Este Atlético es una bombona oxígeno a todo aquel que está en su lecho de muerte. El Borussia llegó a estar sin pulso en dos ocasiones durante la eliminatoria, pero la incapacidad rojiblanca de dejar su portería a cero les revivió. Tanto en Madrid, con el tardío tanto de Haller como en Dortmund, donde los de Simeone sufrieron su enésimo descalabro de la temporada a domicilio. El Atlético no es uno de los cuatro mejores equipos de Europa y en consecuencia no estará entre los cuatro mejores equipos de la Champions. La cuestión es que el Borussia Dortmund tampoco lo parece, pero sí estará después de haber descosido absolutamente a un equipo que se descose enseguida.
El conjunto alemán aplica una lógica aplastante: si todo el mundo hace goles a este rival -11 partidos suman los rojiblancos sin dejar su puerta a cero-, nosotros le haremos unos cuantos. Concretamente cuatro, justo los que necesita después de que tengan respuesta equivalente e inesperada a los dos primeros. Hay dos posibilidades con la gitana loca que según el cántico tiró las cartas y dijo que el Atlético iba a ser campeón. O era una farsante o hablaba a futuro. Fin al sueño de Wembley, de la primera. Los rojiblancos se vieron sepultados por el fútbol eléctrico del Dortmund y por sus propios pasos atrás, como si Simeone no hubiera aprendido después de tantos golpes europeos que la historia la escriben los valientes.
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Un muro sin fisuras
La ventaja de Madrid pronto dejó de ser equipaje en Alemania, el Borussia le da la vuelta con la misma facilidad que se voltea un calcetín al sacarlo de la lavadora. Terzic se fijó en quien de los suyos hizo daño en la ida a los colchoneros y lo puso de inicio. Brandt se movía entre líneas tejiendo cada oleada ofensiva. Todo pasaba por él, o él pasaba por todos lados. Entró por el espacio que debían tapar Witsel y Molina para culminar con un zurdazo el creciente ímpetu del muro alemán. Maatsen lo vio y pensó ‘yo también quiero’. Tiró una pared y de otro zurdazo despachó en cinco minutos toda la ventaja conseguida por el Atlético en los 90 anteriores. Todo ello, colaboración de Nahuel Molina mediante.
No leerán en estas líneas un ensañamiento individual de una debacle colectiva, pero lo del argentino empieza a ser cuanto menos alarmante. Roza la dejación de funciones. No cierra espacios, tampoco sigue a Maatsen en la acción del segundo gol -germinado en una pérdida de balón suya, todo sea dicho- y pierde los pocos balones que toca. Lo ve el Borussia, que vuelca su arsenal por ese costado, también se percata Simeone, pero su margen de maniobra era limitado pues su alternativa, Llorente, la tiene más adelantado sobre el campo y Azpilicueta en el carril izquierdo supliendo al sancionado Lino.
El argentino mete mano durante el descanso, pero para entonces el muro alemán ya se ha vencido sobre los suyos. Los rojiblancos eran un equipo muy largo, con los medios tan separados, tanto entre sí como de la defensa, que el Borussia circulaba a sus anchas. Lo mejor del primer tiempo fue que se acabó. Porque no habían pasado ni cuatro minutos cuando el Atlético podía estar un gol por detrás. Claro que también uno por delante. Fueron dos contras rápidas. En la primera, Adeyemi corrió y al llegar al área filtró para Sabitzer que cargaba la pierna para matar a un Oblak casi vencido cuando se topó con la pierna salvadora de Azpilicueta. La jugada siguiente fue la contra del Atlético.
Griezmann peinó una pelota que venía de su portería para que Morata corriera, toda la hierba por delante, con todo a favor. Kobel solo, mano a mano, pero Morata se estrelló contra otro muro, el de su cabeza. El tiempo para pensar siempre es un fallo en sus botas. La pelota se fue fuera. No volvería el Atlético a pisar el pasto de Kobel hasta el segundo tiempo porque el Dortmund había instalado su campamento base en el área de Oblak. Como leían antes, Simeone había metido mano en el descanso. Triple cambio. Y su equipo cambió la inercia. El Atlético fuerza un saque de esquina, Hermoso lo gana en el segundo palo y Hummels se marca gol en el empeño por rebañar esa pelota. Correa falla la que todo su banquillo ya celebraba y marca la menos esperada. Hasta en tres ocasiones tuvo que anotar el tanto. Todas ellas taponadas por una media amarilla, excepto su último disparo.
Pero el Atlético dio ese maldito paso atrás y su manera de defender ya no es la de antaño. Al cabezazo de Füllkrug le siguió una rosca maliciosa de Sabitzer y cuando el Atlético abrió su mano, ya no tenía nada. Los de Simeone pasaron los últimos minutos chocando contra un muro, sin generar ya no ocasiones claras, ni siquiera peligro alguno. Y se acabó. El golpe de Sabitzer fue directo al mentón y corazón colchonero. Final al sueño de Wembley. Los 4.000 desplazados, muertos en vida. Con pulso, pero sin latido, emplearon sus últimas fuerzas para vitorear el nombre de su equipo, que deberá volver a echar las cartas la temporada que viene. Eso, o cambiar de gitana.