Cuando la pelota vasca era deporte olímpico y aseguraba medalla a España: “Fue una oportunidad perdida”

Juan Antonio Compañón ‘Konpa’, medalla de oro en los Juegos de Barcelona 92, explica en ‘Infobae España’ cómo fue la última olimpiada en la que participó la pelota vasca

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Imagen de archivo de la
Imagen de archivo de la pelota vasca durante los Juegos de Barcelona 92 (EFE).

“Recuerdo el día de la inauguración en el Estadio Olímpico, ir andando y al girar la cabeza ver a Michael Jordan, Scottie Pippen, Stockton… Lo cerca que estuve del arquero que tiró la flecha para encender la antorcha… todo eso lo viví con 20 añitos, fue algo espectacular”. Habla Juan Antonio Compañón ‘Konpa’, expelotari que rebusca en el baúl de los recuerdos durante su conversación con Infobae España para regresar a un escenario tan mágico como los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992. La pelota vasca se vistió de oro durante la primera semana de agosto de hace treinta años. Fue deporte de exhibición con una cosecha importante para los deportistas vascos, pero lo más importante: un escaparate al mundo para un deporte que, en el caso de la cesta-punta, ya había conquistado durante todo el siglo XX frontones de Estados Unidos, Italia, Egipto, Filipinas, China…

Tuvo que esperar 24 años para volver a la arena olímpica tras México 1968. También lo había sido en París 1924 y 1900, siempre como deporte de exhibición excepto en los originarios Juegos en la capital francesa, donde fue oficial. “Lo recuerdo como la mayor experiencia deportiva que he vivido en toda mi vida. Fui pelotari profesional tres días después de ganar la medalla de oro y más adelante campeón del mundo profesional, pero los Juegos Olímpicos me marcaron de por vida porque luego dirigí toda mi vida, a la parte deportiva, también en el ámbito académico y laboral. Estoy graduado en Ciencias de Actividad Física del Deporte, trabajo en el servicio de deporte del Ayuntamiento, tengo mi propia empresa de gestión deportiva… Me marcó muchísimo”, asegura Konpa.

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El  madrileño Antonio Rebollo
El madrileño Antonio Rebollo lanza la flecha con la llama olímpica que encenderá el pebetero durante la ceremonia inaugural de la XXV olimpiada de Barcelona en 1992. EFE/ps/Archivo

De Biarritz a Barcelona

El frontón Vall d’Hebron, lleno hasta la bandera, disfrutó del triunfo del delantero de Gasteiz y el zaguero de Markina-Xemein. En una final vasca ante los baionarras Bordé-Etcheverry, el puntillero asomó espectacular y el zaguero mandón. Fueron 68 minutos de batalla para finalizar 40-26. Konpa-Atain llevaron la manija desde el 4-0 de salida. Su superioridad se hizo carne a partir del 28-19. “Notamos que fue una oportunidad perdida, porque al final todos los triunfos que hubo de otras modalidades de deportivas nos tapó un poco. Si no hubiese habido tanta repercusión de victorias seguramente se nos hubiera visto mucho más. Pero aún así, el nivel de repercusión se notaba porque estábamos en la televisión, en Vitoria y en Euskadi éramos muy conocidos. Y luego, aparte, a nivel profesional también se nos veía prácticamente semanalmente o cada dos semanas en antena”, detalla.

El número de preseas alcanzadas en aquellos Juegos siguen siendo la barrera a batir en la actualidad. La pelota vasca también contó con un buen número de medallas en su mochila. Hasta diez: cinco de oro, tres de plata y dos de bronce. “Me siento un afortunado porque la pelota vasca no ha vuelto a ser olímpica y ya no creo que lo sea en la vida porque los criterios son muy difíciles. Haber vivido aquella experiencia me hace sentirme afortunado. Pese a que fue deporte de exhibición, no tuvimos ninguna diferencia de trato, estábamos en la Villa Olímpica con toda las selección y convivíamos exactamente igual. Éramos uno más”, explica.

Y toda la aventura comienza cuatro años antes. “Me me seleccionan para ir a Biarritz a jugar un campeonato del Mundo sub 22 cuando yo tenía 16 añitos. Allí jugamos el campeonato que la pelota vasca va a ser olímpica en Barcelona y que vamos becados. Imagínate con 16 años cobrando una beca de 50.000 pesetas, yo creo que mi padre no ganaba eso trabajando en una fábrica ocho horas. Y entonces empezamos, como si fuera un juego. Pues oye, que nos han cogido para esto. Pues bien, pues muy bien. O sea, pero con total naturalidad”, desvela Konpa, cuyo nombre no aparece en los libros de la gran historia olímpica española, pero sí en la letra pequeña y de color dorado.

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