Excéntrica, auténtica y dramática. También única, y quizá irrepetible. Chirriante desde que puso un pie en Hollywood para algunos, multidisciplinar por su éxito en la gran pantalla para otros. Lady Gaga puede ser Céline Dion, un tíguere o ella misma, pero siempre con la convicción de acarrear una personalidad única. Un ethos catártico que la ha erigido, no sólo como una de las grandes artistas de los últimos 20 años, también como una heroína para los colectivos que encuentran su elixir vital fuera de los márgenes normativos.
La cantante, compositora y actriz estrena este viernes Joker: Folie à Deux, la segunda parte de Joker (2019), también dirigida por Todd Phillips y con Joaquin Phoenix en el rol del hombre desequilibrado con una decoloración capilar de tono verde neón. En esta nueva entrega, Gaga se mete en la piel de Harley Quinn, una psiquiatra que visita al villano en el manicomio y termina bebiendo de su manía. Todo vale en el amor y en la guerra, ¿no? Este rol crepuscular llega tras su participación en La casa Gucci (cinta en la que interpretó a Patrizia Reggiani, la ambiciosa mujer que asesinó a Maurizio, heredero de la firma de alta costura italiana).
Su participación tiene mucho más sentido después de saber que Joker: Folie à Deux es un musical (un dato que ha espantado por completo a los acérrimos a la cinta original, ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia). Su acercamiento a la estética del arlequín viene acompañado de un disco que busca ser el complemento perfecto de la película. En Harlequin, Lady Gaga se inspira en Quinn para armar un proyecto que funciona como banda sonora (y que no sólo incluye temas que aparecen en el filme, también hay versiones de clásicos del pop y del jazz, así como canciones originales que la artista ha compuesto específicamente para el álbum).
La estética de su personaje ha ido acompañándola durante la promoción del largometraje que coprotagoniza junto a Phoenix. Colores circenses, una melena roja y rombos por doquier. Nada le gusta más a Gaga que mimetizarse con aquello que le es cercano, o hacia lo que ha sido devota durante cierto margen temporal. La estadounidense es ya una actriz nominada al Oscar, además de una suerte de gurú del maquillaje -con su marca Haus Labs-. Que este amalgama de coincidencias clásicas que se gestan cuando una persona famosa alcanza cierto estatus (véase Rihanna, Selena Gómez o Hailey Bieber) no nos haga perder el foco: Lady Gaga es la artista más importante de este siglo (incluso si la música ha dejado de ser su principal fuente de inspiración).
Las ‘gracias’ hay que dárselas a su actual prometido, Michael Polansky, que tuvo que recordarle a Lady Gaga... ¡que era Lady Gaga! “Michael es la persona que me dijo que hiciera un nuevo disco pop. Me dijo: ‘Cariño. Te amo. Necesitas hacer música pop’”, contó la cantante en una entrevista con la revista Vogue. El séptimo álbum de la neoyorquina está más cerca que nunca. El retorno a los orígenes parece ser un camino más que plausible para la cantante que hace 16 años se presentó en sociedad como un torbellino de creatividad imparable. Cuesta creer que, con apenas 20 años, Gaga fuese capaz de revolucionar una industria afincada en lo casual e intransigente.
Nunca comprometió su visión artística por los demás y poco, o más bien nada, le importó la opinión ajena. Su estética, sus looks, sus letras, su sonido... todo apuntaba al futuro, a la apertura, a la aceptación de uno mismo. Es adalid del colectivo LGTBIQ+ antes de que estuviera de moda remar a favor de los núcleos minoritarios. Un segundo soy una fan de Koons y al siguiente el Koons soy yo, decía en Applause, consagrándose como la obra de arte que terminó siendo. Rodeada de una cinta policial que hacía de sujetador o de carne fresca, Gaga es única en su especie. Incluso si ella no lo recuerda.
Lady Gaga ha sido un referente para muchos: para los que tenían ideas distintas al resto en su etapa escolar y fueron ridiculizados por ello (como le sucedió a ella), para la comunidad queer, para las mujeres y para los apreciativos de un buen engranaje musical y personal. No es de extrañar, así, que la cantante se haya acordado de sus ‘pequeños monstruitos’ al abrazar la locura y rareza de Harley Quinn para Joker: Folie à Deux.
“Cuando aparecí, muchos entrevistadores de todo el mundo querían preguntarme por mi ropa”, ha contado a Vogue. “A menudo se burlaban de mí... o me hacían muchas preguntas inquisitivas: ‘¿Por qué el personaje?’ ‘¿Por qué el nombre?’ ‘¿Por qué todo eso?’”, continúa Gaga. “Mis fans siempre han pensado que yo no era tan rara. Siento que siempre me han dado una especia de apretón de manos secreto para decirme: ‘Te tenemos... sabemos quién eres... no tienes que disculparte por quién eres’. Sigo sintiéndolo así”, ha contado emocionada.
Mientras que este fin de semana las salas de cine se llenen de espectadores que crean ver en Harley Quinn un espejo (’es tan yo tía, yo también me enamoré de un psicópata’, entonará algún que otro asistente), los demás mantendremos la mirada fija en una mujer, y artista, que revolucionó el mundo y el universo interior de los incomprendidos.