Durante la Segunda Guerra Mundial, más de 7.000 españoles estuvieron recluidos en el campo de concentración de Mauthausen, de los que apenas 2.000 sobrevivieron. Buena parte de las víctimas del nazismo en nuestro país se agruparon en una asociación para promover y preservar la memoria histórica de todos aquellos que fueron exiliados y encerrados después de luchar en la Guerra Civil en el bando republicano.
Así nació la Amical de Mauthausen en 1962 a partir de una serie de deportados que vivían en la clandestinidad, entre los que se encontraban Joan Pagès, Amadeu López Arias y Joaquim Amat-Piniella, los padres de esta asociación en defensa de los derechos morales de las aproximadamente 10.000 víctimas españolas del Tercer Reich.
En 1979 fue legalizada y comenzó su labor, principalmente educativa, en los centros de enseñanza. Se organizaban charlas en institutos y universidades para contar las experiencias traumáticas que habían experimentado y, al mismo tiempo, combatir el racismo, la xenofobia, el antisemitismo y el fanatismo político.
El relato de Enric Marco que todo el mundo creyó
A finales de la década de los noventa, apareció una figura que acaparó todo el discurso y que terminó convirtiéndose en el presidente de la asociación, precisamente cuando esta comenzaba a tener un peso dentro de la sociedad de nuestro país.
Se llamaba Enric Marco Batlle y su actividad pública había empezado en los setenta cuando fue militante de la Confederación Nacional de Trabajo (CNT) y poco a poco fue escalando puestos, e incluso llegó a convertirse en Secretario Generación de la Federación catalana... hasta que fue expulsado.
Poco (o nada) se sabía de su pasado, y esa fue una baza que él mismo jugó para construirse una identidad que finalmente le serviría para generar toda una mentira a su alrededor que lo llevó a presidir la asociación durante años afirmando que había sido uno de los supervivientes de Mauthasen y a convertirse en su rostro visible, hasta el punto de que no solo daba discursos, hablaba en los medios de comunicación, sino que también recibió diferentes reconocimientos, habló en el Congreso y consiguió que el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se involucrara en la conmemoración del 60 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial.
De la verdad de ‘El fotógrafo de Mauthausen’ a la mentira de ‘Marco’
Sin embargo, Enric Marco nunca pisó un campo de concentración nazi. Es algo que descubrió el historiador e investigador español Benito Bermejo, especializado en la cuestión, autor de numerosos libros y que, por ejemplo, estudió en profundidad el caso de Francesc Boix i Campo, un fotógrafo comunista sobre el que escribió una autobiografía que sería la base de la película El fotógrafo de Mauthausen, protagonizada por Mario Casas.
En realidad, Enric Marco había estado en la Alemania nazi, así, pero como trabajador voluntario, de acuerdo con el tratado entre Franco y Hitler de agosto de 1941. De hecho, aparecía en los archivos del Ministerios de Asuntos Exteriores como empleado de la industria bélica del nazismo.
Todo salió a la luz en 2005, justo 48 horas antes de las conmemoraciones de Mauthausen cuando tuvo que reconocer que se lo había inventado, aunque persistió en la idea de que había sido un activista del movimiento libertario contra Franco, pero de forma clandestina. Ya nadie le creyó.
El escritor Javier Cercas, escribió una novela sobre su figura titulada El impostor y, ahora, Eduard Fernández se mete en la piel de Marco en la película del mismo nombre dirigida por Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga que acaba de presentarse en el Festival de Venecia y que ha sido ‘preseleccionada’ por la Academia de Cine para ser la posible candidata por nuestro país a los premios Oscar. Sin duda, una de las películas españolas del año sobre la fina línea que separa la verdad y la mentira y de cómo se construyen los relatos y las historias que se perpetúan en el tiempo.