El auge del interés por el true crime en nuestro país ha provocado que las plataformas digitales actualicen constantemente sus catálogos con nuevas historias. Netflix ya exploró este género con productos audiovisuales inspirados en crímenes sucedidos en España, como El cuerpo en llamas, sobre el crimen de la Guardia Urbana, o El caso Asunta. También documentales en los que revive desapariciones y asesinatos del pasado, recordando cómo estos sucesos paralizaron un país entero y los medios de comunicación emitieron horas y horas en directo para encontrar a los culpables. Tras títulos como El caso Alcàsser, ¿Dónde está Marta? o El caso Wanninkhof-Carabantes, Netflix estrenará el 22 de noviembre una serie documental sobre el secuestro de Anabel Segura, 900 días sin Anabel.
Este miércoles se cumplen 30 años del caso, que se convirtió aparentemente en el rapto más largo de la historia de España: la desaparición de la joven se prolongó durante 900 días, casi tres años en los que la sociedad se mantuvo en vilo y salió a la calle para pedir la liberación de Anabel Segura.
El proyecto audiovisual cuenta con la dirección de Mónica Palomero (Fuera de Cobertura y Malaya. Operación secreta), periodista especializada en investigación y denuncia social, que ha expresado la importancia de haber podido trabajar con el contenido completo de las cintas, así como acceder al testimonio de los agentes policiales que se enfrentaron al caso: “Escuchar las cintas y contar con las declaraciones de fuentes claves en la investigación ha permitido no solo desterrar bulos que existían alrededor de este caso, sino contarlo desde dentro”.
Dos años y cinco meses buscando a Anabel Segura
Era 12 de abril de 1993 cuando la joven estudiante Anabel Segura salió a correr por los alrededores de su casa, en la urbanización Intergolf de La Moraleja (Alcobendas, Madrid). Un grupo de secuestradores “aficionados”, sin haber planificado demasiado el rapto, introdujeron a la chica en una furgoneta de color blanco. De aquel secuestro solo quedaron tres pruebas: dos prendas deportivas sobre la calzada, el walkman que llevaba Anabel para escuchar música y el testimonio del jardinero del colegio Escandinavo, que escuchó los gritos y vio el vehículo y a los dos criminales. Fue el único testigo de lo que había ocurrido.
El caso rápidamente conmocionó a la sociedad española y saltó a los medios de comunicación, siendo seguido por programas de máxima audiencia como Quién sabe dónde, de Paco Lobatón. La familia de Anabel se puso en contacto con Rafael Escudero, expolítico y abogado, para que fuese su portavoz y el encargado de comunicarse con los secuestradores. Entre 1993 y 1995 se produjeron catorce llamadas telefónicas en las que los extorsionadores fueron incrementando las cantidades exigidas a la familia para liberar a su hija, llegando a las 150 millones de pesetas. Pese a que los representantes de la familia acudieron en un par de ocasiones al punto convenido para pagar el rescate, los secuestradores no asistieron.
La sociedad española salió a la calle con pancartas exigiendo la liberación de Anabel y se constituyeron plataformas ciudadanas que se identificaron con un lazo amarillo, que miles de personas llevaban en sus solapas durante las manifestaciones. Pese a los esfuerzos por encontrarla, ofreciendo grandes recompensas para quienes facilitasen alguna pista válida o contratando a empresas especializadas en resolver secuestros, Anabel Segura no apareció con vida.
La palabra que estrechó el cerco
Fueron los propios audios en los que los secuestrados extorsionaban a la familia los que permitieron encontrarlos. Un grupo de especialistas del área de Acústica forense de la Policía Nacional consiguió elaborar un “pasaporte vocal” de uno de los criminales: gracias a su voz se supo que residía en la provincia de Toledo, cuál era su edad y que podría ser bebedor. Además, en una de las grabaciones se escuchaban de fondo a unos niños que emplearon la palabra “bolo”, un término muy utilizado en Toledo. Las propias llamadas de los secuestradores permitieron estrechar el cerco y determinar en qué zona se escondían los secuestradores y la joven desaparecida.
Finalmente, el 28 de septiembre de 1995 la Policía detuvo en Pantoja (Toledo) a Emilio Muñoz, en Madrid a Cándido Ortiz y en Escalona (Toledo) a Felisa García, mujer del primero de ellos. Confesaron el crimen y el lugar en el que habían escondido el cadáver de Anabel Segura, a la que habían asesinado pocas horas después de su secuestro. Esto, sin embargo, no se supo hasta 29 meses después, tiempo durante el que la familia y la sociedad española lucharon por liberar con vida a la joven.
Su cuerpo fue recuperado en una fábrica de ladrillos abandonada en Numancia de la Sagra (Toledo) y los tres secuestrados fueron condenados por la Audiencia Provincial de Toledo y después por el Tribunal Supremo a penas de prisión: 43 años y seis meses a los dos hombres y dos años y cuatro meses a Felisa García. Con el fin de la doctrina Parot, Emilia Muñoz salió de la cárcel en 2013, tras 18 años entre rejas, pero Cándido Ortiz falleció en 2009, mientras continuaba cumpliendo su condena.
El caso de Anabel Segura mantuvo en vilo a todo un país, que continuó con la esperanza de su liberación durante casi tres años, desconociendo el trágico final que la joven había sufrido poco tiempo después de ser secuestrada.