Es una de las películas del año y su carrera hacia los Oscar es más que probable. Anora es una matrioshka, una cinta con pequeñas historias dentro de ella, una carrera inagotable de ingenio y la actual ganadora de la Palma de Oro en Cannes. Protagoniza por Mikey Madison, la historia pone el foco en Ani, una bailarina exótica que contraerá matrimonio con Ivan (Mark Eidelstein) después de conocerle en el club de estriptis en el que trabaja. Su amor bañado en champán y extravagancia no será plato de buen gusto para la conservadora familia de él, que hará todo lo posible por romper el hechizo de magia, y poder, en el que Ani se embarca.
El largometraje dirigido por Sean Baker (Tangerine, The Florida Project, Red Rocket) combina el drama y la comedia con maestría para denunciar el abismo existente entre sus dos personajes. Disfrazada de Pretty Woman, pero con la piel de un lobo que profundiza en la pirámide social y la aspiración del icónico sueño americano, Anora no es tanto un relato de amor, sino de métricas asociadas a la apariencia o el dinero.
La ropa que visten sus protagonistas lanza un claro mensaje sobre a qué estrato pertenecen y hacia dónde quieren llegar. Aunque subliminal y casi imperceptible, los outfits que Ani viste durante las más de dos horas de filme indican hasta qué punto busca cambiar la vida que atesora. Salir del club para ser una mob wife. Salir del club para aspirar a una vida mejor. ”Hay una evolución clara en el vestuario de Ani desde el arranque de la película y hasta el final. En el club tiene que explotar con la ropa su cuerpo para atraer a los clientes y ese gusto por las prendas que dejan poco a la imaginación lo mantiene prácticamente hasta la boda”, cuenta Alberto Sisí, Features Content Creator de Vogue, a Infobae España.
El periodista especializado en moda y cultura no cree que Baker “busque alejarse del tópico” de las trabajadoras sexuales, pues no es la primera vez que las retrata en la gran pantalla. Eso sí, considera que “tanto Ani como sus amigas cultivan una imagen pretendidamente cool” dentro y fuera del club en el que bailan para conseguir ver la cara de Benjamin Franklin. Uñas de mariposa, un pelo lacio con tiras de purpurina y vestidos que abrazan la figura corporal sin ningún tipo de escrúpulo son el abecé de su estilo. “La película tiene que mostrar momentos explícitos, pero paradójicamente no hay una imagen de una Ani tremendamente sexualizada”, añade Sisí.
“Tanto Ani como sus amigas del club cultivan una imagen pretendidamente ‘cool’ dentro y fuera de su trabajo”
No sin mi abrigo
Pasar del crop top al Hervé Léger, el vestido que triunfó en las pasarelas en la década anterior y que popularizaron las por entonces voluptuosas figuras del clan Kardashian, es un statement con el que Ani (Madison) busca dejar claro hasta qué punto está dispuesta a hacer lo que esté en su mano para subir los diversos peldaños sociales que la separan de Ivan (una brat aristocrática que hace lo que quiere con el dinero de sus progenitores). No en vano, es el vestido que emplea para su primera visita privada en la casa del nepo baby ruso. ‘¡Mírame, llevo un Hervé Léger, soy como tú!’, pensará Ani.
Cuidado, que vienen spoilers. Cuando la protagonista se convierte en la mujer del hombre rico, sus looks comienzan a cambiar, pero hay una pieza clave que marca hasta qué punto ella quiere superar su marcado sello social: el abrigo de pelo. “Es una pieza absolutamente anacrónica en 2024, pero siempre hemos creído que pertenece a la gente poderosa”, cuenta Alberto Sisí. Cuando Ivan le regala uno, “cree que es parte de la élite”, aunque Baker es más inteligente a la hora de hacerla caer del paraíso onírico en el que habita. El caso de Ani “es un ‘quiero y puedo’, porque cree haber accedido a lo que buscaba, aunque al final veamos que no era así”, apostilla el periodista.
“El caso de Ani “es un ‘quiero y puedo’, porque cree haber accedido a lo que buscaba, aunque al final veamos que no era así”
En cuanto al vestido de bondage de color azul que marca un nuevo inicio para ella, Sisí no considera que dicha elección estilística tenga tanto que ver con el poder que atesoró el modelo de Hervé Léger, más bien con el hecho de que Ani es centennial. “Diseños como este han sido reivindicados ya en un ejercicio de nostalgia en las pasarelas y figuras como Bad Gyal los llevan sobre el escenario. La estética de los 2010 ya es retro”, cuenta.
Ani no es la única que busca lanzar un comunicado a través de su estética. En el caso de Ivan, su apuesta por la excentricidad de la alta costura podría leerse como un desafío parental. “Mientras que su padre cultiva esa imagen a lo Steve Jobs, él prefiere la estética cercana a los raperos estadounidenses obsesionados con el bling bling”, dice. Albornoces de Versace, chándales y prendas con el logo de la marca estampado en tamaño XL. ”Es otro gesto de niñato malcriado para llamar la atención de esos padres que no lo quieren”, apostilla.
“Mientras que su padre cultiva esa imagen a lo Steve Jobs, Ivan prefiere la estética cercana a los raperos estadounidenses obsesionados con el ‘bling bling’”
Aunque la moda se haya democratizado y las nuevas generaciones tengan acceso a prendas vintage a través de aplicaciones de segunda mano, “la subida de precios de las marcas de lujo deja constancia de que las grandes casas quieren que sus clientes sigan sintiéndose únicos”. Así, aunque Ani pueda tener acceso a un vestido que marcó un antes y un después en las pasarelas hollywoodienses, “solo el uno por ciento puede acceder ahora a los bienes de lujo que antes sí podían considerarse aspiracionales”. La protagonista de Anora no ha necesitado entrar en una tienda de Beverly Hills para recibir el rechazo de las dependientas (algo que sí le ocurrió a Julia Roberts). Ahora, la clase social también la dictamina un bolso que se hace viral en Tik Tok.