Cobolli cambia de raqueta para disputar el último juego del partido y golpear con mayor potencia a la bola. Una permuta de herramienta que llega tarde porque para entonces el torbellino Rafa Nadal ya le ha pasado por encima. En las circunstancias actuales, conviene no infravalorar una victoria así. Después del 6-2 y 6-3 al joven Flavio Cobolli, primer escollo desde el 5 de enero, Nadal enseña el pulgar, da las gracias y celebra en la central de Barcelona lo que en otros tiempos hubiera sido un triunfo rutinario, del montón, otro más. No ahora.
“Cuando uno lleva dos años compitiendo tan poquito, cualquier torneo que uno pueda jugar es importante. Que encima sea en esta pista, donde he vivido tantas cosas -12 títulos-, lo hace aún más especial. Me ponía nervioso cuando venía ganando, así que imagínate ahora”, le responde a Tommy Robredo a pie de pista. Había incertidumbre, devoción, miedo, pasión y mucha muchísima emoción. Volvió Rafa Nadal a jugar al tenis y volvió en casa, en la pista donde creció y ante el público que aún lo recuerda de niño.
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Manuel de economización de esfuerzos
En el Real Club de Tenis de Barcelona nunca se vivió un partido así. El lleno en las gradas superó cualquier final, con aficionados sentados en los pasillos y en los vomitorios, cualquier espacio era bueno para observar el regreso del rey de la arcilla. Esta vez todo era un misterio: su tenis, su físico, su mentalidad. ¿Y si era su último partido? Por el momento queda, como mínimo, un baile más, que llega mucho antes de lo deseado. Ante De Miñaur, el número 11 del mundo. “La verdad es que no sé si estoy preparado. No tengo ninguna certeza. A día de hoy solo podía pensar en jugar el primer partido”, asegura Rafa.
El sol pega duro en Barcelona y Nadal, limitado en el saque por problemas físicos, se aferra a la línea de fondo con uñas y dientes, y aborda desde ahí. Arrastra su pie sobre la arcilla para marcar la línea, se toma su tiempo para sacar, ya saben, todos sus tics siguen ahí. Es un Nadal que economiza cada esfuerzo, se dosifica entre punto y punto. Un Rafa de circunstancias en este momento. Su cuerpo le pedía soltar el drive, pero el guion era otro. Le basta para dominar el ritmo del partido e ir llevando a su terreno al tenista italiano. Con un saque abierto y largo, sin mucha potencia, pero colocado.
Dibuja la maniobra sin forzar, protegiendo ese abdominal condicionado que, según reveló su tío Toni la semana pasada en Segovia, viene jugándole una mala pasada desde su regreso de las antípodas, a principios de enero. No dio ni una opción de break a su rival en un primer set que dominó de principio a fin con el 71% de efectividad en el primer saque. Tres roturas le dieron al manacorí la manga inicial y la delantera en la continuación, con 2-0. Flavio se dio la primera y última oportunidad logrando una rotura en el tercer juego. Pero era tarde, la economización de Rafa ya era imparable.
Se jaleaba su despliegue físico, las dejadas ganadoras, los puntos en la línea e incluso los malabarismos con la pelota antes de entregársela a un recogepelotas. Este miércoles, sin descanso porque es el 644 de las listas, espera un descansado Alex de Miñaur, undécimo del ranking y que ya le superó en el último precedente entre ambos en la United Cup 2023. Pero deberá lidiar con el más grande de la arcilla. Porque Nadal es el Godó. Y el Godó es Nadal.