Los imposibles de Nadal han existido, como es bien sabido, pero quizá haya llegado la hora de dejar de pedírselos. A estas alturas de su carrera, el campeón de 22 Grand Slam debe conformarse (y con él, todos) con poder volver a pisar una pista de tenis. En estos momentos, despedirse en directo, y no en diferido, es el mejor premio posible para la leyenda. Hay que ser realistas: estamos en 2024, posible última temporada de Rafa en activo, y los condicionantes son demasiados como para pensar en grandes objetivos. A día de hoy, un partido ante una de las mejores raquetas del mundo es un desafío en el que lo más probable es que el español salga perdiendo. Incluso en tierra batida, la superficie en la que ha sido, sin discusión posible, el rey. Se veía venir la derrota este miércoles y nada ni nadie contradijo esa teoría: Alex de Miñaur, número 11 de la ATP, pudo más en Barcelona (7-5, 6-1).
A Nadal le da la risa...
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El manacorense, cuyo legado es tan marciano como para jugar en una pista que lleva su nombre cuando todavía ni siquiera se ha retirado, no se había marcado ningún tipo de reto ambicioso para este Godó. A diferencia de lo ocurrido en tantas y tantas ocasiones a lo largo de su carrera, la presión le era esquiva, este año, en la Ciudad Condal. El regalo era, simple y llanamente, estar. Y así lo ha sabido apreciar: llevarse las manos a la cabeza con este tropiezo sería todo lo contrario al realismo, con Nadal, a día de hoy.
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Hace unos días, estaba en duda que pudiésemos ver al de Manacor en uno de los torneos que más alegrías le han proporcionado desde que alcanzó la élite. Su ausencia en Montecarlo, unida a las que se dieron previamente desde allá por enero, cuando cayó en cuartos de final de Brisbane, hizo saltar las alarmas por unas molestias en el abdominal. Otra vez, los problemas físicos. Otra vez, las dudas sobre cuánto tiempo le queda en el circuito a quien muchos consideran el mejor deportista de todos los tiempos salido de España.
Sin embargo, ocurrió el milagro. Nadal se probó en el escenario de los hechos, se vio lo suficientemente decente como para adquirir un cierto rodaje en Barcelona, fuese este mayor o menor, y participó en el evento. Su moneda ha tenido cara por los dos lados. Pudo sumar una victoria más a su historial y, por encima de cualquier otra cosa, estuvo. Todos contentos, por mucho que sea una rara avis, así de mayúscula es la sombra que le precede, verle caer en una segunda ronda.
De Miñaur sofoca a tiempo la enésima ‘Nadalada’
Es lo que tienen las actuales circunstancias clasificatorias de Nadal: su ranking, 644, le lleva a poder cruzarse con cualquiera en cualquier momento. Sus 12 entorchados en suelo barcelonés, más que nadie, son increíbles, pero el presente es otro muy distinto al de la época en la que los conquistó. Ahora, lo que importa no es ser campeón, sino ir partido a partido, ir adquiriendo sensaciones (”han sido buenas”, reconoció) y, sobre todo, poder comparecer.
Es un escenario atípico el que nos ha tocado vivir, en términos del relato aplicado a Rafa. Verle empezar un partido en arcilla por debajo, y perdiendo el saque, es algo digno de mención por lo inaudito. El caso es que, durante unos juegos, hubo licencia para soñar en un signo diferente al que estaba predestinado para el encuentro. Fue así porque Nadal llegó a empatar el marcador y a ponerse por delante, yendo de menos a más y amenazando la hegemonía de De Miñaur. ¿Otra remontada más para la colección?
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Demasiado bonito para ser cierto. Ese momentum se fue al traste en la recta final de una primera manga a la que el australiano se reenganchó. Una vez que la suerte del break le sonrió, el parcial fue suyo. Con un juego en blanco, uno de los tenistas más en forma de la actualidad mandó el mensaje esperado: iba a ser muy difícil que la ‘Nadalada’ tomase forma.
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En cuanto Nadal, a pesar de poner todo su empeño en que no fuera así, no pudo evitar una nueva rotura, al poco de empezar el segundo set, la eliminación se fue acercando de forma inexorable. Había llegado la hora de poner en stand-by el retorno. A unas alturas de competición prácticamente insólitas en el polvo de ladrillo para Rafa: esta apenas es la cuarta ocasión en la que cede en una R32. Segunda de su vida en Barcelona.
Para encontrar la primera, hay que desempolvar la enciclopedia: 3-6, 6-2, 6-1 frente a Álex Corretja en la edición de 2003. Madrid, esperemos, será la próxima parada de una gira con Roma, Roland Garros, Wimbledon y los Juegos Olímpicos, de nuevo en París, también como episodios anhelados. Se cumpla o no la previsión más optimista, una cosa está clara con Rafa: carpe diem.