Los antiguos celtas no creían en santos ni esculpían calabazas. Lo que hoy se conoce como Halloween para muchos y como el Día de Todos los Santos para otros tiene, en realidad, unos orígenes milenarios que la Iglesia Católica trató de borrar.
Originalmente, la fiesta cristiana tenía lugar el 13 de mayo, y el 31 de octubre lo que se celebraba era el Samhain o Samaín, la transición del verano al invierno, y una de esas fechas especiales en que el mundo de los muertos y el de los vivos se acercan y entrelazan, permitiendo el tránsito entre los dos.
Fue en siglo IV y con la legitimación del catolicismo cuando se trató de resignificar la fecha: el papa Gregorio IV asignó el 1 de noviembre como el día en que, a partir de ese año 385, se celebraría el Día de Todos los Santos. Como Samaín era considerada una fiesta pagana, la Iglesia tenía entre sus intereses el ir borrando poco a poco su influencia para acelerar la asimilación del catolicismo. Por suerte, la tradición celta sobrevivió a pesar de todo, permitiendo que hoy en día se conozca la historia real de la festividad que dio sus orígenes al Halloween.
No es una fiesta americana: la llevaron los escoceses y los irlandeses
El nombre “Halloween” tiene sus orígenes etimológicos en “All Hollows’ Eve”, la Noche de Todos los Santos. Llegó al continente americano con los numerosos inmigrantes escoceses e irlandeses que se desplazaron a los Estados Unidos en los siglos XVIII y XIX debido a las presiones económicas y la persecución religiosa a la que se vieron sometidos debido a sus creencias presbiterianas. Estos inmigrantes, en busca de un nuevo comienzo, trajeron consigo sus tradiciones y costumbres: el Samaín marcaba el Año Nuevo celta. Los antiguos celtas tenían la creencia de que el año se dividía en dos partes, una oscura que comenzaba con el Samaín y una clara que empezaba entre el 30 de abril y el 1 de mayo durante la llamada “noche de Walpurgis”, con la fiesta de Beltane.
En Galicia, concretamente, algunas costumbres particulares del Samaín son, por ejemplo, el no recoger la mesa después de cenar por si las almas de los difuntos acuden a visitar y les entra hambre; o dejar la chimenea encendida para que los fallecidos no pasen frío en su visita.
Todavía se puede intuir la herencia de la festividad celta en algunas de las costumbres y tradiciones que hoy se practican en la fiesta de Halloween. Existía la costumbre de recoger manzanas, que a día de hoy ha mutado en el “apple bobbing”, el juego que consiste en sumergir manzanas en un barril lleno de agua y tratar de atraparlas con la boca; o, en lugar de meter velas en calabazas (que aún no habían llegado a las huertas gallegas), los antiguos celtas acostumbraban a recoger las calaveras de sus enemigos derrotados, iluminarlos, y colgarlos en los muros de los castros. Esta última práctica acabó por evolucionar y, aunque no fueran calabazas, sí que esculpían hortalizas: originalmente lo que se vaciaba era un nabo, en el que además se depositaba carbón incandescente para alumbrar el camino de los muertos y recibirlos, además de protegerse de los malos espíritus.
También el famoso “truco o trato” tiene sus orígenes en la tradición celta: los druidas, encargados de honrar y guiar a los muertos, además de realizar los ritos de protección, paseaban de casa en casa pidiendo comida para honrar a sus dioses a lo largo de la noche del 31 de octubre.