Se acaba de estrenar un ‘remake’ contemporáneo del clásico del expresionismo alemán Nosferatu, realizada por F.W. Murnau en 1922. Esta nueva versión ha sido dirigida por David Eggers, que ya había demostrado su poder de hipnotismo a través del terror más atávico en su ópera prima La bruja.
Ahora, se enfrenta al reto de modernizar una de las obras fundamentales del cine mudo que, a su vez, constituía una ‘reinterpretación’ del mito del Conde Drácula que se incluía en la célebre novela de Bram Stoker. Y es que, aunque Nosferatu bebiera directamente de esa obra, Murnau se tomó ciertas licencias y libertades a la hora de configurar un personaje que no correspondía de manera estricta con el descrito por autor irlandés.
Esa es la razón por la que la historia cambia en algunos aspectos, así como también los personajes y la descripción de cada uno de ellos, aunque la fuente de origen sea la misma.
El Conde de Orlock frente al Conde Drácula
Murnau fue el primero que adaptó a Brad Stoker, pero quiso hacerlo a su manera (se dice que para no pagar los derechos de autor). Por eso, el Conde Drácula pasaría a llamarse el Conde de Orlok, convirtiéndose en el primer vampiro dentro de la historia del cine, marcando así una iconografía que pasaría a formar parte del imaginario colectivo.
Una de las principales diferencias es, sin duda, el aspecto del protagonista, que cambia de forma radical entre ambas descripciones. Mientras el Conde Drácula tenía un porte aristocrático y refinado (como se puede apreciar en las versiones que se hicieron a lo largo de los años), el Conde Orlok era una criatura repulsiva, destinada a provocar horror tan solo con su aspecto físico. No tiene pelo en la cabeza, que ademas es deforme como si se tratara de un cadáver, algo que lo emparentaría con el folclore tradicional de los muertos vivientes.
Además, su objeto de deseo amoroso no será Mina, sino Ellen, que también contiene algunas diferencias con respecto al original. Lo que no cambia es la forma en la que se introduce al personaje del Conde, cuando un joven (el nombre cambia de Harker a Hutter) se dirige a su castillo en Transilvania para vender una propiedad inmobiliaria y se verá a merced de las garras de ese ser misterioso que se alimenta de sangre.
Cambios fundamentales para acabar con Nosferatu
Murnau también introdujo un aspecto fundamental que se ha perpetuado en el tiempo y que no contenía la obra de Stoker: su pánico a la luz del sol, convirtiéndolo en un personaje obligado a vivir en las sombras. Ademas, tiene una relación especial con la ratas, por lo que su presencia transmite la enfermedad de la peste allá donde él se encuentre.
Además, a Murnau no le interesó parte de la parafernalia relacionada con el cristianismo que podía acabar con el vampiro, como es el caso de los crucifijos, el agua bendecida o los ajos, y tampoco dio importancia a que el monstruo pudiera o no reflejar su imagen en un espejo. Tampoco hay ni rastro del Van Helsing, el científico destinado a terminar con la vida del monstruo. En este caso, la llave para acabar con su existencia, la tiene un corazón puro dispuesto a sacrificarse.
A lo largo del tiempo hemos visto diferentes versiones de Nosferatu, como la que hizo en 1979 Werner Herzog con Klaus Kinski de protagonista o, más tarde, en el año 2000, La sombra del vampiro, un film ‘metacinematográfico’ que proponía que Max Shreck (el Nosferatu original de Murnau) era realmente un vampiro y al que dio vida Willem Dafoe, que también se encuentra presente en la película de Eggers.