Se ha convertido en una de las películas más arriesgadas, originales y contundentes de la temporada. Se trata de Polvo serán, el cuarto largometraje de Carlos Marques-Marcet que ha sorprendido por su audacia a la hora de componer una película con partes musicales y coreográficas que habla sobre el tema de la eutanasia de una forma que nunca habíamos visto.
La película se presentó en el Festival de Toronto, donde consiguió uno de los más importantes galardones y en su paso por la Seminci se alzó con la Espiga de Plata.
Hasta el momento, Carlos Marques-Marcet se había centrado en sus películas en las relaciones personales a través de una perspectiva generacional. El noviazgo a distancia en 10.000 km., el deseo de maternidad en Tierra firme y el seguimiento real de un embarazo de la pareja real que formaron María Soto y David Verdaguer en Los días que vendrán.
Entre el realismo y la poesía musical
Ahora, vuelve a partir del elemento realista para contar la historia de una mujer (una prodigiosa Ángela Molina) en fase terminal de una enfermedad que quiere morir con dignidad (para lo que deberá viajar a Suiza, donde la práctica está legalizada) y a la que su marido (enorme Alfredo Castro) querrá acompañar en ese viaje final. Sin embargo, su decisión no será entendida por sus hijos, generando un sinfín de controversias morales y personales dentro del núcleo familiar.
Dentro de ese espacio cotidiano, como sorpresa, se integrarán de una manera de lo más orgánica, una serie de números musicales de una enorme belleza expresiva y poética firmados por la compañía de teatro La Veronal y por la cantante y compositora María Arnal, que sirven para sumergirnos en el subconsciente de los personajes de una forma tan sensitiva como onírica.
¿De dónde parte este proyecto? Parece que se aleja un poco de su obra anterior al integrar elementos que se alejan del realismo para abrazar prácticamente un estado mental
Es curioso porque, cuando me dicen que soy un director realista, yo me siento un poco incómodo, porque no tengo ni idea de lo que es la realidad. A mí me gusta mucho la física cuántica y, en especial, un autor de divulgación científica italiano que se llama Carlo Rovelli. Pues tiene un libro que se llama La realidad no es lo que parece y me siento muy identificado con lo que dice, porque no hace falta reflexionar mucho para llegar a la conclusión de lo extraño que es el mundo. Por eso, la etiqueta de realista me cuesta mucho. Lo que hoy nos parece verista ahora, dentro de 20 años puede que no lo sea.
Pero en Los días que vendrán siguió el proceso de una pareja que estaba embarazada... de verdad
Sí, pero a la vez había un gran trabajo de construcción detrás de todo eso. A mí lo que me interesa es trabajar con los materiales y, a partir de eso, componer. En ese caso, el reto era partir de lo que estaba sucediendo y crear personajes de ficción que tuvieran unas máscaras que les permitieran reflexionar sobre su situación y, a partir de eso, hacer una película.
En cualquier caso, me gusta ir a lo esencial, trabajar con la mínima expresión, tanto con la cámara como con los actores, que son dos cosas que para mí siempre van juntas. En Los días que vendrán, la cámara estaba más oculta, y en Polvo serán, se nota más su presencia y creo que ha sido una especie de liberación, una reacción a ese realismo en el que me habían encasillado.
Supongo que necesitaba buscar otros caminos expresivos
No era algo premeditado, pero sí que tiene que ver con buscar otras vías, porque hay momentos en los que el lenguaje no es suficiente, no basta y quería utilizar las herramientas del cine para saber lo que les pasa por la cabeza a los personajes. Era lo que me movía. ¿No crees que cada uno percibe la realidad de una manera?
Cómo hablar de la muerte
Precisamente después de una película sobre el inicio de una vida, habla en esta ocasión sobre la muerte
Es un poco así, la verdad. A mí me obsesiona mucho la muerte y me encontré con dos amigos mayores que formaban parte de una asociación de muerte asistida en Suiza. De ahí partió el proyecto. En realidad quería hacer la película con ellos, registrar todo su proceso. Incluso llegamos a hacer un taller de creación de donde surgieron muchas de las ideas de este proyecto. Estuvimos mucho tiempo juntos, ensayando, improvisando, creando personajes, leyendo, viendo documentales, compartiendo historias y jugando. Así, conseguimos discernir aquello que nos interesaba, qué era lo que nos tocaba de verdad. La muerte suele tratarse desde el punto de vista “del otro”, pero hablar de la muerte de uno mismo es diferente, es muy difícil poner en palabras, relacionarse con eso de una manera verbal. ¿Cómo se hace? Por eso llegamos a la música como medio de expresión.
Y de ahí parte el musical
Nos dimos cuenta de que era un mecanismo por el que ellos entraban y salían de sus personajes, lograban expresarse con una mayor libertad.
Finalmente, no pudo hacer la película tal y como la había pensado, con esas personas del inicio
No pudimos llevarlo a cabo por sus problemas de salud y eso fue uno de los motivos por lo que casi cancelamos la película, una de las muchas veces que estuvimos a punto de dejarlo. Así que, con todos los materiales que teníamos, rehicimos el guion, ya como una ficción con la parte musical y con un claro componente de tragicomedia.
Ángela Molina, Alfredo Castro, La Veronal y María Arnal
¿Cómo entraron Ángela Molina y Alfredo Castro en el proyecto?
Queríamos que fuera una pareja que se compenetrara dentro del terreno artístico. Alfredo Castro, además de actor, ha sido director de teatro y Ángela Molina podía abarcar todos los registros que se requerían. De alguna manera, el concepto de representación estaba siempre muy presente y aparece en muchos momentos de la película. Para mí suponía una reminiscencia del Barroco español, de Quevedo, que es algo que se encuentra integrado ya desde el mismo título.
Trabajar con Ángela Molina y Alfredo Castro ha sido maravilloso. La verdad que nos lo hemos pasado muy bien. Aunque son intérpretes de lo más experimentados, están dispuestos a probar, se entregaron mucho.
Hábleme del aspecto corporal de la obra, en la que adquiere una importancia fundamental la compañía La Veronal
Para nosotros era importante el movimiento como forma de expresión. Y combinarlo con cierto nivel de absurdo, porque la vida también lo es. El humor te puede hacer reír, pero también darte un puñetazo en el estómago, puedes bascular de una emoción a otra. Porque la muerte de uno mismo, en realidad, es más rara que triste.
¿Tenía algún referente dentro del cine musical?
La verdad es que siempre da un poco de vértigo abordar este género, porque en nuestro país tenemos una tradición musical muy interesante, pero no encajaba dentro de nuestros propósitos, como tampoco el musical clásico de los años cincuenta, ni el de los inicios, que me apasiona y de donde nació todo. Por eso, mi máxima referencia ha sido el universo de las artes escénicas actuales, que me parece que se están haciendo cosas buenísimas. Pero también el concepto de ‘teatro mundo’ y el de ‘vanitas vanitatis’, sobre la brevedad de la vida, la transitoriedad de la existencia.