La confesión de Saúl en mitad de la fiesta del Atlético tras vencer al Inter en Champions: “Es un momento de mierda para mí”

El futbolista rojiblanco hizo autocrítica en sus redes sociales y destaca el momento que atraviesa. “Exactamente no sé qué es”, asegura

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Saúl tira su penalti durante
Saúl tira su penalti durante la tanda (REUTERS).

Lautaro manda alto su disparo desde los once metros y se lleva las manos a la cabeza. Antes de siquiera ver la trayectoria de la pelota, pues la forma de golpear ya le hacía conocedor de que no iba a ser la que deseaba. Los jugadores del Inter caen al suelo desplomados humanizando la resignación de quienes han estado con ventaja en el marcador durante 177 minutos de los 180 reglamentarios. El Atlético, la otra cara de la moneda. Todos sus integrantes corren en estampida para fundirse en un abrazo con Oblak, héroe de la noche con sus dos penaltis parados.

Allí donde todo era alegría y celebración, el momento en el que los errores del partido entran al baúl de los recuerdos y sale a relucir la alegría por lo conseguido, un jugador del Atlético reflejaba la tristeza dentro de la felicidad. Saúl Ñíguez inició de suplente, entró al campo en la segunda parte de la prórroga y falló su penalti en la tanda. El golpeo, al medio, con poca altura y fuerza, evidenciaba su falta de confianza en sí mismo y el difícil momento que atraviesa.

Del éxtasis a la tristeza

“Sinceramente es difícil para mí escribir en estos momentos, pero igual que escribo en las buenas hay que hacerlo en las malas. Es un momento de mierda para mí a nivel deportivo, y soy consciente…”, explicaba en un sus redes sociales pasados 36 minutos de la media noche, en mitad de la fiesta rojiblanca. “Acepto todas las críticas y no solo por el penalti de hoy sino por cómo estoy en estos momentos. Exactamente no sé qué es, pero lo único que me han enseñado es a seguir trabajando en las buenas y en las malas, hasta conseguir cambiar la situación. Gracias por estar en las buenas y en las malas. ¡Aúpa Atleti!”, sentenciaba.

Los jugadores del Atlético de
Los jugadores del Atlético de Madrid celebran su pase a cuartos de final de Champions (REUTERS).

El ilicitano regresó a la disciplina hace dos veranos tras un pequeño Erasmus en Londres, donde buscó gozar de más minutos y reencontrarse con su mejor versión, algo que finalmente no se produjo. Él quería jugar en su posición natural en lugar de hacerlo como carrilero, pero tampoco consiguió en el Chelsea tener la continuidad necesaria. En su vuelta no mostró el nivel exhibido años atrás y esta campaña ha ido perdiendo protagonismo a medida que se fueron sucediendo las jornadas.

Fin a la imbatibilidad del Inter

Lo que pasa en el Metropolitano se queda en el Metropolitano. No tiene explicación. La parapsicología -ciencia que estudia aquellos fenómenos que no pueden ser explicados por las ciencias convencionales- entraría en colapso si tuviera que analizar lo que ocurre en el feudo rojiblanco. Probablemente ni sus propios inquilinos sepan qué esconden sus paredes que tanta incidencia tienen en su juego, capaz de mutar cada siete días. Cuando nadie se lo esperaba, cuando parecía todo perdido, con la herida de Cádiz aún abierta y supurando, ahí se volvió a asomar el equipo de Simeone con una venda en forma de clasificación a cuartos de final de Champions. Séptima vez que el técnico argentino mete a los colchoneros entre los ocho mejores equipos del Viejo Continente.

Ante un rival, el Inter, había ganado absolutamente todos sus partidos en lo que va de 2024, y un estadio, el Metropolitano, que sabía desde antes de empezar el partido que “la gloria se consigue luchando”. El lema que dormía en las paredes del difunto Vicente Calderón, auguraba el guion del partido en el feudo colchonero que acabó a oscuras, sin luz, iluminados por los flashes de sus aficionados que nunca dejaron de creer. No lo hicieron cuando Dimarco puso cuesta arriba la eliminatoria, ni después de que el palo escupiera el disparo de Memphis con su equipo necesitando un gol para seguir con vida, tampoco tras el disparo alto de Riquelme que hubiera evitado llegar a la prórroga y menos durante una tanda de penaltis en la que Oblak se hizo gigante.

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