Aíto García Reneses, todo un mito del baloncesto español, siempre tuvo claro que quizá merecería la pena importar el modelo de la NCAA estadounidense en nuestras fronteras. Es así porque la canasta universitaria lleva décadas mostrándose como un auténtico gigante deportivo en la tierra de las oportunidades. Capaz de superar al profesionalismo, incluso más allá de la pelota naranja, en cuanto a interés e impacto. La última prueba de ello se ha dado esta misma semana, gracias a una estrella en ciernes que ha conseguido reventar los audímetros: Caitlin Clark.
A sus 22 años, la base de Iowa es ni más ni menos que la máxima anotadora histórica, sin importar el género, de la NCAA. Batir un récord vigente desde 1970 (lo poseía, palabras mayores, Pete Maravich) es motivo suficiente para no perderle la pista a esta jugadora. No cabe duda de que tiene prendado al respetable, como se demostró este lunes, cuando llevó a su equipo a la Final Four que se disputa este fin de semana ante nada menos que 12,3 millones de espectadores televisivos de media y hasta 16,1 en el pico de audiencia.
El March Madness, el mes frenético en el que se decide la temporada en las universidades de Estados Unidos, ha sido especialmente loco esta vez gracias a Clark. La trascendencia del encuentro entre Iowa y LSU en la pequeña pantalla es digna de mención, por todo lo que ha superado: cuatro de los cinco partidos de las pasadas Finales de la NBA (todos menos el último); cualquier duelo de la liga baloncestística por excelencia; el global del béisbol (MLB), el hockey sobre hielo (NHL) y el fútbol/soccer (MLS) en 2023; la parte decisiva del Masters de golf; cualquier choque universitario emitido hasta la fecha por la prestigiosa ESPN y, más allá del deporte, la ceremonia de entrega de los Globos de Oro.
Te puede interesar: Yo jugué con Marc Gasol: “Llegaban los veranos y le ponían recto, el pobre solo comía sandía”
Poco o nada importa que el cruce en el que Clark dejó 41 puntos (nueve triples), siete rebotes y 12 asistencias para la victoria por 94-87 se emitiese vía cable y no en abierto. Las chicas están de dulce en la NCAA gracias a ella, que ha conseguido que se hable más de su torneo que del de los chicos.
Rompiendo más barreras que nunca
No se había movido tanto dinero por culpa de las eliminatorias femeninas en ninguna ocasión. El último contrato con ESPN para emitir estas asciende a 65 millones de dólares, diez veces más que el anterior. Es cierto que la cifra está muy lejos de los 900 millones que percibe cada año la edición masculina en lo que respecta a los derechos de televisión. Pero también lo es que al aficionado medio, ahora mismo, le suena mucho más Caitlin Clark que cualquier joven promesa del otro sexo.
Tanto es así que las entradas más baratas para ver la Final Four en la que está ella, en Cleveland, cuestan 970 dólares, frente a los 571 que debe pagar quien quiera verles a ellos en Glendale (Arizona). Casi el doble, con lo que se esperan unos pingües beneficios económicos para las ciudades organizadoras: en 2023, la cita decisiva generó un impacto de casi 200 millones en Houston.
Te puede interesar: Así fue la llegada ‘anónima’ de Pau Gasol a la élite: “Me quejé y después del primer entrenamiento tardé semanas en volver”
El sentimiento de pertenencia que generan los equipos de la NCAA no tiene parangón, con un ambiente, en cuanto a colorido y caldeo de la grada, que el escenario profesional dista mucho de igualar. Esa comunión tan especial, porque es toda una experiencia acudir a un partido de college, explica en buena medida su tirón. Junto al hecho de que los dominadores del mañana acostumbran a pasar primero por aquí.
La competición es lucrativa, sin duda. En la campaña 2022-2023, la NCAA obtuvo 1.280 millones de dólares en ingresos (casi 1.000 los generó el March Madness), que fueron 600 en el caso femenino. Se espera que estos últimos números crezcan, ya que la explosión de Caitlin Clark puede marcar un antes y un después. Pasan los años y los jugadores de todo tipo, pero la fiebre universitaria no decae entre los estadounidenses. Todo lo contrario.