Noah (28) e Irene (27) comparten un abrazo antes de enfrentarse a un trámite que no suelen llevar a cabo bajo el paraguas empresarial: las entrevistas. El Cine Doré, cerrado los lunes, se empapa del cielo grisáceo que viste la ciudad de Madrid, que se despereza al ritmo de sus ciudadanos. Las dos jóvenes atienden a Infobae España para hablar de Roedor, un proyecto cinematográfico que nació hace más de un año. Ambas consiguieron una beca para participar en Cinezeta, un programa impulsado por la Cineteca, en Matadero Madrid, que da la oportunidad a diez jóvenes menores de 26 años de conocer el abecé de la programación de un ciclo temático. “Te daban un presupuesto y, con dicha cifra, te dejaban programar lo que quisieras”, explican.
Cuando acabaron el curso, ambas quisieron continuar escarbando en las madrigueras artísticas alejadas del público mainstream. Roedor nace con un objetivo muy sencillo, pero a la vez difícil de atar: proyectar en las salas de cine películas nunca antes vistas en España. Rescatar la cronología cinematográfica de una serie de directores que, por un motivo u otro, acabaron relegados al ostracismo. Indagar en esas historias que lo fueron todo, pero de las que ahora apenas se habla. “Vamos a rascar, a buscar el objeto preciado, a guardarlo con cariño y a dedicarle un tiempo”, dice Noah. “No sabría explicar muy bien cuál es nuestra línea editorial, pero diría que queremos encontrar películas que nos haga ilusión descubrir y compartir con los demás”, añade Irene.
De un mes a un año. Ese es el margen temporal que puede llevarles confeccionar uno de los ciclos que, hasta ahora, han podido organizar en espacios como la ya mencionada Cineteca o la Filmoteca Española. Es precisamente esta última la que alberga su nuevo proyecto: Nancy Savoca: si las paredes hablasen, la retrospectiva de una directora estadounidense con una mirada humana mágica y única. Ya sea con Household Saints (1993) o con Dogfight (1991) -ambas en el catálogo de octubre del espacio institucional-, Noah e Irene han dado forma a un enganche de bolillo cinéfilo con sus cintas más laureadas, que se proyectarán también durante el mes de noviembre. “Nos pareció que la Filmoteca era su casa, era el sitio donde iba a tener más visibilidad”, explica Noah. Roedor se puso en contacto con ellos para ofrecerles “unas películas que se tenían que ver”. Tiempo después, recibieron el visto bueno del enclave cultural.
“No sabría explicar cuál es nuestra línea editorial, queremos encontrar películas que nos haga ilusión descubrir y compartir con los demás” | Irene, cocreadora de Roedor
Además de la actual retrospectiva de Savoca, Roedor ha llevado a cabo otros dos ciclos: Working Girls, el primero que elaboraron en la Cineteca tras la finalización de su beca, y Rigurosamente serio, también en el espacio de Matadero. El primero estuvo dedicado a la generación perdida del cine estadounidense, contando con la proyección de cuatro cintas de directoras perspicaces en su labor, y con un marcado carácter femenino. “Habían sido sacadas de esta idea de cine de autor canónico”, relata Noah. El segundo ahondó en el cine contemporáneo argentino que rompía con la seriedad asociada a la crítica social.
Su labor, dicen, es parecida al funcionamiento de una matrioshka. De una idea sacan otra, de una película un nuevo ciclo y de una directora, cuatro más. La primera copia que se proyectó en España de Household Saints fue bajo el marco del programa de Working Girls. A raíz de dicho largometraje, Noah e Irene consiguieron dar forma a un ciclo dedicado exclusivamente a la directora. “Son filmes que no se han movido por nuestro país, no tenían los derechos, no había copias para poder proyectarlas”, cuenta Irene. Cuando se les pregunta sobre si su trabajo se decanta por el relato femenino, su respuesta es rotunda: “Las mujeres no son nuestro foco específico, pero casualmente, muchas de las películas que no han llegado o cuyas copias cuesta conseguir son de ellas”, explican.
“Las mujeres no son nuestro foco específico, pero casualmente, muchas de las películas que no han llegado o cuyas copias cuesta conseguir son de ellas” | Noah e Irene, creadoras de Roedor
“Algunos directores no saben dónde conseguir sus películas”
¿Cómo opera Roedor? ¿Qué cronología tienen que seguir para armar su catálogo estilístico? El primer paso es ver dónde está la copia de la película que quieren proyectar (si es que alguien la tiene) y comprobar quién está a cargo de los derechos de distribución, que han de pagarse a su titular. “Hay muchas circunstancias que se tienen que dar”, dice Irene. “Muchas veces tienes los derechos, pero no tienes la película; y en otros casos sí tienes la película, pero no los derechos”, apostilla. Su proyecto requiere de una constante búsqueda, de un estirar casi infinito de un hilo que las pueda conducir al benefactor último de un filme. En casos más extremos, las empresas han sido vendidas “o reconvertidas en una panadería”, bromean. “Es más complejo de lo que pueda parecer en primera instancia”, relatan.
Noah e Irene indagan, buscan, recuperan... y compaginan su amor por el cine con sus trabajos a jornada completa. “La programación es como la burocracia, hay que ser pesadas y mandar muchos correos”, indican. Se comunican con festivales, con instituciones e incluso con embajadas, interesadas en proyectar algunas cintas de marcado carácter local. “Es un trabajo de detectives”, cuenta Noah. En algunos casos bizarros, pero no ajenos a su realidad, algunos cineastas no “tienen ni idea” de dónde está la copia de su largometraje. En otros, tuvieron que recibir la película directamente de su director.
“Muchas veces tienes los derechos, pero no tienes la película; y en otros casos sí tienes la película, pero no los derechos” | Noah e Irene, creadoras de Roedor
En el contexto de Cinezeta, Roedor proyectó Je ne suis pas morte (No estoy muerta), del director Jean-Charles Fitoussi. Éste “viajó en avión para darnos la copia digital de la película”, puesto que es un material delicado que no permitía un embalaje o envío corriente. Otra situación cómica con la que se han topado ha sido la de intentar recuperar Crime Wave, de John Paizs, “un hombre que se puso muy nervioso porque acabó odiando la cinta y borró todas las copias que tenía”. En ese tipo de vicisitudes encuentran el porqué de su existencia. “¿Quién vio esta película? ¿Cómo se ha acabado creando el culto?”, se pregunta Irene, tildada de “loca” por parte de su compañera por su capacidad de encontrar un trocito de queso en un supermercado de infinitos metros cuadrados.
Una de las cosas que más aprecian de su trabajo como programadoras es ver cómo el público oscila dependiendo del espacio en el que lleven a cabo sus ciclos, y también cómo han acabado siendo sorprendidas por la ruptura generacional que no siempre acontece en la sala. “No esperas que una película de un cineasta de los años 70 vayan a verla adolescentes, al igual que tampoco crees que una comedia argentina que está fuera del circuito de festivales sea de interés para los señores de 80 años”, cuenta Irene.
Más allá de la minuciosidad de sus búsquedas e investigaciones, su labor requiere de un cálculo matemático ajustado a un presupuesto cerrado que, en ocasiones, no les permite jugar con toda la libertad que les gustaría. Proyectar, por ejemplo, Household Saints en la Filmoteca o la Cineteca cuesta a la institución unos 400 euros. Si se pone dos veces, como en el caso del ciclo que tiene lugar en el Doré, el coste asciende a los 800 euros, aunque el precio “depende mucho de la procedencia” de la película.
“Por la copia de una cinta asiática, sobre todo de Japón o de Taiwán, te pueden pedir hasta 800 o mil euros”, cuenta Noah, una situación que “contribuye al sesgo” de que un elevado porcentaje de los ciclos cuenten con películas en habla inglesa. “Nos gustaría poner largometrajes de otras procedencias, pero monetariamente no podemos”, relata. Su objetivo actual es enfocarse en India, destacando el cine comercial del país “que ha generado muchísimo dinero y ha visto mucha gente”. La complicación, en este caso específico, viene por la parte comunicativa con las instituciones y productoras.
“Por la copia de una cinta asiática te pueden pedir hasta 800 o mil euros. [...] Nos gustaría poner películas de otras procedencias, pero monetariamente no podemos” | Noah, cocreadora de Roedor
“Trabajamos desde el piso, la piscina o la cafetería”
Noah e Irene hablan de Roedor como un proyecto que, de momento, consigue el beneficio justo como pagar el dominio de su página web, creada por Noah. Todo queda en casa. Con cada ciclo, ambas consiguen un beneficio “de unos 200 o 400 euros”, dependiendo del trabajo que hayan efectuado. Una cifra que tienen que dividir entre dos. “Ese dinero lo usamos para ir financiando los gastos que nos genera el proyecto, para no ir a pérdidas”, indican.
Mandan correos a las siete de la mañana, entrevistan a directores a las ocho de la tarde y compaginan todo lo anterior con contratos laborales de 40 horas semanales. “Es un poco agotador, pero bueno”, se resignan. “Le dedicas un porrón de horas de tu tiempo libre que, además, no están remuneradas”, explica Irene para hablar de un mal coyuntural. Aunque pudieron participar en el programa Cinezeta, creen que las ayudas no deberían parar a los 26 años. “Luego te quedas en un limbo y te preguntas: ‘¿Qué hago yo ahora?’”, añade.
Para sacar adelante el trabajo que sustenta Roedor, ambas enchufan sus ordenadores “en nuestros entornos, en nuestros pisos, por la noche, desde la piscina, en una cafetería y en varias ocasiones hemos aparecido en algún Vips”, relata Noah entre risas. “Se trabaja muy bien ahí, porque hay wifi gratis y no te obligan a estar consumiendo algo todo el rato”, apostilla, consciente de que la precariedad se ha instalado en la sala. “Con los 100 euros que nos han quedado en total de este año, nos podemos comprar un café”, le replica Irene.
Debido a su situación, se sorprenden cuando un director que tienen “idealizado” les escribe pidiéndoles ayuda para producir una nueva película o para conseguir financiación en España. “No saben que, en realidad, eres una niña de ocho años que no sabe qué suelo pisa”, cuenta Noah.
Roedor tiene dos objetivos a largo plazo: moverse de Madrid para apostar por las entidades culturales de otras ciudades, e incluso localidades más pequeñas, y conseguir más tiempo -quizá el bien más preciado del siglo XXI-. “Queremos dedicarnos más a esto para poder hacer las cosas mejor y no quedarnos en la calle, cosa que es difícil”, dice Noah. “También que tengamos un espacio, una oficina propia”, responde Irene. “Lo ideal sería poder programar de una manera que fuera sostenible para nuestras vidas”, concluyen.