Una joven de Costa de Marfil está a punto de casarse en una ceremonia colectiva. A su lado está el hombre que va a ser su marido y al que no ama. Además, le ha sido infiel. Lo que tiene que hacer es callarse y decir “sí, quiero”, pero en un acto de desafío al sistema dirá que “no”, se levantará y se irá de allí para siempre.
Es el inicio de Té negro, la nueva película del mítico director originario de Mauritania Abderrahmane Sissako, director de obras como Bamako o Timbuktu, nominada en 2015 al Oscar a la mejor película internacional después de haber participado en el Festival de Cannes y haber logrado numerosos galardones para el cine africano, algo que no suele ser nada habitual.
Una historia de convivencia y respeto con aroma a té
Lo siguiente que sabremos de la protagonista, que se llama Aya (Nina Melo) es que se ha trasladado a vivir a Taiwán a vivir sola como una mujer libre. Está integrada dentro de la comunidad africana del país y ha comenzado a trabajar en una tienda de té regida por Car (Chang Han). Él le ensañará todo lo relacionado con el oficio, cómo ha de prepararse cada variedad, aprender a distinguir sus singularidades, a orquestar los ritos detrás de cada modalidad.
Entre ellos, surgirá una historia romántica, pero él arrastra un pasado turbio debido a la forma tóxica con la que trató a su ex mujer (Patty Wu). ¿Se puede cambiar y empezar desde cero? Es una de las preguntas que plantea esta exquisita película basada en el elemento sensorial, en los aromas, en la delicadeza, en las esencias, pero que también aborda muchas cuestiones fundamentales de nuestro tiempo, entre ellas, la inmigración y el sentimiento de desarraigo.
“Lo que me interesaba era poner en valor las cosas más pequeñas, a la gente normal de clase trabajadora que arrastra sus heridas”, cuenta Abderrahmane Sissako en conversación con Infobae España. “Para mí, desde el principio fue una historia de encuentros, que serían los habituales con las personas de un mismo país, pero que se vuelven extraordinarios a los ojos ajenos cuando pertenecen a razas y culturas diferentes”.
Reivindicar a la mujer más allá del victimismo
Desde esa óptica, pone en diálogo las tradiciones asiáticas y africanas, pero lo que realmente le interesa es plantear cuál es el papel de la mujer en todo este sistema siniestro en el que está condenada a la invisibilidad. “Todas mis películas giran en torno a la mujer y no solo quiero circunscribirlo a la mujer africana, sino que me gustaría ampliar ese arquetipo más allá de la victimización”, cuenta.
Está claro que el aspecto migratorio también constituye un tema fundamental. “Hay que plantearse muy seriamente la inmigración, porque está claro que Europa la teme, como también tiene miedo al terrorismo. Se ha ido creando la creencia de que hay que protegerse de los invasores, porque se les considera pobres, pero se les tolera cuando son mano de obra a modo de esclavos”.
El discurso de Sissako siempre ha sido eminentemente político, cine de denuncia puro y duro, pero en esta ocasión se abre a un registro más humanista. Quizás sea el momento para el intercambio, para dejarse llevar por la esperanza en un mundo cada vez más polarizado en relación a los discursos de odio hacia lo “diferente” y reivindicar la convivencia.
El director tiene fe en la capacidad del cine africano para llegar más allá de sus fronteras. Menciona el éxito de Black Panther, de la factoría Marvel. “Será un objeto mercantil pero, al menos, ha dado la oportunidad de trabajar a artistas africanos, de dar visibilidad y valor a nuestro continente, y eso me parece importante”.