
“Cuando vivía en Alemania, eran las gominolas Haribo. Pero cuando volví a Japón, se convirtió en el chocolate”, dijo sobre cuál era el snack que más comía mientras pintaba en su estudio. Yoshitomo Nara (Hirosaki, Japón, 1959) no solo es uno de los artistas contemporáneos que más factura -está entre los diez artistas vivos más notorios del panorama artístico-, también es de los más venerados por el público.
Aunque él mismo ha rechazado la conexión que sus pinturas puedan tener con el universo del anime y el manga, la comparativa ha sido (y sigue siendo) empleada para describir a sus espeluznantes “niñas cabezonas”. Sus grandes y rasgados ojos, y la estética kawaii (cuqui en japonés) que ha impreso en el trazo de su brocha, han convertido sus lienzos en un páramo de inocencia que, sin embargo, esconde un aspecto sombrío. Los retratos de niñas pequeñas son, a su vez, flashes de horror e ira.
Su peculiar estilo (que ha enamorado, además de a los coleccionistas y gurús del arte, a la generación Z, que comparte el idilio con sus pinturas en redes sociales como TikTok) nace de un acercamiento tanto a la cultura local como a la occidental. Nara creció en el Japón de posguerra, una época de mayor exposición a los elementos pop occidentales, como puedan ser los cómics, los dibujos de Disney o la música popular.

Además de tener acceso a la Biblioteca de Alejandría del mundo anglosajón, Nara estudió en Alemania -en la Kunstakademie Düsseldorf a finales de los años 80-, lo cual le permitió conformar una rica obra con diversas influencias. Fue en 1990 cuando el nipón comenzó a forjar su particular estilo: figuras querubinescas que esconden una mirada tenebrosa, niñas con cuchillos, ceños fruncidos y morros arrugados; estatuas de la infancia que transmiten un aura de amenaza, de desafío, pero que también atesoran una capa de melancolía e inseguridad.
“La gente se refiere a ellos como retratos de niñas o niños”, dijo Mika Yoshitake, experta en arte japonés de posguerra, a The New York Times. “Pero en realidad son todos, creo yo, autorretratos”, apostilló. De forma bidimensional y con un fondo neutro, las pinturas de Nara se asocian al estilo Superflat: según Takashi Murakami, otro de sus grandes exponentes, es la forma de redefinir la identidad tradicional japonesa desde la modernidad para hablar del pasado.

La cultura manga se ha beneficiado de dicha rama artística, la cual ha explotado de sobremanera, pero el Superflat también se narra grabados Ukiyo-e del período Edogracias a la influencia de los antiguos . Aunque Nara no obtuvo una aceptación inmediata en el mundo del arte, su innovador estilo se ha acabado consolidando en la actualidad. No en vano, los seguidores de su arte presentan el mismo fervor que cualquier adolescente en el concierto de su artista predilecto.
Recuerdos de infancia que tiene marcados como un tatuaje, la música (admite escuchar, sobre todo, a Bob Dylan en su estudio) y la literatura, así como su insaciable curiosidad, son los elementos que han nutrido sus lienzos y objetos. Con la venta en 2019 de Knife Behing Back (2000) por 25 millones de dólares (unos 22 millones de euros) en Sotheby’s, Yoshitomo Nara ha conseguido erigirse como una de las firmas más cotizadas y valoradas en el panorama artístico global.

Nara ha sabido construir un imperio que va más allá de los lienzos que se han vendido a precio de oro (por ejemplo, No Means No por 6 millones de dólares, Three Stars por 3,5, millones, In the Milky Lake por 10, Be Happy por 5 o Missing in Action por 11). Su universo pictórico, al igual que el de ídolos como Andy Warhol, se erige más allá del óleo. El pintor nipón ha creado una máquina de creación que incluye diversos formatos y objetos coleccionables que apelan a todo tipo de clases sociales: de los ricos que compran en Sotheby’s a los jóvenes con un salario humilde.
Grabados, litografías, dibujos, esculturas, animales de peluche, lámparas, tapices, ceniceros, huchas, libros, despertadores, platos y hasta monopatines. El mundo de Yoshitomo Nara es tan venerado como diverso. En 2024, el Museo Guggenheim de Bilbao le dedicó la primera retrospectiva en España, un viaje onírico por los elementos que ponen de manifiesto su creatividad, y una exposición que ha trasladado sus alas a la ciudad alemana de Baden-Baden. Tu mejor amiga no tardará mucho en colgar uno de sus cuadros en su habitación aesthetic.

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