Debutó en el largometraje con Las niñas (2020), que tenía lugar en el año 1992 y transcurría en un colegio de monjas en su ciudad natal, Zaragoza, para narrar una historia de aprendizaje y madurez que se convirtió la revelación del año en los Premios Goya en una edición (la de la pandemia), en la que consiguió cuatro galardones.
En su siguiente película, La maternal, dio un paso más allá al centrarse de nuevo en la adolescencia, pero desde el punto de vista de una niña (Carla Quílez), que se quedaba embarazada con 14 años e ingresaba en un centro de acogida para madres menores de edad que, además, se encontraban en riesgo de exclusión social.
Su cámara siempre ha sido sensible a la hora de retratar la realidad en espacios nada cómodos. Es una cineasta con una capacidad especial a la hora de captar los pequeños detalles así como de componer retratos que, más allá abordar temas sociales, hablan sobre la condición humana, sobre la culpa, el miedo, los tabúes morales y, ahora, sobre la muerte y cómo enfrentarse a ella.
Una película que habla de la muerte y la pérdida
En el reciente Festival de San Sebastián presentó Los destellos, basada libremente en un relato de la escritora Eider Rodríguez en el que una mujer que ha rehecho su vida (Patricia López Arnaiz, que ganó la Concha a la mejor interpretación) se enfrenta a la enfermedad terminal del que fuera su marido y padre de su hija (Antonio de la Torre), al que se volverá a acercar en esos duros momentos para acompañarlo en esos últimos momentos de su vida.
Una historia de una delicadeza apabullante, repleta de tristeza, también de esperanza y atravesada de una emoción contenida alrededor de lo que supone la pérdida y el vacío que deja un ser querido.
¿Tiene algo de autobiográfica esta historia? Porque parece como si estuviera registrando un proceso muy íntimo
La película surge como un encargo a través del productor de Fernando Bovaira, que me propuso adaptar el relato de Un corazón demasiado grande, de Eider Rodríguez. Tenía muchos elementos que me interesaban muchísimo, sobre todo los relacionados con los personajes. Pero sí que es cierto que hay un elemento muy personal que me acercó a esa historia: hablar de la desaparición de uno mismo. Yo había vivido la experiencia de la muerte de mi padre y ese texto me hablaba de una forma muy especial.
No es nada fácil hablar de esos temas y, sobre todo, verbalizarlos a través de imágenes o de palabras
Es extraño, pero la muerte de mi padre me conectó mucho con la vida y eso es algo que quería que se reflejara aquí. Sabía que tenía que plasmar emociones muy contradictorias, pero era parte del reto. Para mí las contradicciones forman parte intrínseca de la vida, todos somos contradicciones andantes. También me apetecía reflexionar cómo alguien que ha sido muy importante para ti, de pronto se convierte en un desconocido, ya haya sido tu pareja o amigo. Eran muchos los temas en los que quería profundizar, pero sobre todo vi la oportunidad de volcar algunas de mis obsesiones, como hablar de las huellas que dejamos a nuestro paso o las que dejan otros en nosotros.
De nuevo, la mujer en el centro del relato
Las relaciones entre madre e hijas también parecen elementos cordiales en su filmografía
Eso ya estaba presente en el relato de Eider. Aunque es verdad que he intentado hacer algo muy mío, la relación entre madre e hija era uno de los motores principales de la historia. Y claro, es curioso, porque no estoy haciéndolo a propósito, pero veo claramente que es una cuestión que me interpela aunque sea de manera inconsciente.
En cualquier caso, sus tres películas abordan cuestiones muy diferentes en relación con la maternidad
Sí, son tres maternidades a través de tres edades distintas. Cuando se estrenó la película de Celia Rico Los pequeños amores, se hablaba de que más de una película sobre maternidad, era una historia de equidad. Me gusta este término, porque yo creo que tanto el personaje de la hija como de la madre aprenden mutuamente la una de la otra.
En la película también se aborda el tema de los cuidados y de cómo siempre terminan recayendo en las mujeres. ¿Era un tema que quería tratar?
Es curioso, porque esto fue una especie de red flag desde el principio e intenté ser muy cuidadosa en el guion, para reflejar que, en el fondo, todos cuidan de todos. Pero bueno, sí, la realidad es que somos las mujeres las que cuidamos, aunque me gustaría trasmitir que no tiene que ver con el género, sino con la humanidad, con la empatía. Por ejemplo, el médico de paliativos que aparece en la película, que ha ejercido en la realidad (aunque ahora esté retirado), también se encarga de ayudar a la protagonista, aunque sea preguntándole, ¿y a ti quién te cuida?
Esa parte de la película me recordó mucho a La maternal, como si fuera un pedacito de documental, como si en ese momento estuviera filmando la realidad. ¿Cómo surgió esa escena?
Sí, cierto que utilicé la misma aproximación que para La maternal. Yo quería que fuera ese médico y su equipo quienes salieran en la película y que se mostrara el trabajo tan importante que hacen. Aproximarse a esas realidades les hace tener un entendimiento de la vida que está por encima de lo que podamos tener los demás. Y yo quería filmarlos hablando, registrar todo lo que les dicen a los pacientes terminales que tratan, de cómo los guían en esa parte final de sus vidas. No son actores, por lo que se convierte en una escena muy transparente, por eso está rodada desde la proximidad de la piel con piel. Para mí han sido un regalo en este rodaje y, de alguna manera, la razón de ser de la película. Porque los cuidados paliativos se relacionan con la muerte, pero en realidad se ocupan de que la vida que nos queda sea lo mejor posible. Me gustaría que la película nos haga sentir que, a través de la muerte, lo que se reivindica es la vida.
Se verbalizan cosas de las que no hablamos nunca, sobre que somos seres finitos
No lo hablamos nunca porque nos da pavor, nos enfrenta a un vacío insondable que no se puede concebir.
La obra de madurez de Pilar Palomero
A nivel visual y estilístico es quizás su película más madura, de una enorme precisión en los encuadres, en las elipsis, de la importante de los sonidos, de las respiraciones (cuando se escuchan y cuando desaparecen). ¿Cómo se planteó estas cuestiones?
Ahí se juntaron varias cosas. Yo tenía ganas de enfrentarme a algo distinto a lo que había hecho hasta el momento. Las niñas y La maternal eran películas muy distintas, pero tenían un tratamiento similar, con la cámara en mano, con más libertad para las actrices, que eran además muy jóvenes. En este caso, sentía que el guion me pedía un lenguaje diferente, que se relacionaba con estar presente, con ver, con escuchar con los sentidos. Por eso los detalles o las pequeñas cosas son tan importantes aquí, porque te conectan con la vida. Son cuestiones que a menudo no percibimos y quería ponerlas de manifiesto a través de las imágenes, sin verbalizarlas. Era un gran reto, porque me exigía un tempo diferente para los planos, para su duración. Pero ha sido una apuesta. Ser consciente de la muerte tiene algo de epifánico, te hace hiperconsciente de todo lo que te rodea.
¿Cree que estamos en general un poco anestesiados? ¿Y que si no ocurre ninguna tragedia a nuestro alrededor no somos capaces de reaccionar?
Yo creo que un poco sí. El mensaje final de la película supone una reivindicación a vivir nuestro presente y de cómo una muerte nos posiciona de manera distinta frente a la vida. A mí me gustaría que fuera una película que se sintiera llena de vida, no a través de un mensaje tipo Mister Wonderful, sino a través de una perspectiva realista, porque tenemos fecha de caducidad y es algo a lo que la sociedad occidental le da la espalda. Simplemente, es un tema que no tenemos nada normalizado y nos espanta. Me gustaría que se percibiera el mensaje de “vamos a cuidarnos entre todos”.
En la película aparece una escena preciosa en la que se lee un fragmento de Platero y yo, ¿por qué elegiste este libro?
Me da un poco de pudor contarlo, pero era el único libro que mi padre conservaba de su infancia y estaba firmado por él. Así que lo tengo guardado como un tesoro. Él era hijo de agricultores, de una familia súper humilde y ese libro me produce una enorme ternura. Me imaginaba a mi padre de pequeño leyendo Platero y yo, y ese capítulo en concreto que aparece en la película, donde Juan Ramón Jiménez describe la muerte de Platero y de ese duelo que vive.
En Los destellos, también has insertado un momento musical como en tus anteriores obras, un precioso baile entre padre e hija al son de A tu vera, cantada por Lola Flores
Me gustan mucho los momentos musicales en las películas porque me dan la posibilidad de soñar con algo. A mí me hubiera encantado tener ese baile con mi padre, esa despedida. Era una cuestión de intentar trasmitir el amor más que el dolor de la pérdida más inminente. Me parecía bonito que esa escena fuera como un abrazo.