Era una tarde 20 de agosto de 1989 en Beverly Hills. Lo que podría haber sido un día más en este lujoso barrio de California (Estados Unidos), sin embargo, acabó transformándose en la fecha del asesinato de José y Kitty Menéndez. Este fue un caso que estremeció profundamente al país cuando sucedió, sobre todo cuando los arrestados y condenados por estas muertes fueron sus propios hijos, Lyle y Erik. Y ahora, más de 30 años después, ha vuelto ahora a ser muy comentado por el estreno conjunto en Netflix del documental Los hermanos Menéndez y la serie Monstruos: la historia de Lyle y Erik Menéndez.
Al principio, los hermanos, que por aquel entonces tenían 21 y 19 años, aseguraron a la policía que se habían encontrado a sus padres asesinados -con sendos tiros de escopeta- en la casa. Lo que levantó las sospechas de los agentes de que quizá esto podía ser mentira, fue que, tras la trágica muerte de sus progenitores, tanto Lyle como Erik empezaron a vivir una vida llena de lujos y fiesta, aprovechando la suculenta herencia que habían recibido por la muerte de sus padres.
Gastaron diez millones en cinco años
En el año 1994, mientras se desarrollaba el mediático juicio de los hermanos -que fue televisado desde su inicio en 1993-, se descubrió que, en los primeros cinco años tras el asesinato de José y Kitty, los hijos habían dilapidado más de 10 millones de dólares del total de su herencia. Un monto inicial que ascendía, entre los bienes y el patrimonio, a unos 14,5 millones de dólares, cuyos dos tercios habían sido gastados en diferentes compras y experiencias, además de en el dinero que tuvieron que pagar al Estado en forma de impuestos y a sus abogados.
La posibilidad de gastar esta ingente cantidad de dinero se debe al vasto nivel adquisitivo de la familia Menéndez. Solo la mansión en la que residían, por ejemplo, estaba tasada en 4,8 millones de dólares, una cantidad a la que habría que añadir otros 2,65 millones en otra vivienda, esta vez en Calabasas (California), y otros bienes como joyas o lujosos automóviles. Sin embargo, el principal activo que recibieron los herederos fueron los 6,58 millones en acciones de la compañía Live Entertainment, de la que José Menéndez era director ejecutivo.
Otro factor que contribuyó a la pérdida de la herencia fue la devaluación de algunos de estos bienes. La mansión de Beverly Hills, por ejemplo, perdió mucho valor tras convertirse en escena de un crimen. Los hermanos al final consiguieron venderla por 3,6 millones, del que el Servicio de Impuestos Internos se llevó un grandísimo pellizco para cubrir las diferentes deudas fiscales de los hermanos. De manera paralela, la empresa de Live Entertainment también sufrió una depreciación de sus acciones que agrandó el profundo agujero en las arcas familiares.
Una probable revisión del caso
En las últimas semanas ha cobrado fuerza la posibilidad de que los hermanos, que llevan 35 años en la cárcel debido a una condena de cadena perpetua, puedan obtener la libertad condicional. Esta llegaría tras la presentación de nuevas pruebas que reforzarían la versión de ambos de que fueron víctimas de abusos sexuales por parte de su padre. Esta fue la principal línea de defensa en el juicio, lo que hizo que un primer jurado no pudiera alcanzar una solución y que el proceso hubiera de repetirse.
Si Erik y Kyle, sin embargo, lograran obtener la excarcelación, tampoco podrían volver a disponer de lo que les ha quedado de la herencia. En primer lugar, porque el Código Penal de California establece que el perpetrador de un asesinato no puede beneficiarse del patrimonio de la víctima. Además, se estima que las deudas de la familia se han ido acrecentando con el paso de los años, por lo que en caso de poder disponer del resto de ese dinero, tampoco podrían quedárselo, sino que serviría para hacer frente a todos esos pagos pendientes.