En la Nochebuena de 2019, una niña de 13 años de origen chino fue violada por al menos seis jóvenes en un barrio de Palma de Mallorca. La menor denunció el hecho, algo que ya había hecho en dos ocasiones más. A partir de ese momento, comenzó a investigarse una red de prostitución y abusos sexuales cuyas víctimas estaban ‘tuteladas’ por el Instituto Mallorquín de Asuntos Sociales.
Al parecer, todo el mundo era consciente de estos hechos, incluso los propios trabajadores del centro. Las pequeñas, entre 13 y 17 años, y que en su mayoría se encontraban bajo la supervisión del gobierno balear, ya habían sufrido malos tratos y agresiones en sus casas, lo que las convertían en objetivos perfectos para los proxenetas.
La noticia, que sacó a la luz el Diario de Mallorca, conmocionó a la sociedad y fue también instrumentalizada por la esfera política.
Una ficción que se centra en las víctimas
A partir de estos hechos, se ha estrenado la película Las chicas de la estación, dirigida por Juana Macías e interpretada por un joven elenco femenino formado por Julieta Tobío, Saula Hadra o María Steelman, todas ellas debutantes frente a las cámaras.
Ellas encarnan a Jara, Miranda y Álex, tres chicas que han crecido en un centro de menores y que apenas tienen vínculos emocionales o familiares, ya que han crecido en hogares ‘desestructurados’ y nadie se ha preocupado nunca de ellas.
Todo comenzará como un juego, las tres muchachas quieren asistir a un concierto de música de sus ‘traperas’ favoritas, pero no tienen dinero. Desde hace tiempo, una excompañera del centro les ofrece una manera fácil de ganar unos euros para pagar sus caprichos. En realidad, se trata de una red de prostitución que comienza organizando citas con adultos en los baños de la estación y termina en fiestas de pervertidos en las que las niñas se encuentran a merced de cualquier sátiro.
Las responsables del proyecto, Juana Macías y la guionista Isa Sánchez, comenzaron un proceso de investigación que les llevó meses y durante el cual contactaron con directores de centros de menores, personas que habían pasado por ellos, psicólogos y agentes de la policía. Intentaron abordar la cuestión desde todos los prismas porque se trataba de una realidad de lo más compleja que, además, no solo se circunscribía al caso de Mallorca, sino que se encontraba arraigado en buena parte de nuestro país, poniendo de manifiesto el desamparo de las niñas y adolescentes.
Pero su principal interés siempre fue situar el conflicto a través de los ojos de las chicas, que fueran ellas las que contaran sus miedos y sus inseguridades, sobre todo porque siempre son culpabilizadas por la sociedad en general. Para ello se utiliza un estilo naturalista, casi como si se tratara de un documental que se encarga de registrar su cotidianeidad, desde sus momentos íntimos, pasando por sus confidencias, las relaciones que establecen entre ellas y su progresivo acercamiento a las dinámicas nocivas en las que terminarán introduciéndose.
Todo ello acompañado de canciones de La Zowi, La Blackie o las raperas Kitty110.