Todo vale en el amor y el tenis. Quizá eso es lo que pensó Luca Guadagnino (que hace una semana estuvo presente en el Festival de Venecia para presentar su nueva película, Queer) al crear Challengers (Rivales en español): una cinta en la que el deporte es una cortina que esconde traiciones, erotismo y competitividad.
No sólo ha sido uno de los largometrajes más comentados del año, también uno de los más divertidos. En una época de escasos estrenos a causa del vacío producido por la huelga de actores y guionistas en Hollywood, la cinta de Guadagnino fue un faro de luz para los cinéfilos que buscaban un drama (no tan juvenil) con tres de los actores más notorios del panorama actual y cargado de escenas de alto impacto.
Challengers arranca con un enfrentamiento en un torneo. A un lado, un ídolo de masas en horas bajas, Art Donaldson (Mike Faist) y, en el otro, un jugador que no ha apostado por su talento y que vive de torneos poco prestigiosos, Patrick Zweig (Josh O’Connor). Entre los dos está Tashi Duncan (Zendaya), una antigua promesa del tenis juvenil que, tras una grave lesión en un torneo universitario, se convierte en entrenadora de élite.
A partir de entonces, la película de Guadagnino sumerge al espectador en un ir y venir de imágenes y flashbacks que recomponen la relación que los tres protagonistas mantienen entre sí. Como en toda buena screwball comedy (aunque esta no lo sea en sentido estricto), será Tashi la que lleve las riendas, mientras que los hombres quedan en un segundo plano para batirse en duelo a través de un patético pavoneo de testosterona en la cancha.
Triángulos amorosos, competitividad, deporte de élite y erotismo en un largometraje pícaro que encumbra a sus tres protagonistas. La música (a cargo de Trent Reznor y Atticus Ross), las escenas más cardíacas y el aura romántica la convirtieron en una sensación para las nuevas generaciones. Tras su éxito, Challengers aterriza en Prime Video este jueves 19 de septiembre.
El guion lo firma Justin Kuritkes (la pareja de Celine Song, la gran revelación del pasado año gracias a Vidas pasadas). En la cinta, la debilidad masculina adquiere tintes épicos, mientras que el director se encarga de calentar al personal a través de un dispositivo de lo más lujurioso en el que cada palabra y cada movimiento de cámara tiene una intención determinada y un objetivo claro.