Durante los años setenta se produjo una corriente transgresora que se encargó de integrar los elementos eróticos en algunas películas supuestamente de estirpe ‘autoral’ que pretendían romper las barreras entre la pornografía y el cine convencional. Con ese espíritu provocador surgieron obras incontestables como El imperio de los sentidos, de Nagisa Ôshima o las menos refinadas (y burdas), Garganta profunda, con Linda Lovelance o Emmanuelle, con Sylvia Kristel, dos actrices que quedarían para siempre estigmatizadas por sus respectivos papeles en dos películas en las que, al fin y al cabo, se mostraba el cuerpo de la mujer desde la mirada de los hombres, convirtiéndose en simples objetos.
Ha pasado mucho tiempo y lo cierto es que las ficciones cinematográficas cada vez han ido recortando terreno en materia de sexo, volviéndose cada vez más mojigatas a la hora de atreverse a mostrar las ‘pulsiones’ carnales, sin conseguir un equilibrio entre el mero exhibicionismo y el intento de plasmar el acto físico desde un punto de vista menos machista.
¿Un ‘remake’ de ‘Emmanuelle’ en la era del Me Too?
Dentro de este contexto, inmersos en la era del Me Too, parecía que el ‘remake’ de Emmanuelle iba a insertarse dentro de la corriente de reivindicación de la libertad de la mujer a través de su cuerpo y la búsqueda de su propio placer. No ha sido así.
La directora Audrey Diwan, había conseguido una implacable crónica alrededor del derecho al aborto al adaptar la novela de Annie Ernaux El acontecimiento, por la que ganó el León de Oro de Venecia. Todo lo que en esa película era valentía y frescura, en esta ocasión, a la hora de poner en imágenes Emmanuelle, su propuesta queda lastrada por una mirada vacía y trasnochada en la que cualquier tipo de reflexión sobre lo que se supone que es el deseo femenino queda por completo anulada por absoluta superficialidad.
Qué cuenta la nueva ‘Emmanuelle’
La actriz Noémie Merlant, se mete en la piel de este personaje icónico desde una supuesta perspectiva contemporánea a través de la representación de una mujer de éxito (pero que no se encuentra conectada con ella misma) que trabaja para una empresa que ha absorbido una red de hoteles y que tiene que inspeccionar la filial en Hong Kong. Allí se trasladará para hacer una valoración del servicio y, sobre todo, vigilar a la responsable del lugar, Margot (Naomi Watts).
La propuesta de Diwan es aislar a la protagonista (y al espectador) dentro de ese hotel donde todo resulta impersonal y donde se magnifican los sentimientos de aislamiento y soledad. En ese contexto, conocerá a una ‘scort’ (Chacha Huang), que le enseñará a ir más allá de sus límites y a un enigmático huésped, (Will Sharpe) con el que se obsesionará.
Hay diálogos ‘sonrojantes’, un ambiente de extrañeza que no termina de cuajar en ningún momento, escenas supuestamente ‘hot’ que resultan ridículas y un tratamiento de anticuado de las relaciones.
La directora ha intentado defender como ha podido su propuesta durante la rueda de prensa del Festival de San Sebastián a la que ha acudido con su equipo. Ha asegurado que solo vio veinte minutos de la película original y que pensó que no era para ella, así que se basó en el material literario, del libro escrito por Emmanuelle Arsan, que precisamente comienza sobre una ‘diserción’ sobre el deseo y la mirada de los otros y que se encargaba de abrir un debate en torno al erotismo.
“Me pregunté sobre la relación con el placer en nuestra sociedad, de cómo lo tratamos y de la presión que supone y quise enfocarlo a través de los ojos de una mujer que ha dejado de sentir y tiene que volver a encontrarse a sí misma dentro del mundo frío en el que vive”.
La directora no ha sabido responder por qué le interesaba hacer una nueva versión de Emmanuelle y qué es lo que aporta ahora. Solo ha aportado que quería crear un ambiente especial en el que el espectador pudiera encontrar, a través de las sensaciones, el elemento erótico. Lástima que sea prácticamente imposible de conseguir. La nueva Emmanuelle es el ‘antierotismo’ personificado.