Convertir la basura en belleza. Esa era la premisa de John Waters (Baltimore, Estados Unidos, 1946), un director que decidió que la vida era mejor si la contaban los estratos denigrados a la inmundicia social. “Exagera tus rarezas. Autopromociónate. Utiliza a tu familia. Múdate a Europa. Compórtate como un animal. Ten problemas sexuales. Ponte enfermo. Mata a alguien. Muérete”. Este es el decálogo que el cineasta aplicaba para alcanzar una fama que consiguió por medio de su transgresión, su inteligencia emocionalmente salvaje y su ingenio.
Las películas de Waters se sumergen en las subculturas que nacieron, crecieron y se desarrollaron en la Estados Unidos de los años setenta, ochenta y noventa, erigiendo a las minorías sexuales y sociales como las triunfadoras de un organigrama social que desdeñaba todo lo que no entraba en el cuadrado de lo correcto y lo ordinario. Drag queens, suburbios de pobreza alejados del progreso americano, “desviaciones” sexuales y una libertad inaudita en la gran pantalla.
Divine fue su estrella latente, una irreverente nata capaz de rodar las escenas más grotescas, burdas y absurdas de la historia del cine. Homosexuales, trans, personas racializadas... Waters es el héroe de los antihéroes, el genio de lo indescriptible y un magnífico descriptor de unas realidades relegadas a un segundo plano. Aunque ahora esté de moda el voguing, ir a espectáculos de drags y ver todas las temporadas de RuPaul’s Drag Race, un programa que venera al director estadounidense y que suele incluir referencias atemporales a sus películas y actrices predilectas, John Waters fue precursor de la idealización y consagración de diversos grupos sociales en los que la creatividad y la libertad eran dos elementos indispensables para la supervivencia y la construcción de la identidad.
De su mito nace un interés casi primigenio por conocer cuáles son sus películas favoritas. Este año, Waters ha seleccionado los diez largometrajes que más le han gustado y sí, entre ellas está Joker: Folie à Deux. La secuela de Joker (2019), ambas dirigidas por Todd Phillips, ha sido uno de los fracasos más notorios del 2024 en la taquilla global (sobre todo teniendo en cuenta las expectativas que el público tenía posadas sobre ella tras el furor que generó la cinta original). En su primer fin de semana en taquilla recaudó menos de 40 millones de dólares, una cifra un tanto baja que ha culminado con un total de 206 millones de dólares en la taquilla global. Unas cifras un tanto decepcionantes teniendo en cuenta que su presupuesto llegó a los 200 millones.
“¡Tan loca, tan bien pensada, tan bien dirigida, tanto humo! [...] Los críticos son estúpidos. Gaga está tan bien. El Joker está tan bien. ¡Morid, tontos, morid!”, ha defendido Waters al situarla como la sexta mejor película en su ranquin anual. Por debajo de ella, y en orden numérico, ha situado Femme, de Sam H. Freeman y Ng Choon Ping, Emilia Pérez, el musical de Jacques Audiard con Karla Sofía Gascón que se postula como una de las cintas más importantes del año -además de la favorita para la carrera hacia los Oscar-, Babygirl, de Halina Reijn y con Nicole Kidman -que se alzó con la Copa Volpi por su interpretación en el Festival de Venecia-, y en la décima posición está Viet and Nam, de Truong Minh Quy.
“Una lesbiana intelectual adicta a los esteroides”
Las cinco mejores películas del año para John Waters incluyen algunos de los títulos más comentados del año. La quinta es Messy, de Alexi Wasser, la cuarta Hard Truths de Mike Leigh y la tercera es The Brutalist, de Brady Corbet y protagonizada por Adrien Brody. La cinta que se alzó con el León de Plata en el Festival de Venecia es un drama inmigratorio que habla del fraude del sueño americano. La historia ahonda en 40 años en la vida de László Tóth (Adrien Brody), un arquitecto judío nacido en Hungría que sobrevivió al Holocausto y que, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, emigró a Estados Unidos con su mujer, Erzsébet (Felicity Jones).
“Épica sobre la crueldad de la arquitectura y la agonía de adelantarse a su tiempo, con Adrien Brody y Guy Pearce a la cabeza de la fila de aspirantes a los Oscar. Sí, dura tres horas y media, pero lo único demasiado largo es el intermedio”, ha defendido Waters. En el segundo puesto a colocado Queer, de Luca Guadagnino, y la ganadora ha sido Love Lies Bleeding, de Rose Glass, el thriller lésbico con Kristen Stewart que sacudió la Berlinale.
Se trata de una bomba de relojería que no sólo la erige como uno de los iconos LGTBIQ+ de la industria actual, también como una actriz versátil que ha escapado de la jaula del cine juvenil. “Este hilarante y sangriento film noir es la mejor película del año, una que Russ Meyer podría haber hecho si hubiera sido una intelectual lesbiana adicta a los esteroides. Hasta los cerdos son simpáticos. Más o menos”, ha dicho Waters de ella.