Vuelve la Copa Intercontinental. El Real Madrid aterriza en la rebautizada competición este miércoles para enfrentarse al club mexicano Pachuca. En este torneo, los blancos han vivido grandes peripecias para conseguir las ocho coronas de campeones del mundo, tres bajo el nombre de Intercontinental y cinco como Mundial de Clubes. Aunque lo cierto es que uno de los hechos que marcaron un antes y un después del club blanco en esta competición y que con más cariño se recuerda ocurrió durante la edición de 1998. Los de Chamartín se alzaron con su segundo título en este torneo gracias al gol que pasaría a la historia como el Aguanís, firmado por un joven canterano: Raúl González Blanco.
El 1 de diciembre de 1998, el Real Madrid viajó a Tokio para disputar la final de la competición ante el Vasco de Gama, después de ganar la séptima Champions gracias a un gol de Mijatovic ante la Juventus. Aquella orejona les abrió las puertas al torneo mundial. El balón comenzó a rodar con el sentir sobre el verde que los blancos eran superiores a su rival y aquello sería un mero trámite. Nada más lejos de la realidad. Los blancos sufrieron durante todo el partido, y fue gracias a un gol en propia de un defensa rival tras un centro de Roberto Carlos como consiguieron tomar ventaja en los primeros 45 minutos.
Los minutos fueron pasando sin que el Real Madrid se sintiera cómodo en ningún momento del encuentro y con este sentir llegaron a la segunda mitad del duelo. Sus peores presagios se hicieron realidad y Juninho volvió a poner el partido en tablas tras batir al portero madridista. La conquista del título se vislumbraba cada vez más lejana para los de Chamartín. Y entonces, Raúl apareció para salvar a los suyos y registrar su nombre en los libros de historia de la Copa Intercontinental y del Real Madrid, en general. Fue el momento, la situación y, sobre todo, la ejecución que llevó a cabo aquel joven madrileño, lo que hizo que su gesta fuera épica.
La jugada comenzó con un balón largo de Seedorf, que tras una larga carrera atrapó Raúl con un gran control para plantarse segundos después en el área rival. En ese momento comenzó el baile. Raúl vio venir a un defensa y le hizo un recortar para sortearle, dejándole en el suelo. Con el rabillo del ojo vio venir otro rival más y llevó a cabo el mismo movimiento para quedarse mano a mano con el portero y mandar el balón al fondo de la red con un disparo a bocajarro. Minutos después, el árbitro señaló el final del encuentro certificando la victoria del Real Madrid por 1-2 y su título de campeón del mundo.
El “Aguanís”
Tras el partido, el autor del tanto de la victoria habló sobre ese histórico regate que había dado el título a su equipo: “Improvisé toda la jugada porque tuve muy pocos segundos para decidir. Tras el primer regate pude tirar, pero preferí dejar pasar al defensa que venía corriendo y rematé a puerta vacía. Esas jugadas se llevan dentro porque tienes pocos segundos para pensar y porque si no las llevas dentro no salen”. Lo cierto es que este regate no era inédito en el repertorio del delantero, sino que venía ejecutándolo desde largo tiempo atrás, cuando era un niño y jugaba en los campos de tierra del equipo de su barrio, el San Cristóbal.
El nombre del Aguanís se lo puso su padre, dado que era una jugada que Raúl hacía habitualmente cuando era pequeño. Cuando las cosas se complicaba para su equipo, un compañero siempre le decía: “Raúl, haz lo del aguanís”. Tras el partido de la Copa Intercontinental, entrevistaron al padre del jugador y afirmó: “Ha metido el gol del Aguanís”. A partir de ese momento, el gol pasó a la historia con ese nombre. Ahora, tiempo después de aquella hazaña, el Real Madrid vuelve a disputar la Copa Intercontinental, donde se medirá este miércoles al Pachuca.