En 2020 se publicó la novela de Txani Rodríguez Los últimos románticos (Seix Barral) y se convirtió en un pequeño acontecimiento literario. La trama se ubicaba en una pequeña población industrial de Bilbao y estaba protagonizada por una mujer, Irune, que había regresado para cuidar de su madre enferma. El paisaje con el que se encontraba era de profunda desintegración, tanto a nivel económico como humano y personal. Pero ella seguirá conservando una serie de valores que el mundo a su alrededor parece haber perdido: la empatía, la integridad y la solidaridad.
Ahora, el director David P. Sañudo, se ha encargado de adaptar al cine esta novela que, a pesar de partir como un encargo, se convirtió en un proyecto muy personal. “Yo había leído el libro de Txani, porque me gusta estar bastante al día de las novedades literarias, así que la decisión fue muy sencilla, porque había conectado mucho con lo que contaba, había creado vínculos con ella, sobre todo por realidades muy próximas con todo lo que tiene que ver con la periferia industrial de Bizkaia”.
De qué va ‘Los últimos románticos’
En la película conoceremos a Irune (Miren Gaztañaga), solitaria y repleta de inseguridades que trabaja en una fábrica de papel, al igual que su padre (ya fallecido, al igual que su madre) que prácticamente no se relaciona con nadie, aunque, dentro de sus posibilidades y de su entorno, intenta ayudar a los demás. Por eso, se unirá a las manifestaciones de afectados por los despidos de su empresa, poniéndose a sí misma en una situación de peligro laboral.
El director quería crear una reflexión en torno a aquellos lugares que cambian y, con ellos, las personas que lo habitan. “En esas zonas industriales no solo los paisajes se han modificado, sino también los habitantes que han tenido también que transformarse de acuerdo a las circunstancias”, cuenta David P. Sañudo a Infobae España.
Y, de ahí, inevitablemente, surge el sentimiento de melancolía y de tristeza congénita debido al desencanto. “Tiene algo de engaño, de promesas incumplidas y eso tiene que ver con las nuevas generaciones, con su relación con el mundo. Antes se decía que si te esforzabas, encontrarías una recompensa y hoy en día, resulta muy difícil encontrar la estabilidad. Por eso, me interesaba establecer una relación entre Irune y las personas mayores que se encuentran a su alrededor. Ese diálogo entre el individuo y el contexto me parecía muy interesante, porque cuando los círculos comunitarios que tienes cerca no son capaces de darte una solución, es poco probable el motor de cambio. Así que es normal que se produzca este desarraigo por la absoluta falta de desatención, tanto social como humana”.
¿La lucha colectiva ha muerto?
“Creo que el asociacionismo ha perdido peso, igual por el individualismo, por eso hay una mirada nostálgica a la palabra romántico, que al fin y al cabo significa mitificar, idealizar o exaltar emocionalmente una época o un territorio pasado”, explica P. Sañudo.
¿Qué le diría a la gente que se acerque a Los últimos románticos como si se tratara de una película de amor? “Que también hay algo de eso, de la idealización del otro, de tratar a un personaje virtual como si fuera real. Creo que no hay que avergonzarse por los sentimientos, ni en el cine, ni en la vida”.
En la época de la pandemia parecíamos todos unidos y, sin embargo, ahora estamos más polarizados que nunca. ¿Qué le parece esta situación? “Llevo reflexionando sobre eso estas semanas. Parece que o se hacen cosas a favor de unos y en contra de otros: el programa de entretenimiento de unos y de otros, el Twitter de uno y de otros. No sé hasta dónde puede llegar todo esto. Solo creo en la carta individual que podemos jugar cada uno de nosotros. Yo creo que, a nivel colectivo, el feminismo ha sido una de las pocas causas sociales que ha sido capaz de movilizarnos a nivel transversal. Ojalá se amplíe a otras cuestiones, como el tema de la vivienda”.