Después de la gran generación del espectáculo ‘mainstream’ de George Lucas y Steven Spielberg, a finales de los años ochenta, había directores dispuestos a cambiar las normas, aunque fuera transgrediendo dentro del ‘establishment’, sobre todo a través del cine de terror mezclado con el humor, como hicieron Sam Raimi o... Tim Burton.
Al pequeño Tim le gustaban las historias raras, dibujar, las películas de monstruos, de Godzilla y de la factoría Hammer, las de Roger Corman. Una de sus máximas revelaciones fue ver Jasón y los argonautas, y los efectos especiales de Ray Harryhausen a través de la técnica de stop-motion, que más tarde aplicaría a sus películas animadas.
Era la época de los incomprendidos. En los márgenes surgía el ‘queer cinema’ de Gus Van Sant y tantas otras tendencias ‘indies’. Pero Burton no quería ser un marginado dentro de la industria. Lo que quiso (y consiguió) es que los marginados se integraran en la industria. O lo que es lo mismo, que los ‘raros’, los ‘desclasados’, los ‘freakys’, tuvieran pleno derecho a considerarse dentro de las normas preestablecidas.
Una nueva: el ‘freak’ dentro de Hollywood
Ese fue su lema desde el principio, desde sus cortometrajes (que se ubican dentro de la factoría Disney) y de su primer largometraje, La gran aventura de Pee-Wee (1985), en la que se encargó de rescatar a un cómico extravagante e icónico, sentando las bases de lo que sería el cine independiente del momento.
Su siguiente película (es decir, su segunda película) fue Bitelchús, una obra con un guion original entre la comedia y el terror que pocas veces se había visto en la pantalla y que aunaba el elemento oscuro con las bromas más salvajes.
¿Qué pasó con Bitelchús, más conocida en los países anglosajones como Beetlejuice? Se convirtió en un éxito inesperado y en un clásico de culto instantáneo.
Los protagonistas eran dos fantasmas (interpretados por Alec Baldwin y Geena Davis), que intentaban ahuyentar de su casa a los nuevos propietarios, entre los que se encontraba la que se convertiría en la ‘esencia’ de Tim Burton, la chica extraña, a la que le gusta el terror, introvertida y gótica que se convierte en la heroína de la función, que encarnaría Winona Ryder.
La película Bitelchús, que se estrenó en 1988, fue nominada a un Oscar al mejor maquillaje por la caracterización de Michael Keaton como el fantasma rocambolesco, pero repleto de personalidad, gracias al que consiguió su primer gran éxito.
Bitechús fue una ‘rara avis’ en su época y lo continúa siendo. En ella, Tim Burton plasmó su querencia por los elementos manuales, por las maquetas, por el género de terror, por los muertos y los vivos, por su convivencia, por la creación de criaturas que surgen de su imaginación y que configuran un universo personal.
Así fue Bitelchús, después vendría Batman, con la que el director rompería récords de taquilla y sentaría un canon dentro del cine de superhéroes. A pesar es eso, intentó mantenerse fiel a su espíritu y después consiguió perpetrar obras tan icónicas como Eduardo Manostijeras.
El resto, es leyenda pero, lo cierto, es que algo pasó ahí, algo convulsionó para que dentro del ‘star system’ comenzaran a aparecer otras miradas diferentes dentro del convencionalismo habitual y, Tim Burton, dentro de su extrañeza, de su anomalía dentro de la norma, sentara una mirada, una forma de ver las cosas diferente, que sentaría precedente.
Ahora, casi cuarenta años después, se estrena una secuela de la película original. Era un proyecto que hacía tiempo estaba previsto pero solo ha sido ahora cuando ha logrado concretarse. De esta forma, Tim Burton, consigue ‘reactualizar’ todo su universo a través de Jenna Ortega, después, precisamente, del ‘remake’ de Miércoles para Netflix por parte de Tim Burton.