El viaje a la Luna de George Méliès o Un perro andaluz de Luis Buñuel. Resulta interesante pensar en quién influenció a quién a la hora de hablar del polifacético y virtuoso Max Ernst (Brühl, Alemania, 1891- París, 1976), si el cine a él o él a la industria cinematográfica. La duda, si es que se puede considerar como tal, se despeja en Max Ernst: Surrealimso, Arte y Cine, una de las grandes apuestas del Círculo de Bellas Artes. En la exposición, que se podrá visitar en el enclave cultural madrileño hasta el próximo 4 de mayo de 2025, se ahonda en el vínculo que el celuloide mantiene con el artista surrealista.
Por primera vez, y coincidiendo con el centenario del Manifiesto del Surrealismo -publicado en el año 1924 por André Breton-, una muestra profundiza en la rica relación que el alemán mantuvo durante toda su carrera con el cine. No tanto en lo relativo a sus intereses como espectador, que claramente influenciaron su arte y collages, sino también ante las cámaras: apareciendo en documentales, películas o creando lienzos que aparecerían en el atrezzo de los filmes.
“Desde un punto de vista personal, era un sueño y lo que faltaba”, cuenta Martina Mazzotta, comisaria de la exposición junto a Jürgen Pech, a Infobae España. Añade que, en la retrospectiva que se mostró recientemente en Milán, la asociación del pintor con el celuloide se encontraba en salas separadas. Por un lado estaban sus obras, por el otro el séptimo arte. “Me sentí frustrada”, explica Mazzotta, que considera que la faceta del artista que se exprime en su exposición explota el carácter más “divertido” de Ernst. “Ningún artista ha estado tan implicado con el cine a tantos niveles”, explica para hablar de un proyecto que es “deseo personal” a la par que “necesidad objetiva”.
Max Ernst: Surrealimso, Arte y Cine está formada por más de 400 piezas que incluyen pinturas al óleo, esculturas, collages, frottages, libros ilustrados, películas y fotografías originales. En sus salas se encuentran, además, algunas de las pinturas de prestigio del currículo del alemán: Las tentaciones de San Antonio (Museo Lehmbruck, Duisburgo) o Las hijas de Lot (Colección Pietzsch, Berlín), así como la escultura Homme (Museo Max Ernst, Brühl), uno de los varios trofeos de bronce que el artista creó para los diversos premios cinematográficos de los que fue jurado -y que se exponen por primera vez juntos en una exposición-.
El Círculo de Bellas Artes va más allá de lo establecido y conocido a la hora de plasmar la asociación de Ernst con la disciplina cinematográfica, ahondando en los aspectos más desconocidos de su cinefilia. Aunque su fascinación, y amistad, con Buñuel no es ningún secreto, quizá los visitantes desconozcan que el pintor apareció en una de sus películas. Se trata de La Edad de Oro (1930), la segunda cinta surrealista del director español cuyo guion elaboró junto a Salvador Dalí. En ella, el artista se convierte en actor y se mete en la piel de un jefe de ladrones.
“Es como una pelota que rebota de un lado a otro”, explica Mazzotta sobre la conexión entre el cine y el arte de Ernst. “Estuvo muy influenciado por Méliès y sus visiones las tradujo en sus collages”, relata la comisaria. El clímax de la cinefilia del pintor alemán se encuentra en Dreams That Money Can Buy (1947), la cinta experimental en color dirigida por Hans Richter. En ella, Ernst participa como actor y director del primer episodio, pero no fue el único artista que formó parte del proyecto (también se sumaron nombres como Man Ray, Marcel Duchamp, Alexander Calder o Fernand Léger). “El surrealismo se entiende hoy mucho más viendo las películas que las obras, para mí es así”´, declara. “Miras las obras con otra conciencia e intensidad”, apostilla.
Otro de los aspectos que la muestra pretende enseñar es que “no muchos artistas tienen tantas películas documentales sobre sí mismos”, pues el alemán ha sido siempre “muy generoso” a la hora de abrirse a la cámara. Para Mazzotta, Ernst “no es solo un surrealista”: “Él es el creador de tendencias, el pionero”. La comisaria cree que “los mayores conocedores y defensores de Max son los artistas”: “Sus mayores admiradores y seguidores eran sus amigos. Incluso Peggy Guggenheim, que se enfadó, con razón, después de que la abandonara durante un año, le apoyó porque era libre e imaginativo, leal y tenía sentido de la amistad”, concluye.