El tándem creativo formado por Severin Fiala y Veronika Franz se dio a conocer gracias a Buenas noches, mamá, (Goodnight Mommy, 2014), que se convirtió de forma inmediata en una película de culto. Los directores austriacos parecían herederos de Michael Haneke con el punto todavía más perverso de su también compatriota Ulrich Seidl, que se convirtió en su abandero a partir de ese momento a través de su productora.
En su ópera prima demostraron su capacidad para crear turbadoras atmósferas enrarecidas en las que latía un sentimiento constante de extrañeza. Por supuesto, al igual que sus máximos referentes, su tratamiento formal resultaba de lo más frío y hermético, casi quirúrgico a la que hora de acercarse a sus personajes y su objeto de estudio, que no era otro que hablar de la identidad de una forma un poco más retorcida de habitual, en ese caso, el de una mujer que, tras someterse a una operación de cirugía estética era rechazada por sus propios hijos como si se tratara de una extraña.
Más tarde intentaron ampliar su imaginario con una película de carácter más internacional, La cabaña siniestra, protagonizada por Riley Keough y en la que volvieron a demostrar que eran unos auténticos expertos a la hora de manejar la tensión a través de la incomodidad y el desasosiego. En ella se abordaba el trauma familiar a través del fanatismo religioso.
‘El baño del diablo’, más que una película de terror
Precisamente el peso de las creencias también se convertirá en uno de los temas centrales que vertebran El baño del diablo, sin duda su mejor película hasta el momento por muchas razones. Por un lado, vuelven a demostrar no solo su virtuosismo formal, la ya mencionada capacidad de generar horror a través de unas imágenes que aparentemente no tienen nada que ver con el género, pero que van sembrando, poco a poco, la semilla del miedo más puro.
Sin embargo, quizás lo más sorprendente es no solo su inmersión dentro del ‘folk horror’, sino el punto de vista desde dónde lo enfoca, el de una mujer dentro de una comunidad tan retrógrada como patriarcal, en una remota región rural austriaca en el siglo XVIII, que poco a poco se irá sumiendo en un estado de depresión después de contraer matrimonio e introducirse en un espacio doméstico tan hostil como claustrofóbico que la conducirá a la locura.
La protagonista se llama Agnes (Anja Plaschg) y la conoceremos el día de su boda con Wolf (David Scheid). Desde el principio las tradiciones y los ritos atávicos se introducen en el imaginario de la película, así como la sombra que dejan en el espectador los primeros compases de la película, cuando seguiremos a mujer por el bosque hasta que lance a su bebé por una cascada para después entregarse a la justicia y ser decapitada.
Una historia sobre la indefensión de las mujeres
“En esa época, las personas que querían acabar con su vida no podían hacerlo porque eso las conducía al infierno. Así que utilizaban un mecanismo mucho más terrible, el de matar a otra persona para someterse a una ejecución pública”, habla la pareja de cineastas a Infobae España.
“Sin embargo, lo que nosotros queríamos abordar era la absoluta indefensión de las mujeres dentro de ese panorama en el que se encontraban absolutamente desprotegidas y cómo su depresión era tratada como si fuera una enfermedad del diablo, por lo que se las consideraba locas, malditas y se las estigmatizaba de manera continuada hasta que ya no podían más”. De hecho, la película se abre con esta espeluznante frase: “Como mis problemas me hicieron esta vida insoportable, decidí cometer un asesinato”.
Fiala y Franz se sumergieron en el periodo histórico que querían retratar, pero no fue una tarea sencilla. La mayor parte de los documentos que pudieron rescatar pertenecían a los archivos de los tribunales, porque prácticamente no se conservan fuentes de la época. “A partir de ahí quisimos adentrarnos en su vida cotidiana, en esa tristeza diaria con la que tenían que acarrear estas mujeres dentro de una extrema pobreza. Sin embargo, a pesar de las evidentes diferencias, encontramos muchos puntos en común con la sociedad actual, con la presión que se ejerce sobre las mujeres, con la violencia, con la opresión, la culpa y el castigo”, continúa Veronica Franz. “Todo ese poso de infelicidad a causa de la represión y la incomprensión, sigue existiendo”.
Una metáfora sobre los dogmatismos
La película consiguió el máximo galardón en el pasado Festival de Sitges, especializado en cine fantástico. “Nos dan un poco igual las etiquetas, nos gustan las obras que no siguen los patrones establecidos. A nosotros lo que nos interesan son los personajes, introducirnos en su cabeza y, cuando conocimos el caso real de esta mujer decidimos seguir sus pasos, entender su lucha. ¿Es una película de terror? Pues sí, porque lo que ocurre es terrorífico. Y a nosotros nos gusta partir de la realidad para extraer de ella los elementos monstruosos”.
En cuanto al papel de la religión en aquél momento, la pareja de cineastas lo tiene claro: “Es una película acerca de los dogmatismo y de como ejercen una presión en las personas. Antes era la religión, ahora es la propia sociedad, antes era la Iglesia, ahora el capitalismo. El capitalismo exige que seamos perfectos en todos los aspectos, y eso termina hundiéndonos a nivel psicológico. Todo se trata de una cuestión de poder, de manejarnos como títeres para impedir que seamos libres”.
En ese sentido, Agnes, la protagonista, se esforzará por hacerlo lo mejor posible, intentará encajar dentro de un espacio que no es el suyo y donde todos la tratan como a una extraña. ¿Un paralelismo con la situación de los inmigrantes en la actualidad? “Por supuesto, es algo que ocurre en nuestros días, a los inmigrantes no se les mira con los mismos ojos y están sometidos a toda una serie de hándicaps para poder salir adelante. Y si son mujeres, la violencia se multiplica”.