Ignacio Martínez de Pisón, uno de los novelistas más destacados de la narrativa española contemporánea, ha decidido dar un giro a su trayectoria literaria. Tras décadas dedicadas a la ficción y convertirse en cronista de la historia de nuestro país a través de sus novelas, ha presentado Ropa de casa (Seix Barral), unas memorias que sirven para sumergirnos en las historias íntimas de su familia y sus amigos pero, además, también para seguir ahondando en las transformaciones políticas y culturales de nuestra sociedad, en su evolución durante la segunda mitad del siglo XX.
El escritor siempre ha sido conocido por mantenerse al margen de la tendencia autobiográfica tan presente en muchos autores contemporáneos. Sin embargo, con Ropa de casa decide abrir una ventana a sus recuerdos más domésticos y privados. La obra, que ha sido comparada con Léxico familiar de Natalia Ginzburg, se centra en la pérdida de su padre, un militar fallecido cuando él aún era niño, y en la vida familiar bajo el régimen franquista, cuando ser hijo de una mujer viuda conllevaba un estigma en la sociedad.
La humildad como virtud y rasgo definitorio
Uno de los aspectos más destacados en las memorias de Martínez de Pisón es la ausencia de ego. El escritor zaragozano relata su vida con una notable humildad y honestidad, particularmente al narrar su incorporación al mundo literario durante los años de la Transición. “La mía ha sido una vida pequeña”, ha señalado el autor, en referencia a su trayectoria personal, la cual sincroniza con el cambio cultural y social que vivió España en los años 80. Sin buscar ‘automitificarse’, el escritor se presenta como hijo de su tiempo, testigo de un país que dejaba atrás su pasado más oscuro para modernizarse. “Vivíamos en un mundo viejo, pero el futuro estaba a la vuelta de la esquina”, ha comentado durante la promoción del libro al evocar sus primeros años en Logroño y Zaragoza.
Su madre, marcada por una tradición familiar carlista, fue una figura clave en su vida tras la muerte de su padre. Criada para cuidar de la casa y los hijos, se vio obligada a trabajar para mantener a la familia, logrando cierto éxito con una tienda de ropa infantil. Este detalle, junto con otros muchos que el autor menciona sin enfatizar, refleja el proceso de consolidación de la clase media en una España en transformación.
La llegada a Barcelona y el despertar literario
Tras su infancia y adolescencia en Zaragoza, Martínez de Pisón se trasladó a Barcelona en 1982, con la democracia española aún en construcción. En esta segunda parte de sus memorias, narra cómo, siendo un joven escritor prometedor, comenzó a relacionarse con el mundo literario de la ciudad. En Barcelona, conoció a figuras clave de la literatura española como Javier Marías, quien se convirtió en una especie de mentor antes de distanciarse, y estableció amistades con autores como Antonio Muñoz Molina, Bernardo Atxaga o Enrique Vila-Matas.
A pesar de su temprana notoriedad como escritor, Martínez de Pisón se mantuvo consciente de los peligros del reconocimiento prematuro. “El reconocimiento prematuro puede ser una losa cuando dejas de ser una joven promesa”, reflexiona en el libro. Decidió entonces parar y crecer como persona para poder crecer como escritor. Esta decisión le permitió evitar las trampas de la fama y continuar desarrollando una voz literaria que más tarde daría lugar a obras como Enterrar a los muertos y Castillos de fuego.
Testigo de una generación y de un país en transformación
A lo largo de Ropa de casa, Martínez de Pisón no solo explora su vida personal, sino que también traza un retrato de su generación, una generación que vivió en primera fila los cambios sociales y políticos que transformaron España tras la muerte de Franco.
Desde los veranos adolescentes en Comarruga (Tarragona) hasta la vida en una España que dejaba atrás el franquismo, Martínez de Pisón plasma cómo su vida personal se entrelaza con el devenir de la historia reciente de su país. Al final de sus memorias, el escritor describe cómo, en 1992, el ciclo de su juventud se cerraba con un giro simbólico: “Habíamos pasado de ser hijos a ser padres, y ahora dejábamos de ser inquilinos para ser propietarios”.