El personaje al que sir Arthur Conan Doyle dio vida entre 1887 y 1927 se ha convertido en uno de los detectives más famosos de nuestro tiempo. Sherlock Holmes ha pasado a formar parte de la lista de los personajes más míticos de los últimos cien años, gracias en gran medida a la cantidad de series y películas que se han realizado en los últimos años sobre esta obra del autor británico.
El detective ficticio, que residía en el número 221B de Baker Street, en Londres, ha sido encarnado por actores tan famosos como Michael Caine en Sin pistas (1988), Ian McKellen en Mr. Holmes (2015), Benedict Cumberbatch en la serie de la BBC Sherlock (2010) o Henry Cavill en Enola Holmes (2020). Muy conocidas también son las películas protagonizadas por Robert Downey Jr., Sherlock Holmes (2009) y Sherlock Holmes: Juegos de sombras (2011), que espera la tercera entrega desde hace años. Hace algunos meses se ha conocido la noticia de que Hero Fiennes Tiffin, protagonista del éxito juvenil After, dará vida de nuevo al detective en la serie Young Sherlock de la mano de Guy Ritchie, el director de las películas protagonizadas por Robert Downey Jr.
Si rebobinamos en el tiempo, observamos que el fenómenos de Sherlock Holmes no es nuevo. Ya en la década de 1920 se realizaron cuarenta y cinco películas del famoso detective, protagonizadas por Eille Norwood. El Instituto de Cine Británico (BFI) está restaurándolas ahora y tres de ellas verán la luz el 16 de octubre en el Teatro Alexandra Palace (Londres), como parte del Festival de Cine de Londres BFI. Estos títulos (Un escándalo en Bohemia, Los quevedos de oro y El problema final) no se muestran en la pantalla desde 1922, por lo que se ha generado una gran expectación por el descubrimiento del público de este antiguo Sherlock. “La serie de Sherlock de Stoll (Pictures) nunca ha estado disponible al público. Esperamos hacerlo con orgullo, pero es un gran proyecto”, ha expresado Bryony Dixon, curadora de cine mudo del BFI.
Los restauradores se convierten en detectives
Para restaurar estas películas, se debe seguir un cuidadoso proceso para no dañar el material antiguo. Por ello, es necesario que sea realizado por un grupo de expertos, que han inspeccionado, limpiado, digitalizado y teñido los carretes que se encontraban en la bóveda del Archivo Nacional del BFI.
En primer lugar, los restauradores desenrollan con delicadeza las piezas centenarias sobre una caja de luz para inspeccionar cuadro a cuadro. “Generalmente es un momento de alegría porque nunca se sabe qué hay dentro de la lata de película, así que es un poco como Navidad. Pero, por supuesto, cada vez que se extrae nitrato de la bóveda, siempre hay una sensación de alegría y de miedo”, indica Elena Nepoti, responsable de la conservación de las películas.
Para limpiar las películas, se debe estabilizar la imagen, reducir el desenfoque y eliminar los parpadeos y la suciedad, todo ello en una habitación oscura. Cuando se detecta un rasguño o marca, se busca el área equivalente en el cuadro siguiente o anterior y se emplea un software para reparar el daño. Este proceso funciona muy bien, según indica Ben Thompson, el encargado de esta tarea, pero en ocasiones puede llevarles mucho tiempo y trabajo: “Si hay movimiento entre los fotogramas, no coinciden, y aquí es donde entran en juego las largas noches”.
Los restauradores del BFI se convierten en detectives, ya que deben averiguar cómo lucían las películas originales y mantener su esencia, pese a que con la tecnología actual se pueda mejorar la calidad de la imagen y eliminar los defectos. Las versiones restauradas están coloreadas, empleando el color azul para indicar que son escenas nocturnas o retrospectivas y el naranja para las que son iluminadas con luz eléctrica.