Madrid alberga un amplio abanico de atractivos que lo convierten en una de las principales ciudades europeas. Su oferta turística abarca todos los gustos y edades, a lo que se le suma un conjunto cultural único en el mundo. Pero esto no es todo, pues la capital esconde secretos que muy pocos conocen y que se encuentran más cerca de lo que uno piensa.
Así, el Metro de Madrid es uno de los espacios con más tránsito de la capital y, aunque suene paradójico, son muchos los que desconocen que en una de sus estaciones se localiza un antiguo cementerio. Este está escondido tras las paredes de la estación de metro de Tirso de Molina y en él descansan los restos de los frailes que habitaban en el convento de la Merced, el cual se ubicaba en lo que es la actual plaza.
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Una de las iglesias más importantes de Madrid
El Convento de la Merced tiene su origen en el año 1564, cuando se le concede la licencia a fray Gaspar de Torres para erigir un convento e iglesia que perteneciera a la congregación de las mercedarias descalzas. Tras su construcción, se convirtió en los siglos posteriores en uno de los principales centros religiosos de la ciudad. De hecho, llegó a albergar la conocida como ‘joya de Madrid’, una pintoresca fuente situada en el claustro.
Antes de ser destruido en 1834 por la desamortización de Mendizábal, el convento presentaba una arquitectura imponente marcada por sus tres pisos de estilo renacentista. En su lugar se construyó la plaza del Progreso, también denominada durante un breve periodo de tiempo plaza de Juan Álvarez Mendizábal, para terminar haciendo honor al fraile, dramaturgo y narrador del Barroco Tirso de Molina.
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Un cementerio oculto
Casi un siglo después, comenzaron las obras de la línea 1 de Metro de Madrid y para sorpresa de muchos, en una de las excavaciones se descubrió una galería que alberga alrededor de 200 nichos. Este se debe a que durante el periodo que estuvo el convento en pie, se mantuvo la tradición de enterrar a los frailes bajo sus pies. De este modo, los esqueletos descubiertos pertenecía a cientos de frailes que algún día habitaron en el convento.
Muchas de las lápidas que se encontraron estaban en muy buen estado, por lo que se decidió dejarlas en su lugar. Estas permanecen allí a día de hoy, tras las paredes de la estación, convirtiendo a la estación de Tirso de Molina en un cementerio en la sombra que muy pocos conocen. No obstante, lejos de enturbiar su imagen, esta estación es una de las más bonitas de Madrid. Su decoración diseñada por Antonio Palacios se basa en un tipo de balaustrada que era muy usual en sus edificios, con pequeños huecos rectangulares y una amplia variedad de colores.