Es una de las actrices todoterreno de nuestro país. Ha hecho cine, teatro, series de televisión, comedia, drama. En todos los registros y en todos los formatos brilla con su carisma y personalidad y, también, por qué no decirlo, con su humildad como intérprete.
A Nora Navas la hemos visto en Pa negre, de Agustí Villaronga (por la que ganó la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián y su primer Goya), en Todos queremos lo mejor para ella, de Mar Coll, en la que por fin abordaba un rol absolutamente protagonista, participó en Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar y ganó su segundo Goya por Libertad, de Clara Roquet.
Ahora coinciden en el tiempo dos series en las que tiene una importancia fundamental: La última noche en Tremor (Netflix), de Oriol Paulo y Yo, adicto, de Javier Giner (Disney+). En la primera, interpreta a la madre del protagonista y la veremos a través de una serie de ‘flashbacks’ que nos muestran la relación tóxica que tenía sobre él, a causa de una enfermedad mental. En Yo, adicto, por el contrario, se convierte en terapeuta de un centro de desintoxicación y su papel está basado en una persona real, Anaís López, que ayudó al propio Javier Giner a salir de su adicción a las drogas.
Ahora, está rodando Zeta, de Dani de la Torre, con guion de Oriol Paulo y tiene pendiente de estreno lo nuevo de Cesc Gay, Mi amiga Eva.
La transformación de Nora Navas en ‘Yo, adicto’
En sus dos últimos papeles que la hemos visto que transforma de forma absoluta. ¿Le atraen esos retos a la hora de cambiar de piel por completo?
A mí me gusta ir de la mano de lo que me pide cada director. Un poco buscar la esencia de cada personaje. En el caso de Anaís en Yo, adicto, fue muy complicado, porque yo soy una actriz muy emocional y ella es una tía como muy controlada, que sabe muy bien lo que hace y que no se deja arrastrar por las emociones de los pacientes, que tiene sus estrategias de funcionamiento. O sea, que tiene mucha teoría dentro y sabe cómo aplicarla. En cierto sentido, es como un actor. Por ejemplo, yo puedo improvisar que soy una yonki con mi historia personal e inventármela. Pero si interpretara a un químico nuclear no sabría hacerlo sin leer mucho al respecto. Lo mismo pasa con la profesión de Anaís, de educadora social, sobre todo porque en el texto estaba su propia voz. Así que tenía que mantenerme muy en mi sitio, porque la mayoría de mis escenas son con Oriol Pla (que encarna a Javier Giner), que es pura emoción, pura locura, así que tenía que contenerme mucho. Esa fue mi máxima dificultad, no sacar mi emoción.
De hecho, en Yo, adicto, es el único personaje que se encuentra en ese registro
Sí, solo yo y Álex Brendemuhl, que encarna al psicólogo del centro, pero no teníamos escenas juntos. Son difíciles estos papeles en los que la historia pasa por el otro. Mi historia comenzaría cuando llegara a casa, pero eso no lo vemos. Aquí el núcleo son los pacientes, esas personas que están luchando contra una enfermedad, con sus particularidades. Por eso, la dificultad era no caer en el paternalismo, que no pareciera ni una profesora ni alguien que estuviera encima de ellos, o que supiera más que ellos. En definitiva, no dar lecciones, solo saber estar ahí.
¿Sabía que existía esa figura de la educadora social?
No la conocía. Conocía el trabajo de psicólogos, psiquiatras, pero no el de la educadora social o terapeuta, que es más como una ‘coach’ dentro de una patología. He aprendido que es una figura de acompañamiento. A mí Javier me decía que, en el fondo, era como una madre, porque es la que pone los límites.
Cómo abordar un personaje basado en una profesional real
¿Cómo fue el proceso de rodaje?
Al principio, en las sesiones de preparación, yo estaba como mera observadora. La propia Anaís estaba ahí haciendo terapia real con los actores, con Gillem Balart, con Marina Salas, con Pilar Bergés o Quim Ávila. Y, entonces, ellos sí que podían improvisar para ir buscando su personaje, perderse allí, cagarla, hacerlo fatal, hasta encontrar lo que estaban buscando. Pero era interesante ver a Anaís, que era la única persona real que no estaba improvisando, que no estaba buscando un personaje, sino que era ella misma.
Y usted la miraba, la estudiaba
Eso es. Eso fue así los primeros días. Y ahí también me di cuenta de que, a pesar de que hubiera estudiado muy bien al personaje, al ser una persona real con unos fundamentos tan claros, había muchas cosas que se me escapaban. Por ejemplo, yo llevaba las uñas pintadas, y Anaís me dijo que eso no estaba permitido. Y a Oriol Pla también le enseñó muchos detalles, como que no se podía sentar de determinada forma dentro del centro de desintoxicación porque a los internos le podían recordar ciertos hábitos de su pasado. Un bocadillo que llevaba envuelto en papel de plata, tuve que tirarlo, porque se utiliza para las dosis de heroína. En definitiva, que era un aprendizaje constante.
¿Y cuál es la razón de lo de las uñas pintadas?
Se trata de una cuestión de esconderte. Es como llevar gafas o pendientes. Se trata un poco de quitarte cualquier tipo de máscara.
¿Y se sintió cómoda con esa absoluta desnudez?
Yo me sentía rarísima, porque era como un poco hippy, no sé, como un cantautor catalán (ríe). Pero siempre confío mucho en los equipos, me dejo llevar. En las primeras pruebas de vestuario me decían, ¿qué te parece?, y yo no tenía ni idea. A mí me gusta la transformación. Por ejemplo, ahora que estoy rodando una película de Dani De la Torre, al principio me plantaron un look con peluca y yo no me veía.
Se ha metido en el mundo de Oriol Paulo y las pelucas, claro. En La última noche en Tremor, también se encuentra irreconocible
Bueno, ahí llevo varias cosas. Desde un flequillo cuando se supone que soy joven a una prótesis para hacerme mayor. Fue un divertimento de papel, porque tenía que pasar de la juventud más extrema a la vejez más fuerte, de psiquiátrico. Vengo haciendo últimamente papeles rarísimos. Pero claro, también Anaís se salía mucho de mi estética.
¿Impone mucho tener delante a la persona que interpreta?
Anaís estaba siempre en el combo. Por un lado, a veces podría parecer intimidatorio, pero también me ayudó mucho a la hora de orientarme por dónde tenía que ir. Y, al final, fui yo la que transitó por el personaje, también me dio mi propio espacio. Eso sí, tenía auténtico pavor de que no le gustara el resultado final. Yo no pude ir al Festival de San Sebastián donde se presentó la serie porque estaba rodando. Y estaba pendiente del teléfono y de los mensajes. Pensé, no le ha gustado, no se ha sentido identificada, y lo pasé fatal.
No hay papeles pequeños, sino grandes historias
¿Hay papeles secundarios que son grandes?
Yo creo que todos los que participamos en Yo, adicto, teníamos una responsabilidad con la historia. No creo que haya papeles pequeños, sino un conjunto de personas que generan historias que son necesarias, y este caso fue así. Ninguno de nosotros queríamos estar en otro sitio que no fuera en esta serie. Aquí no había egos de ningún tipo, queríamos sumar a la historia de Javier y a mí eso me emociona mucho. Y lo que he visto en cada uno de los actores que hemos participado, y me parece muy bonito.
Ha contado el propio Javier Giner que quería montar como una especie de compañía teatral. ¿Lo sintió así?
Sí, totalmente. Era como una compañía de teatro. Lo que pasa es que en el cine estas cuestiones se supone que son más dispersas. Y, en este caso, yo le he dicho, vaya familia que has montado. Porque todos hemos estado ahí, a tope. En el teatro, te enfrentas a la inmediatez de salir a escena, y es muy potente esa sensación. Pero aquí, ha pasado lo mismo, porque Javier ha generado una cohesión, una belleza de grupo, no importa quien brille o no, porque estamos a favor de la misma historia. Y creo que eso se da poco en el panorama interpretativo, la generosidad. Yo siempre he creído que si el otro está bien, tú estarás mejor. Y seré más feliz, estaré más serena y tranquila, porque esto no se trata de una cuestión de egoísmos.
Y, en ese sentido, ¿qué indicaciones le daba Javier Giner?
Me decía: “más japonés”, “más Bergman” y yo no sabía a lo que se refería (risas). Y así funcionaba él. Menos es más, en mi caso.
Cuando recibió el guion qué pensó
Creo que había la necesidad de contar una historia personal, que me parece muy valiente y necesaria. Y, además, lo personal se convierte en universal. Lo más pequeñito, se convierte en lo más grande. Y, sobre todo, dejar el ‘postureo’, las apariencias, que ya está bien. Hay algo básico en esta historia, queremos sentir que nos quieran y querernos a nosotros mismos.
Dentro de la ficción española, Yo, adicto resulta una ficción bastante kamikaze. ¿Por qué decidió involucrarse tanto con ella?
La verdad es que cuando decido una cosa, no me da miedo nada, trabajo bastante por intuición. Esta serie puede parecer un peligro, pero me gustaba que se arriesgara tanto. Y mi personaje era, en el fondo, un regalo. Siempre tuvimos claro que no debía ser didáctico, ni sentar cátedra bajo ningún aspecto, y eso da un poco de miedo. Pero es que Javi te arrasa como un huracán. Y yo decidí desde el principio dejarme llevar por él. Me gusta participar en proyectos que me desafían, en los que haya frescura, una mirada diferente. Puede que sean perfectos o que no, pero están ahí para proponer cuestiones importantes, que no todo corresponda a los algoritmos de las plataformas, que se supere todo eso a base de talento y visceralidad.