Netflix no suele caracterizarse por su contenido romántico. La plataforma atesora en su algoritmo infinidad de películas y series que giran en torno a las mariposas que se gestan en el estómago al conocer a un extraño que cambia nuestras vidas, pero sus ideas originales afincadas en el género no han contado con el furor, o la calidad, de otros de sus títulos. La realidad es que Nadie quiere esto, su nueva comedia romántica, parece haber comprometido las opiniones anteriores.
Erin Foster crea y dirige (junto a Hannah Fidell, Karen Maine, Greg Mottola, Oz Rodriguez y Lawrence Trilling) una simpática historia que ha encandilado a la audiencia del gigante del streaming, acostumbrada a ficciones encasilladas dentro de la etiqueta de lo cringe. De diez capítulos de media hora, Nadie quiere esto habla de opuestos, de fricciones, de esas relaciones que rezuman química, pero con las que todo el mundo quiere acabar (por intereses propios, ideas preconcebidas o clichés arraigados).
Adam Brody (el crush de la audiencia millennial que vivió su vida a golpe de capítulos de The O.C. o Girlmore Girls) y Kristen Bell (The Good Place, Veronica Mars) protagonizan un romance perfecto, y auténtico, entre un rabino poco convencional y una podcaster que exprime su sensualidad y poderío a través del micrófono. Él, Noah, se encarga de aconsejar a los judíos que se acercan, cada semana, al templo y lleva una vida sin demasiados sobresaltos. La sencillez lo define. Ella, Joanne, tiene un pódcast de sexo y relaciones junto a su hermana, además de ser agnóstica en la fe y en el amor (tras infinidad de citas fallidas a través de todas las aplicaciones existentes).
Noah acaba de dejar a su novia y conoce a Joanne en una fiesta organizada por una amiga en común. Desde esa noche, y a pesar de sus diferencias, ambos saben que algo ha brotado entre ellos. Llámalo química, o la naturalidad de saber que te gustaría seguir conociendo a una persona que ha llamado tu atención. Lo que muchos espectadores de la serie desconocen es que la historia creada por Foster es, en realidad, una narración basada en algunos episodios de su vida.
Noah y Joanne son, en realidad, Erin Foster y su marido, el productor musical Simon Tikhman, tal y como ha contado Buzzfeed y la propia directora en diversas entrevistas a medios estadounidenses. Foster y Tikhman se conocieron en un gimnasio de Los Ángeles en el año 2018. En una entrevista con LA Times, Erin dijo que durante su primera conversación “hablando de zumos en el gimnasio”, Simon mencionó que la persona con la que se casase “tiene que ser judía”.
Muchas de sus anécdotas como pareja se plasman en los diez episodios de Nadie quiere esto, por ejemplo en el capítulo The Ick, cuando Noah conoce a los padres de Joanne y le regala un ramo de margaritas a su madre, Erin contó que dicha escena nace de una situación real que vivió cuando ella y Tikhman se estaban conociendo. Cuando Foster relató el episodio en la sala de guionistas, “los hombres estaban desconcertados, pero las mujeres lo entendieron inmediatamente”. Y añadió: “Eso me hizo sentir que era una buena historia que contar”.
Adam Brody "I Can Handle You" scene because you deserve it. pic.twitter.com/jwAvphXD7G
— Netflix (@netflix) October 5, 2024
Otra de las escenas que bebe de su relación de pareja es cuando, en el ya mencionado episodio, Noah no deja que Joanne se cierre en banda y que el incidente de los girasoles estropease su relación. Erin dijo a Vulture: “Simon dijo: ‘Supéralo. Se supone que me tiene que importar lo que piensen tus padres porque quiero casarme contigo’. Estaba tan enamorada de él en ese momento”, cuenta. Mientras que Nadie quiere esto muestra que a la familia de Noah no le gusta Joanne porque no es judía, Erin ha querido aclarar que la familia de Simon no era así. Sin embargo, éstos si eran “escépticos” al principio.
La ficción que ha enamorado a crítica y público parte una historia real que, en parte, podría explicar su éxito. Muchos espectadores han destacado la naturalidad, madurez y crecimiento latente en la relación entre Joanne y Noah: sin exceso de drama, sin giros innecesarios y con el toque suculento (y realista) de romance. Ambos quieren lo mejor para el otro y se nota, una experiencia que demuestra que, cuando hay interés real, las cosas relacionadas con el departamento del amor pueden ir como la seda.