Rodrigo Cortés siempre se ha caracterizado, en cada una de sus facetas (que son muchas), por una vertiginosa imaginación y por una necesidad torrencial de contar historias que nos llevan a los lugares más insospechados.
El elemento fabulador siempre ha sido una de sus características, así como el metafórico a la hora de componer alegorías alrededor del mundo en el que vivimos. En los últimos tiempos, además, ha trabajado el absurdo y ha extraído de él un buen puñado de posibilidades narrativas.
Este mismo año pasado publicó Cuentos telúricos (Random House), una colección de relatos en el que ponía de manifiesto su querencia por esta herramienta, así como por la deconstrucción de los géneros. De alguna manera, algo parecido hace en Escape, su nueva película como director, protagonizada por Mario Casas y en la que aparece como productor ejecutivo Martin Scorsese.
De qué va ‘Escape’
¿Qué es Escape? Resulta difícil de definir porque, al fin y al cabo, lo que precisamente ha pretendido el director es que trascendiera cualquier tipo de cliché. Y, aunque Rodrigo Cortés siempre ha sido un director arriesgado, en esta ocasión, salta al vacío y, en ese sentido, su última obra es profundamente libre y subversiva.
En ella, un hombre (Mario Casas), que ha perdido a su esposa y su hijo no nato en un accidente de tráfico, decide aislarse de mundo pero, no en su casa, sino que reivindica su derecho a introducirse en el sistema penal para que se haga cargo de él y así no tenga que tomar más decisiones. Él se considera culpable, y quiere pagar por lo que ha hecho, pero nadie lo ha condenado. Así que intentará forzar la situación (sin cometer actos de extrema gravedad) para ser encarcelado.
PREGUNTA: ¿Podría contarme cómo empezó la aventura de Escape?
RESPUESTA: Yo leí la novela de Enrique Rubio (editada por La Esfera de los Libros) y me gustó mucho la idea que proponía. Contaba la historia de un chaval de 18 años con síndrome de Asperger que había sido educado al margen de la sociedad y que, cuando salía al mundo, se sentía absolutamente abrumado y trataba de volver a la reclusión mental de la que procedía. Me pareció que era difícil adaptarla de forma literal, pero sí que tenía una idea poderosa, la de que una persona quisiera ingresar en prisión para dejar de tomar decisiones. Así que le prometí a Enrique que no traicionaría su universo, pero que quería crear una nueva aventura que se protegiera a sí misma lo menos posible.
P: Siempre que se ha acercado a una novela o a un material previo de partida lo ha hecho de una manera totalmente diferente e inesperado
R: Generalmente las buenas novelas no tienen buenas traducciones al cine, salvo que el cine las traicione con el mayor respeto posible. Y eso tiene que ver con que resuenen muy bien en sus propios lenguajes y no se acomodan con tanta facilidad a otros. Por eso, la alta literatura tan pocas veces ha dado buenas películas mientras que, por ejemplo, Alfred Hitchcock, ha conseguido hacer películas de altura a partir de material fungible de quiosco. En este caso, la premisa de la novela me parecía fascinante, un motor de arranque del que se podía tirar de muchas maneras. Por eso, creo que hay adaptaciones que tienen un punto de espiritual, ya que atienden a las emociones que te despiertan desde otro lenguaje. Por eso, cambié al chico de 18 años por un hombre de 40 que ha vivido un hecho traumático que lo ha dejado estropeado. Es un hombre que ya no funciona bien y cuya opción es la de que alguien le diga cuándo levantarse, cuándo acostarse, cuándo cepillarse los dientes, cuándo respirar y cuándo no.
Cómo se configura el universo de ‘Escape’
P: ¿De qué forma tuvo que introducirse en el sistema judicial para contar esta historia?
R: Tuve que documentarme mucho, pero desde eso que Luis Mateo Díez llama ‘irrealismo’, es decir, tomar la realidad para después subvertir las normas a tu antojo. Porque Escape no sucede exactamente en nuestro mundo, sino en un mundo que reconocemos y podemos traducir al nuestro con gran facilidad, pero que no es exactamente el mismo. Es lo que ocurre en las películas de los hermanos Coen o en las de Terry Gilliam. Las cárceles españolas, por ejemplo, no son como las de Escape, ni las americanas. La cárcel de Escape está dentro del universo de Escape, y eso vale para todos los demás elementos de la película, que se articulan casi a modo de fábula, por decirlo de algún modo.
P: Puede que los espectadores se acerquen a ella como thriller, pero en realidad, rompe cualquier estereotipo dentro de los géneros
R: En realidad, nosotros nunca la hemos calificado como un thriller y, de hecho, diseñamos un tráiler destinado a desmontar toda posible expectativa. Un tráiler que dice explícitamente que no es comedia, que no es tragedia, que no es suspense, que no es drama, que no es un musical, sino Escape. Es una forma de decir que es indefinible por definición y que renuncia a ser colocada dentro de un molde simplemente porque no cabe en él.
La clave de Escape, su mayor dificultad, también su mayor gozo a la hora de abordarla, es su tono. Un tono muy delicado y muy fronterizo del que te puedes caer en cualquier momento, pero que genera su propia frecuencia vibratoria que el espectador acepta en en cinco minutos.
P: ¿Cómo cree que acepta estas anomalías el público?
Yo creo que, al principio, se siente desconcertado, tratando de entender lo que está viendo. Luego empiezan las primeras risas, pero tampoco saben si deberían o no reírse con lo que están viendo. Son como risas preocupadas, culpables. Yo creo que cada espectador la tomará de una manera y eso está bien.
R: ¿Hasta qué punto cree que los espectadores están hambrientos de experiencias diferentes? Porque siempre se dice que las propuestas dentro del audiovisual se encuentran muy adocenadas y se repiten de forma constante
Yo creo que cuando hablamos de público o de la gente, en realidad estamos hablando de entelequias que no existen y que usamos a nuestra conveniencia, incluso como arma arrojadiza. El que hace una película de puro entretenimiento dirá que la gente bastante tiene con sus problemas y que necesita evadirse. Quién hace una película ‘solipsista’ y hermética imposible de interpretar, dirá que la gente está harta de que los traten como idiotas y lo que quieren es pensar. Y lo cierto es que la gente no existe. Existen las personas de una en una, y las obras. En mi opinión, deberíamos respetar a quien se tenga enfrente y una forma de respetar es no dar lecciones unívocas, no imponer una visión de las cosas, sino ofrecer un terreno de juego en el que cada uno gestione lo que está viendo, dónde lo coloca, cómo resuena eso con sus propias vivencias, si les hace sentir cómodos o incómodos y por qué.
Cómo gestionar la libertad creativa
P: ¿Es usted un director muy controlador? O, mejor aún, ¿es más racional o se deja llevar por las ‘pulsiones’?
R: Creo que las dos cosas suceden a la vez. Primero me doy libertad, me doy permiso para que pasen cosas y eso significa que puedes aceptar imágenes o ideas, aunque su origen sea irracional y las consideras sin cuestionarlas, las moldeas, a ver qué pasa.
P: Como por ejemplo, algunos momentos de marcado carácter surrealista, como la secuencia del baile
R: Por ejemplo. Y, cuando eso sucede, sientes que tiene sentido y, como tiene sentido, no lo racionalizas, pero a la vez estás aplicando tu instinto narrador y estás buscando un equilibrio general. Del mismo modo, también haces un mapa de carreteras plenamente claro, con una planificación exhaustiva, plano a plano. Es una cuestión de balances.
P: En cuanto a los registros de los intérpretes también resultan bastante inéditos. Y también encontramos una serie de presencias icónicas del cine español que nos llevan de sorpresa en sorpresa: de José Sacristán a Blanca Portillo, de Albert Pla a Josep María Pou, de Juanjo Puigcorbé a Guillermo Toledo
R: Me siento profundamente agradecido de que todos ellos participaran. Podría haber hecho un cartel solo con sus rostros. Y después está Anna Castillo, que es una actriz superdotada. En el caso de Mario Casas, por razones naturales lleva el peso de la película, apenas hay un plano en el que no salga y vivimos todo desde su cerebro preocupante y dañado. Lo primero que le dije fue que nos olvidáramos de las explicaciones teóricas, racionales y psicológicas y que apostáramos por la reacción emocional ante cada estímulo. Por eso tiene una parte muy animal, muy primitiva, pero también muy desde el niño, con su parte inocente pero, también, profundamente egoísta, manipulador y reactivo. De hecho, creo que cuando ves la película, resulta muy difícil pensar en el propio Mario Casas.
¿Una fábula contemporánea?
P: Aunque sus películas son muy diferentes las unas de las otras, siempre tienen un punto de fábula alrededor del mundo en el que vivimos. ¿Quería contar algo en particular sobre el signo de los tiempos a través de la película? ¿Algo relacionado con el concepto de libertad?
R: Cuando tratas de hacer una alegoría consciente que hable de las pretendidas verdades de tu mundo, es como para subirte a un taburete y dar una lección que nadie te ha pedido y que ni siquiera estás facultado para dar. Además, esa película perderá vigencia en dos años y ya no significará nada. Creo que el deber del creador es otro, el de, con toda la honestidad posible, centrarse en las ambivalencias y contradicciones de los personajes, tratar de que resulten tridimensionales y humanos. Que cada cual pueda identificarse con ellos de un modo distinto. Si pensamos en La Odisea, su verdadero poder es que fue moderna cuando se escribió y sigo siendo moderna ahora porque hablaba del mundo al que pertenecía y nos sigue hablando a nosotros, ahora, de nuestro mundo, aunque sea completamente distinto. Como espectador y como lector no soporto que me sermoneen y, por lo tanto, soy incapaz de hacerlo cuando estoy al otro lado.
P: Pero también se pueden hacer fábulas, como Concursante, que siguen teniendo la misma vigencia en nuestros días. Así que en Escape... algo querría contar que pueda ser igual de válido dentro de los años, ya sea una parábola del mundo actual o del mundo en general
R: Lo que me interesaba era mostrar el concepto de libertad en todas sus posibles caras e interpretaciones, para que cada cual pueda decidir cómo sentirse y dónde está. Para unos la libertad es el equivalente al capricho y a las opciones infinitas. Libertad puede ser hacer lo que te de la gana pero, para otros, es sinónimo de responsabilidad. Desde esa perspectiva, lo que me interesa es que cada uno piense como quiera.
P: Es curioso que diga eso cuando nos encontramos en un mundo tan polarizado en cuanto a las opiniones y en las que no hay demasiado lugar para los matices
R: La opinión en sí tiene muy poca relevancia. El hecho de que todos tengamos una, demuestra que tiene poco valor. ¿Por qué? Porque las cosas que son verdaderamente valiosas, normalmente escasean. Lo valioso no es la opinión, es el criterio, que es más difícil de formar.
El factor Scorsese
P:Una pregunta que seguramente no le habrán hecho. ¿Qué ha significado para usted trabajar con Martin Scorsese?
R: Soy el primer pasmado y puedo contarlo, pero difícilmente explicarlo. Entre otras cosas porque Scorsese es la razón por la que yo hago cine, es a quien le enciendo las velitas antes de abordar cualquier proyecto y es mi referencia desde la adolescencia. Nos conocimos en persona hace unos años en los Princesa de Asturias, cuando le concedieron el Princesa de las Artes y me pidieron que sostuviera una charla con pública con él para la industria. Hicimos migas.
P:Es un espectador muy curioso, ¿había visto sus películas?
R: Todas. Es un ‘cinéfago’, un agujero negro que lo absorbe todo con igual respeto, desde el cine mudo a una película hecha hoy en la India. Le mandé un montaje de El amor en su lugar, mi anterior película y pidió hablar conmigo, eran los días del confinamiento y mantuvimos un zoom de más de dos horas en las que me hizo montones de preguntas, muchas de ellas relacionadas con el montaje. Como verás, era como el mundo al revés, porque yo me preguntaba qué hacía Scorsese preguntándome a mí cuestiones de montaje. Yo pensé que estaba siendo solo amable, pero me llamaron después de su oficina para que le mandara el siguiente guion en el que estaba trabajando y fue el de Escape. Me escribió diciendo que no se parecía a nada que hubiera leído, que tenía un tono único, que me quería ayudar a que la película existiera. Así que solo puedo dar las gracias a la vida y empezar a dar vueltas como Julie Andrews en Sonrisas y lágrimas en una inmensa pradera austriaca.