región.
Así, la preciosa villa de Canical emerge como uno de los rincones más especiales de Madeira. Esta localidad costera forma parte de la región de Machico y destaca por sus impresionantes playas y núcleos turísticos como Punta de Garaju y Oliveira. Pero esto no es todo, pues además, atesora uno de los símbolos de la isla y se la conoce por su papel clave en la industria ballenera del archipiélago.
Una vida ligada a las ballenas
El puerto de Caniçal fue durante muchos años el epicentro de la industria ballenera en Madeira. Desde mediados del siglo XX hasta 1981, cuando la caza de ballenas fue finalmente prohibida, esta actividad constituía una parte importante de la economía local. Las ballenas capturadas se procesaban en instalaciones cercanas para la obtención de aceite, carne y otros subproductos. Sin embargo, con el cese de la caza, el pueblo tuvo que reinventarse, aprovechando su privilegiada ubicación costera para atraer un nuevo tipo de actividad económica: el turismo y la conservación marina.
Gracias a ello nació el Museo de la Ballena, que inaugurado en 1990, es un testimonio de esta transición. Ubicado en el antiguo centro ballenero, el museo relata la historia de la caza de ballenas en la isla y su impacto en la comunidad, a la vez que destaca los esfuerzos de conservación y la importancia de proteger la vida marina. La exposición incluye desde antiguos arpones y herramientas utilizadas por los balleneros hasta modelos de especies marinas, ofreciendo a los visitantes una visión completa de cómo ha cambiado la relación del pueblo con el mar a lo largo de los años.
Un paraíso natural
Hoy en día, Caniçal es más conocido por su impresionante paisaje natural y su oferta de actividades al aire libre. El área que rodea el pueblo, especialmente la Ponta de São Lourenço, una península rocosa y semidesértica ubicada en el extremo oriental de Madeira, es uno de los destinos más populares para el senderismo en la isla. El sendero que recorre esta reserva natural ofrece vistas espectaculares del océano Atlántico y de formaciones geológicas únicas, con acantilados escarpados y bahías de aguas cristalinas. La biodiversidad de la península, con especies endémicas de flora y fauna, añade un valor ecológico al atractivo turístico de la zona.
A este paraje hay que sumar la capilla de Nuestra Señora de la Piedad, un templo situado sobre un montículo que ofrece una de las mejores vistas de la playa de Prainha. Este arenal sobresale gracias a su arena negra, pues es una de las pocas playas de arena de la isla, y por las dunas de Piedade, unos fósiles calcáreos de gran interés geomorfológico. A su vez, el mirador de la Bahía d’Abra es otro de los puntos de interés de la localidad. Este se ubica en la ruta que recorre la Ponta de São Lourenço y permite disfrutar de los imponentes acantilados de este enclave