Es uno de los directores de culto indiscutibles del panorama internacional, autor de obras clave para entender el cine de terror contemporáneo como Cure (1997) o Kairo (2001) y, sin embargo, ha permanecido prácticamente inédito en nuestras pantallas y la mayor parte de sus películas no se encuentran ni siquiera disponibles en las plataformas de streaming. Ahora, estrena en cines Cloud, su última película, un buen momento para repasar su trayectoria.
Kiyoshi Kurosawa comenzó a formarse en la universidad a finales de los años setenta, coincidiendo con los últimos coletazos de la Nuberu Bagu, la nueva ola de cine japonés que se encargó de dinamitar las convenciones a golpe de radicalidad política y expresiva. Muchos de los directores pertenecientes a este movimiento se convertirían en un referente para el joven Kiyoshi, sobre todo a la hora de hibridar géneros y de utilizar el surrealismo y los estados mentales para crear paisajes alegóricos.
Uno de los máximos representantes de una nueva generación
Comenzó a rodar en 8mm sus primeros cortometrajes hasta que, a principios de los ochenta, se incorporó al por entonces floreciente mercado del vídeo doméstico y el AV (Adult Video). Películas baratas, que partían de alguna anécdota erótica y se insertaban dentro del soft porno (por influencia del pinku eiga) y que se convirtieron en auténticos campos de experimentación para los jóvenes cineastas del momento. Dentro de esta cultura subterránea se curtieron nombres como Takashi Miike, Takahisa Zeze, Rockuro Mochizuki o Hideo Nakata (The Ring).
A finales de los ochenta conocería a uno de los directores más taquilleros del momento, Jûzô Itami (Tampopo), que se convirtió en el productor de su siguiente película, Sweet Home (1989), basada en un videojuego de Nintendo considerado como precursor del género ‘horror de supervivencia’, es decir el antecedente directo de Resident Evil.
Su primera película importante a la hora de analizar su estilo es The Guard From Underground (1992). En ella utiliza la economía de medios como una virtud y se centra, a través de muy pocos elementos, en crear tensión e incomodidad ambiental. Aparecen movimientos de cámara que serán reconocibles en sus trabajos posteriores, como largos planos secuencia con un punto de vista distanciado, una planificación secuencial precisa, la utilización de los espacios como si fueran ratoneras, en este caso largos pasillos de oficinas lúgubres (el espacio de trabajo como entorno hostil), el empleo de las sombras expresionistas y la configuración del primero de sus personajes que representa el mal en estado puro. “No puedes entender que alguien como yo exista”, dice el mastodóntico guardia de seguridad trastornado que acosa a una mujer.
Los laberintos del inconsciente
Kiyoshi Kurosawa demuestra que es un director extremadamente racional en la forma que, sin embargo, comienza a obsesionarse desde casi sus inicios por la ambigüedad moral, por la perversión en estado más puro, por los estados del inconsciente y la locura, por el psicoanálisis.
Todavía dentro de los parámetros industriales del V-Cinema se adentra en los seriales cómico-policíacos de Suit Yourself or Shoot Yourself (1995) y la saga The Revenge, en la que practica el subgénero de yakuzas en estado puro. A partir de estos trabajos comenzaría su relación profesional con el actor Sho Aikawa, una de las estrellas de las películas de bajo presupuesto del momento y que alcanzaría el reconocimiento gracias a Takashi Miike en Dead or Alive (1991), aunque sus mejores interpretaciones corresponden a dos películas de Kurosawa que funcionan como un díptico, aunque no se encuentren relacionadas entre sí, Eyes of the Spider y Serpent’s Path (que ahora, el propio director se ha encargado de adaptar en una versión francesa), ambas estrenadas en 1998.
Las dos tienen como punto de partida el asesinato de las hijas pequeñas de los respectivos protagonistas, un hecho que abrirá las puertas a la atrocidad que se esconde en estas almas heridas, erigiéndose la venganza y el ojo por ojo como motores de arrastre. Se trata de dos thrillers noir de una turbiedad insondable, aunque al mismo tiempo que hacen gala de una pulcritud formal hermética, fría e incluso quirúrgica. En su fondo, también son imprevisibles y marcadas por un clima de extrañeza congénita, con una naturaleza casi ritual a la hora de poner de manifiesto los instintos más bajos del ser humano.
‘Cure’ y ‘Kairo’: dos obras maestras
Kurosawa sabe cómo utilizar las herramientas del lenguaje cinematográfico para introducir al espectador en un estado emocional que podríamos equiparar al trance. Eso es precisamente lo que hace en su primera obra maestra, Cure. En ella, un misterioso personaje, a través de la luz de un mechero, hipnotiza a sus víctimas para vaciarlos de todo aquello que tienen en su interior. En el fondo, da la sensación de que es también lo que el director hace con el espectador a través de sus imágenes, introducirnos en un estado de hipnosis a través de un ritmo y un tono magnético subyugante.
El director utiliza las doctrinas mesmerianas para adentrarnos en los intrincados laberintos de la psique, de forma que la sugestión se convertirá en un elemento que trasciende el propio mecanismo narrativo. Cure tiene también la particularidad de incluir una alegoría sobre el final de los tiempos que también estará presente en Kairo, así como la descripción de una sociedad enferma, podrida, deshumanizada, compuesta por seres que se comportan como marionetas dentro de un sistema que les anula.
Para Kiyoshi Kurosawa, el verdadero horror surge del interior del ser humano, nace de sus inseguridades, de sus frustraciones más íntimas y de sus propias incertidumbres a la hora de abordar el mundo que le rodea. Ese terror físico abrirá la puerta a los fantasmas que también adquirirán una dimensión real.
Casi todos los personajes del cine del director están solos, aislados, viven en apartamentos diminutos y son incapaces de conectar con el resto del mundo. Por eso, comienzan a aparecer en sus películas las grietas de la identidad. “¿Quién eres tú?”, pregunta constantemente el psicópata iluminado de Cure. Lo repite tantas veces que al final la pregunta deja de tener sentido.
En 1999 se estrena Charisma, gracias a cuyo guion Kurosawa consiguió una beca en el Sundace Institute y estudió dirección en Estados Unidos. Es quizás su película más bizarra, una mezcla entre introspección metafísica y parábola existencial que también establece otro puente con una película posterior como es Doppelgänger (2003). Se trata de dos obras abstractas en las que el autor se muestra más críptico que nunca abrazando postulados teóricos que lo llevan a desarrollar complejas hipótesis, casi a modo de tratados filosóficos en torno a la desorientación del individuo y su lucha por conseguir la libertad dentro de una sociedad opresora.
Nos encontramos justo en el cambio de milenio. El concepto del hombre moderno está en crisis. Las visiones apocalípticas acerca del derrumbe de los valores se convierten en un leit motiv, por ejemplo, en la literatura de Ryu Murakami, cargada de obsesiones y torturas emocionales y que destapaba las aberraciones que se esconde tras las apariencias, temas que pululaban por el ambiente y que influirían de forma decisiva en muchos de los directores del momento (Takashi Miike adaptaría su obra Audicion).
Kurosawa inicia este nuevo siglo con Kairo, película que se adelantaría a su tiempo en todos los sentidos, convirtiéndose en una obra visionaria. En los prolegómenos de Internet y las redes sociales, el director ya adelantó los peligros de la alienación de la vida virtual, el ensimismamiento y la servidumbre que iba a generar. Así, los seres humanos, perderán sus contornos y desaparecerán porque su vida ha dejado de tener sentido en el mundo material, donde los fantasmas son más reales que nosotros tras haber perdido la capacidad de sentir y de amar.
Kairo se convertiría en una obra bisagra en la filmografía del cineasta. A partir de ese momento su estatus de autor de culto traspasará las fronteras y su siguiente película, Bright Future (2003), protagonizada por una generación de jóvenes inadaptados, formará parte de la competición del Festival de Cannes. Pero Kurosawa nunca abandonará el terror más puro, ni siquiera su espíritu de serie B a pesar de contar con mayor presupuesto, con el respeto de la crítica y hacer gala de un virtuosismo y una elegancia escénica que ha continuado presente hasta, La mujer del espía (2020), por la que ganó en Venecia el premio al mejor director.
Dónde ver las películas de Kiyoshi Kurosawa
Ahora podemos ver en la cartelera Cloud, presentada en el pasado Festival de Venecia, en la que el director regresa a sus orígenes para contar la historia de un joven que se gana la vida revendiendo artículos por Internet hasta que comience a ser víctima de amenazas por la red. Un thriller con un trasfondo social que se va tornando de lo más turbio hasta adentrarnos en un espacio casi mental cargado de violencia.
En Filmin se puede recuperar una de las películas más prestigiosas del director, Tokyo Sonata, un retrato familiar con la crisis económica como telón de fondo que habla sobre la descomposición de cada uno de sus miembros por diferentes razones.
En Prime Video está disponible la imprescindible Cure, pero, por el contrario, no se puede encontrar en ninguna plataforma Kairo, que incluso contó con un remake norteamericano titulado Pulse (que tampoco se encuentra disponible.